Esa imaginaria línea recta que une Punta Rasa con Punta del Este constituye el “muro de contención” del irremediablemente turbio río más ancho del mundo; el alberga en su lecho algunos hitos que cada tanto son desempolvados desde por estudiosos de épicas batallas navales hasta por cazadores de tesoros hundidos en sus tan poco profundas como cristalinas aguas. ¿Sabía -amigo lector- que “River Plate” significa “río playo”? Al margen de ello y al mejor estilo Tarzán, por estas latitudes nos gusta pensar que esta es la traducción al inglés del nombre de nuestro río y que nadie nos diga lo contrario.
¿Le tocó por casualidad estudiar en el colegio algo sobre la famosa “Batalla de Montevideo”? A modo de paupérrimo resumen, recordemos que es el eslabón final de un largo bloqueo naval impuesto por las nóveles tropas de Guillermo Brown y que llevaron a consolidar la gesta emancipadora de la corona española; tuvo lugar entre el 15 y el 17 de mayo de 1814 y en honor a ella ese día se celebra el Día de la Armada Argentina, que reconoce en el legendario marino mercante irlandés devenido en primer almirante de nuestra flota a su padre fundador.
Ya en el siglo XX estas aguas volverían a agitarse al son de clarines bélicos, pero argentinos y uruguayos sólo seríamos “plateistas” de un match que no nos tendría como protagonistas. Bajo el nombre de “Batalla del Río de la Plata” las armadas de Inglaterra y Alemania definirían uno de los capítulos navales de la Segunda Guerra Mundial. Temo dejarme llevar por mi entusiasmo naval y derivar esta columna en un relato del accionar “pirata” del acorazado alemán Graf Spee comisionado por alto mando naval nazi para “cazar” a los mercantes aliados que servían a la línea de comunicaciones de las fuerzas navales. La nave germana realizó una importante cosecha de buques hundidos, hasta que a mediados de diciembre de 1939 los buques ingleses Ajax; Achilles y Exeter le presentan batalla; como resultado, el comandante alemán ingresa al puerto de Montevideo y luego de unos días es obligado a abandonar el buque, produce su legendario hundimiento voluntario y nacen allí las más variadas historias sobre el destino de la tripulación, su regreso mayoritario a Alemania y alguna oportuna deserción en busca de horizontes menos turbulentos.
Es así que tal como ocurrió en los siglos XIX y XX, el siglo XXI vuelve a tener al Río de la Plata como protagonista de batallas varias; éstas no se libran sobre la superficie de sus aguas, no estremecen los oídos con el tronar de los cañones; no empañan en el horizonte ni aromatizan el aire con el ácido humo y picante aroma de la pólvora ni causan más heridas que las que somos capaces de infringirle a las siempre frágiles economías sudamericanas.
La guerra es -entre otras cosas- la sucesión de varias batallas con resultado incierto en cada una de ellas hasta último momento y con la particularidad de que a diferencia de un torneo de futbol, no se gana la guerra por ganar muchas batallas sino por ganar la última.
Entre las modernas batallas de nuestro río y sus afluentes hay algunas más famosas que otras, pero todas igualmente letales en el fondo; Botnia y la aún no esclarecida duda sobre cuál es finalmente su impacto sobre el ecosistema del río Uruguay; el dragado del canal Martín García con sus denuncias sobre intentos de favorecer a una empresa determinada, la sospecha de una negativa argentina a realizarlo para evitar favorecer el crecimiento del puerto de Nueva Palmira y las pintorescas reyertas de la comisión binacional administradora del caos. No dejemos de pasar por alto la faceta terrestre del combate, constituido por los históricos (y siempre prestos a volver) bloqueos a los puentes carreteros y también la “inocente” ayuda que desde el principal puerto comercial de la vecina orilla se le propicia a buques procedentes o con destino a nuestras Islas Malvinas y que se dan un poquito de patadas con el declamado apoyo uruguayo a nuestro reclamo.
Pues bien -amigo lector- ahora hemos iniciado la madre de todas las batallas, la República Argentina acaba de decidir con una simple resolución de una subsecretaría de Estado decretar si no la muerte, la entrada en coma inducido del puerto de Montevideo. Y antes de que comiencen a encenderse las mentes que postearán sus comentarios sobre esta columna, permítaseme decir que, técnicamente hablando, la medida es correctísima. Pero…
Brevemente recordemos: acabamos de prohibir que cargas de exportación originadas en puertos argentinos sean trasbordadas rumbo a sus destinos finales en puertos que no sean argentinos o que siendo del Mercosur no correspondan a países con los que no tenemos convenios al respecto.
¿Y esto que significa? ¿Vio, querido amigo, que siempre, aun para las cosas más extrañas recurro, a la analogía marinera? Esta vez no lo haré. Imagine que tiene que encarar la mudanza de su casa; imaginemos que se traslada desde Buenos Aires a Córdoba; gran cantidad de muebles, electrodomésticos, ropa, etcétera. Es sólo cuestión de pedir precio a diferentes empresas de mudanza, elegir la que más le gusta, y ya. Imagine ahora que lo único que tiene que mudar es la heladera. Aquí la cosa se complica a tal punto que tal vez el flete le salga casi lo mismo o más que el propio bien a trasladar. Menudo problema, ¿no? ¿A quién se le ocurre mudarse tan lejos con tan poca carga?
Ahora mire un mapamundi (menores de 40, agarren Gloogle Earth): somos un centro de producción que está definitivamente lejos de los centros de consumo que demandan nuestros productos, los grandes buques mercantes que transportan el comercio mundial no pasan por aquí de casualidad. Los que vivimos “lejos” somos nosotros, no ellos. Si tuviéramos una política comercial un tanto más normal, sería muy lógico que arribaran a nuestras terminales portuarias buques repletos de mercaderías de importación, que luego de vaciar sus bodegas las volvieran a cargar con nuestras exportaciones, pero sabemos que no la cosa no es así. Asimismo, no sólo Buenos Aires es puerta de salida de exportaciones; muchas economías regionales manejan sus producciones considerando alternativas de salida que incluyen el transporte en pequeños buques aptos para trasladar volúmenes de carga menores y llevarlos hasta un punto concentrador de varias cargas que abarate los costos del flete marítimo y poder seguir siendo de esa manera competitivos.
Frente a los diversos problemas que desde hace años afronta el puerto de Buenos Aires, Uruguay comenzó sin prisa pero sin pausa a transformar el puerto de Montevideo para posicionarlo como el puerto terminal por excelencia en lo relacionado con el comercio exterior del extremo sur del mundo civilizado. Su movimiento de contenedores crece año tras año acercándose cada vez más al gigante puerto local. Dragado eficiente, terminales modernas, posicionamiento geográfico privilegiado que evita costosas horas de navegación por los canales de acceso a Buenos Aires y – fundamentalmente- pensamiento estratégico a mediano y largo plazo comenzaron a hacer sonar varios timbres de alarma de este lado de la orilla y finalmente les dijimos: “Muchachos, la cancha les quedó muy linda pero la pelota es nuestra”.
Y es cierto. El megacrecimiento portuario oriental no tiene razón de ser sin la afluencia del comercio exterior argentino, sin el cual las minúsculas exportaciones uruguayas no podrán sostener la recalada en su puerto de grande buques de ultramar sin disparar la incidencia de los costos por flete a valores que dejaran a sus productos en condiciones muy desventajosas.
Concluida esta pobre clase sobre economía naviera, y faltando realmente ahondar y mucho sobre este tema, mi propósito no es arruinarle el día con aburridos datos sobre movimiento de contenedores, profundidades marinas o costos marítimos. Me propongo algo bastante más simple que eso.
Resulta evidente que la actual retórica bélica a la que nuestra brillante dirigencia parece empecinada en recurrir ya sea para evitar que les hagan una multa por no tener el seguro pago, hasta para mojarle la oreja a cualquier amigable negociador local o internacional, nos está colocando en serios y elementales problemas de coexistencia con el resto de la humanidad. ¿Me parece a mí, o hasta con nuestros hermanos bolivarianos ya no somos tan hermanos como hace unos años? Se acuerda que les íbamos a construir un montón de barcos petroleros; al parecer no pasamos del primero. Así las cosas aunque creamos que podemos jugar con Uruguay “como juega el gato maula con el mísero ratón”, las actuales batallas del Río de La Plata están a punto de cobrarse la primera víctima fatal; nada más ni nada menos que el Mercosur mismo.
Mientras Uruguay nos mira con temor, Brasil con sorna, Chile con indiferencia y Estados Unidos ni siquiera nos pincha los teléfonos (lo que sin lugar a dudas deberá causar fastidio en algunas mentes ávidas de ser tomadas como centro del pensamiento mundial), deberíamos comenzar a plantearnos seriamente cuál es el papel que queremos jugar ya no en el concierto mundial de las naciones -al que de seguir así no seremos invitados a participar ni siquiera como mudos espectadores- pero sí al menos en el micromundo regional.
Solemos decir que las comparaciones son odiosas; pero resulta difícil soslayar una cruda realidad que indica que mientras que a poco más de medio siglo de la última gran guerra, la circulación de personas y bienes entre toda Europa es hoy moneda corriente, por estas latitudes alzamos cada vez más la voz en público proclamando la confraternidad con nuestros hermanos y vecinos de la América del Sur siendo que puertas adentro nos jactamos no solo de habernos declararnos huérfanos de madre derribando el monumento que nos recordaba nuestro origen , sino que además nos comportamos como verdaderos hijos únicos. Me pregunto qué será de nosotros el día en que finalmente necesitemos de nuestra familia.