Finalmente de la mano de la gran tragedia electoral originada en esa suerte de encuesta nacional que fueron las PASO (toda vez que sacando a la agrupación UNEN, nadie las utilizó para dirimir en una interna los candidatos que competirán en octubre), el relato nacional comienza a borronearse en buena parte de su guión y lo que hasta ayer no era factible y en algunos casos ni imaginable, ahora termina siendo algo que siempre había estado en la mente y el corazón de nuestro tan particular gobierno nacional y popular para todos y todas.
Es así que pasamos de condenar la existencia de paraísos fiscales, a convocar a grandes evasores nacionales e internacionales a traer sus divisas y blanquearlas en nuestro sistema bancario sin mayores trabas. De la misma manera, puertas cerradas con siete candados para “desdicha” de acreedores que no supieron aprovechar las ventajas de nuestros generosos canjes de deuda, se abren ahora como por arte de magia para que los avaros de ayer recapaciten y se tienten con esta nueva y generosa oferta que estamos a punto de realizar.
Gobernadores tibios que merecían ser vomitados por Dios, realizaron una metamorfosis sólo comparable a la transformación del gusano de seda en mariposa, y su rostro sonriente empapela de norte a sur la provincia de Buenos Aires, escoltando al candidato oficialista y la presidente (a esa misma que hace un par de meses lo saludaba con fastidio).
Las exiguas arcas de la Nación, tan demandadas por exigentes planes sociales, desmedidos gastos propagandísticos e ineficiencia administrativa generalizada, se multiplicaron como los peces y panes de la Biblia (sin el error del presidente Maduro, por favor) y ahora permiten incrementar los mínimos no imponibles de la cuarta categoría, algo que la irresponsable oposición venía solicitando y que resultaba imposible hasta ayer nomas. Ni que hablar de la súbita preocupación oficial por la creciente inflación, esa por cuya culpa fueron multados (aunque luego eximidos por la justicia) los principales analistas y consultores económicos del país.
Si la crema de este postre es la masiva presencia de candidatos y funcionarios oficialistas en radios y canales de la demoníaca corporación mediática, la frutilla se las presento en el párrafo siguiente.
Señoras y señores: la inseguridad existe, no es una sensación, no está amplificada por los medios, no tenemos las ciudades más seguras de la región, y lo que es peor, es absolutamente cierto que nos están matando peor que a perros, tanto sea por un portafolios lleno de billetes, como por un celular de alta gama, un par de zapatillas usadas o simplemente porque sí.
Y de la mano de esta última, trágica y tardía toma de conciencia gubernamental se viene a derrumbar quizás el bastión más emblemático de la “década ganada”: la tan declamada y ostentada separación definitiva, total y absoluta del instrumento militar de la Nación para ser empeñado en tareas de seguridad. Cuando en la tarde del pasado sábado, el teniente coronel Sergio Berni arengó militarmente a una enorme formación de gendarmes exhortándolos a esmerarse en su lucha policial contra el delito organizado, rematando sus palabras con un marcialmente impecable “subordinación y valor” muchos de los uniformados se quedaron pensando “y ahora, ¿qué respondemos?”. Sin lugar a dudas, el hombre se confundió de desfile. En tiempos de paz los gendarmes no están para defender a la patria (tradicional respuesta militar ante ese requerimiento), a la patria la defienden los militares.
Apremiados, yo diría apremiadísimos, por la creciente ola delictiva que jaquea a todo el país pero parece sentirse con más virulencia en las grandes urbes bonaerenses, el gobierno acaba de disponer replegar al grueso de la Gendarmería de las fronteras del noroeste del país para inyectarlas en calles y rutas del Gran Buenos Aires. Paralelamente, 4.500 efectivos militares (seguramente del Ejercito y de la Armada) pasarán a patrullar las fronteras terrestres y fluviales de la patria. Sí, amigo lector, leyó bien. Militares, los del sable y las botas, los que varias veces se levantaron contra el orden institucional (claro, eran otros, no éstos; siempre lo decimos pero nunca nos escuchan) y esos mismos a los que “Él” les dijo “no les tengo miedo”.
Es muy probable que en los próximos días, enviados especiales circulen por los medios explicando que las leyes de Seguridad Interior y de Defensa han considerado la intervención de las fuerzas armadas en tareas de apoyo logístico a las operaciones de las fuerzas de seguridad. Prestar un radar, brindar transportación aérea, naval o terrestre. Inteligencia criminal e incluso recursos humanos especializados en diversas áreas, es algo que verdaderamente está previsto y por supuesto que está muy bien que así lo esté.
Pero al margen de lo que nos puedan decir, lo que está a punto de suceder es la afectación lisa y llana de miles de soldados para ejercer el control efectivo de fronteras secas y húmedas, y no para prevenirnos de un potencial ataque de fuerzas militares regulares de un Estado extranjero (eso dice la Ley de Defensa, ¿no?), sino para controlar y evitar la violación del territorio por parte de indocumentados, narcotraficantes, contrabandistas varios y tal vez, si hace falta, también para chequear los papeles de inocentes turistas o navegantes deportivos que surcan los ríos internacionales.
¿Y cuál es el problema? Si me lo preguntaran a mí en lo personal, diría que casi ninguno. Chile, Brasil y Uruguay utilizan sus fuerzas armadas racional y acotadamente cuando las necesidades así lo indican. Recuerde, amigo lector, quién custodiaba la famosa pastera finlandesa de Fray Bentos durante la crisis con los ambientalistas argentinos o quiénes son los que, armados hasta los dientes, penetran en las temibles favelas brasileras cuando las cosas se salen de cauce. Si pensó en militares, acertó. El gran país del norte moviliza a su “guardia nacional” cuando alguna situación se sale de madre y la Estatua de la Libertad no se avergüenza por ello.
El problema evidentemente no radica en recurrir a las FFAA en situaciones de emergencia nacional de catástrofes o urgencias varias. El problema se presenta cuando luego de armar todo un andamiaje legal, comunicacional y hasta casi cultural apuntando en un sentido, necesitamos de pronto disparar la acción en sentido contrario.
La Torá, El Nuevo Testamento y el Corán son claramente libros sagrados. Pero es recomendable que sean leídos con devoción en la sinagoga, la iglesia o la mezquita, según corresponda. Intercambiar los textos sagrados ubicándolos en los templos equivocados no augura buenos resultados.
Y precisamente nuestro gobierno suele ser particularmente fundamentalista para cumplir a rajatabla lo que las sagradas escrituras del modelo determinan para cada aspecto de la vida del país. Seguramente -aunque con muy probables reservas en el íntimo fondo de sus mentes y corazones- los militares marcharán a las fronteras, para hacer aquello que la ley dice que no deben hacer. Generales y coroneles de comando se pondrán paradójicamente a órdenes del teniente coronel médico Sergio Berni, primer militar argentino en manejar la seguridad nacional en democracia.
Es muy probable que si aún queda una pizca de sentido común en nuestros dirigentes, se busque la forma para que el personal militar no se vea obligado a hacer la tarea policial en primera persona, tal vez un puñado de gendarmes o prefectos den la cara frente al migrante legal y las tropas sean reservadas para la vigilancia de los cientos y cientos de kilómetros de frontera no habilitada para el paso legal. Pero cuando llegue el momento de darle la voz de alto a un narcotraficante, contrabandista o polizón escondido en una barcaza fluvial, ¿qué apoyatura legal tendrán esos hombres para no correr el riesgo de guiarse por un libro sagrado en el templo equivocado? Esperemos que finalmente luego de cumplir lo que les pidan, Dios y la patria no se lo demanden. Y si se lo demandaran, los argentinos tengamos buena memoria para recordar quién los envió allí.