Generalmente la dinámica de la realidad nos presenta cada día infinitas combinaciones de hechos, protagonistas y situaciones de las que se nutre quien empuña la pluma virtual del ordenador para informar y a la vez dar su parecer al respecto. Así, por ejemplo, hemos abordado desde esta columna situaciones tan diversas como la aventura de nuestra Fragata Libertad, la problemática de los salarios castrenses, la historia de los “piratas” de Greenpace o los infortunios de la estatua de Colón.
Hemos hablado alguna vez de trenes; es verdad. Y al momento de escribir esta columna, con los hierros retorcidos aún calientes, con el polvo producido por la colisión aún flotando en los vacíos andenes de la estación Plaza Once, con las heridas sangrantes de 85 nuevas víctimas sin todavía haber sido atendidas por los equipos de emergencia que trabajan en el rescate, me pregunto: ¿Cómo escribir algo diferente para referirse a un hecho que se repite sin solución de continuidad, en un mismo escenario, con los mismos actores principales y de reparto, con el mismo libreto y lamentablemente con el mismo final?
¿Por qué un marino debería atreverse a opinar sobre trenes? El solo hecho que se hubiera criado en una familia de ferroviarios no parecería ser motivo suficiente. No obstante diré en mi propia defensa que me cuesta permanecer ajeno a una realidad acuciante que afecta a toda la estructura de transporte en nuestro país, sea terrestre, aéreo o marítimo. En este último, y que es el que más de cerca me toca, es tan grave la situación, tan irregular el accionar del área que tiene a su cargo el transporte marítimo y fluvial de la Nación, que sin lugar a dudas merecerá una oportuna columna especialmente dedicada. Por ahora sólo diré que cada vez que hay marinos muertos en nuestros ríos por las graves falencias del tráfico fluvial, es precisamente la dificultad natural para que (a diferencia de lo que ocurre en un accidente ferroviario) las cámaras de TV lleguen al lugar el único factor que hace a estas tragedias un tanto más reservadas.
Volviendo al punto: es obvio que más allá de los ampulosos anuncios a los que nuestras desaprensivas autoridades nos tienen acostumbrados, todo sigue igual e incluso tal vez peor. Quienes transitamos por el puerto de Buenos Aires a menudo, ya vemos como parte de la geografía del lugar que decenas de locomotoras y vagones importados, con bastantes años de servicios en el exterior pero con la nariz empolvada para parecer adolescentes, por alguna extraña razón, descansan plácidamente sobre los rieles pero no llegan a entrar en servicio. Es increíble la forma en la que nos estamos acostumbrando a que bajo gruesas capas de maquillaje se nos disfrace la realidad cada día; nos ocultan con él desde graves problemas de salud física y mental, hasta materiales obsoletos o inadecuados para el servicio.
Le pido ayuda -amigo lector-, creí escuchar que precisamente el paragolpes del andén 2 de la terminal ferroviaria de Plaza Once -ese que allá por febrero de 2012 había demostrado que no cumplía su función de amortiguar un impacto- había sido reparado. Creí haber leído que se habían realizado exhaustivos controles y reparaciones a todos los sistemas de freno de las formaciones ferroviarias, me pareció entender que el personal de conducción además de ser monitoreado con cámaras y controles antisueño, también tendrían controles de alcoholemia, psicológicos y no sé cuántas cosas más para garantizar que los errores humanos o las fallas técnicas ya no causen más víctimas ya que la reiteración de estos hechos más que dolor causan vergüenza.
Una vez más, ocurrida la tragedia (¿puede llamarse así?) aparecen los mismos interlocutores gubernamentales a dar la cara, asumiendo estoicamente un rol que no les corresponde. Una repentina armonía (digna de estar presente en cada día de la gestión pública) entre el secretario Sergio Berni y el ministro Guillermo Montenegro, los mostró juntos dando a conocer como siempre, la lista de heridos, felicitando al impecable SAME, a los bomberos y demás héroes anónimos que ya están -lamentablemente- muy entrenados en la dura tarea de extraer víctimas de las entrañas de vetustos vagones ferroviarios, y que una vez acaecido lo evitable, ponen su mejor esfuerzo para minimizar los devastadores efectos de la desidia, la impericia en la gestión y la falta de soluciones a un problema que nos vuelve a dar una bofetada para intentar despertarnos de tanta inoperancia técnica, administrativa y fundamentalmente política.
Otra vez el todo terreno secretario de “Seguridad” dando la cara en un hecho que no parece tener mucho que ver con la seguridad policial; otra vez la llamativa ausencia de algún responsable de la Secretaría de Transportes de la Nación; otra vez despertar con imágenes idénticas a las emitidas hace un año y medio; escuchar aún entre sueños los mismos gritos, la misma angustia, la misma bronca contenida. Otra vez la imagen de un maquinista siendo retirado herido y preso, el mismo cordón policial para contener la ira de quienes sólo pretenden llegar vivos a su trabajo. Otra vez la víspera de un día de festejo (el Día de la Madre) encontrará a cientos de hogares teñidos sino por el dolor de la muerte, por la angustia de la herida, por el miedo a lo que pudo haber sido, por la incertidumbre sobre cuando será la próxima vez…
Tal vez, amigo lector, le pasó una vez más como a mí; tal vez se despertó entre gritos y llantos con la sensación de ser protagonista de un inaceptable “déjà vu” que no dejará de repetirse si no asumimos de una vez por todas que algo anda muy mal en la conducción de los trenes, pero anda mucho peor en la conducción de la Nación.
Hoy los cuarenta millones de argentinos nos volvemos a conmover; tal vez la única excepción sea la de nuestra primera mandataria, que según nos cuentan se mantiene aislada de lo que ocurre en el país que conduce por razones médicas. Todavía ningún responsable no policial de la seguridad ferroviaria se ha dignado a dar la cara. Ayer nomás todos se mostraron sonrientes pintando la reapertura de un simple cine de barrio en la localidad de Bolivar, como una gesta épica del modelo nacional y popular.
Y así pasan los días, inaugurando una dos y hasta tres veces un mismo hospital, repartiendo notebooks a chicos de colegio, para quitárselas a los pocos minutos. Prometiendo nuevas rutas que no llegan, nuevos trenes que no están y hasta una empresa naviera militar tan pero tan absurda, que con solo leer el proyecto de ley que la crea queda claro que es de realización imposible. Y así se nos pasa la vida; mientras nos piden, casi nos imploran, que confiemos nuestro voto para asegurar otra “década ganada” siendo que el ganado somos nosotros al menos cuando debemos transportarnos. Y resulta que estamos cansados, hartos, fastidiados de ver cómo improvisados voluntarios tratan de ayudar a las víctimas de un nuevo accidente causado una vez más por la inacción de otros improvisados pero más peligrosos y por cierto mucho menos nobles en su proceder que los primeros. Son los improvisados dirigentes, esos de aplauso fácil en los actos públicas, de cara dura para mostrar vergüenza ante hechos como el que nos ocupa y de mano lerda para redactar un sencilla y oportuna renuncia.