Comienzo a pensar que quiere el destino que, cada vez que Argentina atraviesa un avatar que marcará su futuro, me encuentre por razones profesionales contemplando la situación desde el exterior. En esta ocasión, un relevamiento técnico muy específico me ha depositado acá nomás, del otro lado del río en la capital uruguaya donde, como es más que sabido por todos y todas, nuestros estornudos políticos y económicos causan severas gripes financieras.
Durante las últimas semanas; nuestros vecinos han seguido casi a la par nuestra las diferentes alternativas del preocupante tema del fallo adverso (en tres instancias) que el país obtuvo de parte de la justicia americana en la cuestión del pago a los bonistas que no aceptaron el unilateral canje de deuda dispuesto por Argentina y al que adhirió la mayoría de los acreedores externos. Discusiones sobre la legitimidad del fallo (ya que nosotros elegimos a la justicia de USA como la única válida), la clausula RUFO, el Stay y tantas otras, no son motivo de análisis entre el común de la ciudadanía uruguaya; ellos simplemente tienen miedo; mucho miedo; ven a un gigante herido gravemente y que sólo merced a una especie de furia interna se muestra altivo y victorioso en medio de una dura derrota; por momentos quieren contagiarse del optimismo oficial de nuestras autoridades; pero una y otra vez el terror los vuelve a abrazar y los lleva a preguntarle una y otra vez a cada argentino con el que se cruzan: y usted, ¿qué opina?
Y como los argentinos tenemos más que asumido que somos portadores de una especial particularidad que nos lleva a ser rápidamente expertos en cualquier cosa y que tocando de oído somos capaces de armar una sinfonía magistral, nos atrevemos a darles coloquiales explicaciones según nuestro leal saber y entender. Días pasados escuché a un colega hablar muy vehementemente de las responsabilidades de “Míster Rufo” en la actual situación de “default” en la que hoy el país se encuentra.
Asumiendo pues este defecto colectivo; no sería descabellado que dada la gravedad para el futuro del país que tiene esta disociación entre la política y el sentido común y que hace que también nuestros dirigentes se crean expertos en algo en que evidentemente no lo son ya que caprichitos, gritos, gorritos militantes y prepotencia adolescente no han servido de mucho, paremos la pelota y hagamos al menos cada uno desde su lugar, la mayor fuerza posible para que aparezca una luz de esperanza al final del largo y oscuro túnel que deberemos atravesar.
Pero para ello, los conducidos necesitamos del ejemplo de nuestros conductores; no paramos de escuchar de ellos palabras de insulto, menosprecio y ofensa para nuestra contraparte en la disputa y para el juez de la causa. Nos hemos metido con algunos aspectos personales de muchos de los involucrados; los que, de ser ciudadanos argentinos, ya estarían haciendo cola ante el INADI para pedir explicaciones. Una vez más, en la tarde de ayer, la Presidente arengó a la militancia en lugar de hablar con el pueblo que gobierna (con la mitad que la votó y también, al menos por una vez, con la otra mitad). La misma mecánica: un salón lleno de funcionarios que concurren a aplaudir como parte de sus obligaciones laborales; la inevitable cadena nacional (esta vez el tema lo ameritaba) y luego la versión “jugate conmigo”, más light, destinada a los jóvenes camporistas también rentados pero más bochincheros. Una vez más la epopeya de Néstor contra los molinos de viento, el mundo que nos juega en contra, la división entre los buenos absolutamente buenos y los malos de maldad absoluta.
En momentos tan particularmente graves, quienes no adherimos al modelo, quienes no creemos que en esta década hayamos ganado mucho, también queremos sentirnos parte, ayudar y creer que somos objeto del desvelo presidencial. Tal vez hubiéramos querido que referentes de otro color político hubieran estado sentados en tan importante acto, diciéndole a la jefe de Estado “queremos ser parte de la solución”. Hubiera estado bueno ver (como pocas veces la vimos) a la Presidente sentada en su despacho protegida por la única bandera que nos cobija a todos; la celeste y blanca con ese sol radiante. Sin pañuelos, sin banderas de la Juan o la Pedro (por decirlo de alguna manera) y sobre todo hablando como una estadista ; sin furia, sin ofensas y con soluciones o al menos con intención de encontrarlas.
Hubo un día, allá por abril de 1982 en que miles de argentinos fuimos conducidos a un futuro incierto; tácitamente, si bien ninguno sabía exactamente de qué se trataba, aceptamos que había alguien que estaba pensando por nosotros y que sabía hasta el último detalle de la situación a la que nos enfrentábamos. Decir o atreverse tan solo a pensar que tal vez algo podía fallar equivalía a ser tildado de “traidor a la patria” y no por parte de los generales dictadores; sino por el propio compañero de buque o de trinchera.
Es por ello que quienes ya llevamos algunas cuantas “millas navegadas” en este hermoso pero incierto barco llamado Argentina, tenemos derecho a tener miedo a la reaparición de líderes “carismáticos” que una vez más y aunque con otras palabras nos digan “ si quieren venir que vengan les presentaremos batalla” Para muestra nos bastó aquel botón.
Si pudiera saber que nuestra Presidente lee estas palabras, me permitiría hacer esta pequeña síntesis final para que se entienda de qué hablo: Quiero creerle a Ud. Señora y a sus jóvenes y talentosos economistas, quiero imbuirme de su mística y su épica, ansío como ciudadano argentino que, tal como nos acaba de decir, todo sigue y seguirá igual, y que si no fue la Suprema Corte de USA; será la Corte Internacional de Justicia la que nos dé la razón; estoy casi convencido de que los señores buitres son gente muy mala y de que el cielo se seguirá llenando de argentinos de puro buenos que somos…., pero hoy, al sentarme a almorzar en un modesto puesto del famoso puerto de Montevideo; un mozo en forma cordial pero enérgica me susurró casi al oído: “No aceptamos argentinos”. Enseguida agregó: “No me refiero a Ud. Señor, sino al dinero de su país” Es por estas cosas que – con todo respeto- me permito comenzar a preocuparme seriamente por el futuro de la patria. No haga de la deuda otra epopeya malvinera. Recuerde Señora Presidente que esa la perdimos.