Más allá del valor, patriotismo, entereza y cuanto adjetivo calificativo haya disponible para exaltar el sublime sacrificio que miles de ciudadanos realizaron cuando los clarines bélicos de la Patria los convocaron al combate, la guerra de Malvinas fue, desde su génesis, un fenomenal compilado de temeraria improvisación, una acabada muestra de una supina irresponsabilidad y un cruel intento de sofocación de una crisis política a costa de centenares de vidas.
La guerra terminó desastrosamente aquel 14 de junio de 1982. Y, ya en la posguerra, se mostró una improvisación e irresponsabilidad en el manejo del “después” que continúa hasta nuestros días.
Como seguramente recuerda, querido amigo lector, el regreso de la tropa vencida fue celosamente ocultado por el gobierno militar. Jamás olvidaré el día de mi propio regreso cuando por toda bienvenida un suboficial del servicio de inteligencia naval me indicaba que no podría hablar de nada relacionado con la guerra ni con mi familia.
La llegada de la democracia puso a las autoridades legítimamente elegidas en una disyuntiva atroz: ¿denostar la aventura bélica militar o exaltar el valor de la tropa? Y si de exaltar se trata, ¿habría que hacerlo sólo con los soldados conscriptos o también con los suboficiales y oficiales que, sin tener decisión política, se la jugaron palmo a palmo junto a sus soldados?
La respuesta a estos interrogantes ha sido a lo largo de estos años cuanto menos “viscosa”. Dejando de lado que la tropa es “intocable”, la figura del militar profesional sufrió exaltaciones y denostaciones sucesivas. “Astiz se rindió sin pelear” o “los militares lo mandaron para que lo mate el enemigo” son frases que contrastan con el valor que se reconoce masivamente a los hombres de la Fuerza Aérea o de la aviación naval. Pedro Giachino, aquel capitán que entregara su vida para cumplir la orden de no derramar sangre enemiga el día del desembarco, sucumbió ante el rótulo de “represor”, por cargos nunca demostrados y pese a que su muerte lo torna no judiciable.
El “cobarde y cruel ataque al crucero ARA General Belgrano” no fue –al decir de los expertos de ambos bandos- ni tan cruel ni tan cobarde. Imaginar que el enemigo iba a perder la oportunidad de abatir un blanco apetecible por el mero hecho de que su proa no apuntaba a las islas al ser detectado sólo puede ser un argumento de neófitos en el arte de la guerra o de meros oportunistas políticos. Muchos jóvenes oficiales de aquellos días son hoy Almirantes con máxima responsabilidad en la conducción de la marina; sería bueno que nos den su opinión, para despejar dudas… pero claro, los militares tienen la palabra casi prohibida por estos días.
En este camino pendular, entre el olvido y la exaltación extrema, llegaron las honras; las Fuerzas Armadas, el Congreso nacional, los municipios y muchas entidades civiles quisieron a lo largo de estos años reconocer a quienes de una u otra manera participamos del conflicto. Los veteranos acumulamos así varias medallas y diplomas por una misma acción. Y las atesoramos a todas, por cierto.
Llegó también la hora del resarcimiento económico de la mano del establecimiento de una “Pensión Honorífica a los ex combatientes”. Tres condiciones fueron impuestas: tiempo, espacio y acción. Es decir haber estado entre el 2 de abril y el 14 de junio (aunque hubiera sido un solo día) dentro del TOAS (Teatro de Operaciones del Atlántico Sur) y haber realizado efectivas acciones bélicas. Sencillo, ¿no? Pues no, todo lo contrario: resultó ser bastante más complejo de lo que parecía
En primer lugar, bajo el nombre genérico de ex combatiente o veterano de guerra, se agrupa no solo a quien disparó su arma, o se enfrentó en un cruel cuerpo a cuerpo. El soldado y el general luego de la batalla deben comer y alguien en la retaguardia los esperaba con el plato de rancho listo. El enfermero cura al combatiente herido y el sacerdote lo conforta; ninguno de ellos tiene como misión disparar. La munición del combatiente y el combustible de sus naves las transportaban marinos mercantes y pilotos civiles; adorables objetivos para las miras de las armas enemigas; hunda usted, querido amigo, el buque que lleva la ración para tropa, y estará varios pasos más cerca de la rendición del oponente. Ni qué hablar si lo deja sin combustible por haber hundido un buque tanque… ¿Podría imaginarse considerar No Veteranos a los tripulantes del Belgrano, porque no llegaron a disparar un solo tiro o porque fueron hundidos fuera del famoso circulo de exclusión inglés? ¿Qué hacer con el que no mató enemigos pero rescató y salvó compatriotas?
La pensión honorífica y casi simbólica debutó con Menem. Pero 12000 veteranos originales se transformaron hoy en más de 25000, ¿cómo fue posible?
Tal vez por falta de experiencia, por falta de políticas claras o por un exceso de cuchara política en la sopa de los veteranos, con el correr del tiempo los criterios de reconocimiento fueron mutando.
Los soldados primero, los civiles convocados luego, los cuadros militares profesionales más tarde y los casos especiales, fruto de recursos administrativos y/o judiciales como broche final, constituyen un panorama difuso en el que se encuentran casos muy particulares.
A saber: un colega, tripulante de un buque que no llegó al TOAS pero estuvo afectado al operativo Malvinas, reclamó sus derechos no una sino tres veces ante la Armada Argentina; la respuesta fue No, No, y No (uno por cada vez). Recurrió entonces por vía administrativa a la ministra Nilda Garré quien mutó el no por un sí. Hoy el colega es un reconocido veterano de guerra, y sus 39 compañeros de buque, son 39 litigantes que en sede judicial reclaman igualdad de derechos. Otro tanto pretenden 400 tripulantes de otros buques en situación similar. Son en suma Veteranos No Reconocidos.
Si nos tomamos el trabajo de ir viendo las disposiciones del Ministerio de Defensa de los últimos diez años, veremos con sorpresa que casi no hay un mes en el que no se agregue un nuevo veterano a la lista, es decir personas que no eran y ahora son. Néstor, en plena furia anti militar, otorgó la pensión a los militares de carrera, pero sólo a los retirados. Válido es preguntarse: si a un militar de carrera le corresponde un resarcimiento por sus servicios pasados, ¿por qué esperar a que se retire para pagarle? La respuesta: porque la guerra fue usada como una forma de aumentar el sueldo de los militares jubilados. Ni más ni menos que eso.
Las provincias y los municipios, han decretado también sus propias pensiones de guerra, todas con valores diferentes y con requisitos de otorgamiento diferentes también.
En medio de esta fenomenal locura, 400 ex soldados se debaten entre la lucha por una nada despreciable remuneración mensual conjunta (nación-provincia) de casi 25.000 pesos o la resignación cristiana. Abogados que les prometen obtener lo que hoy es imposible y señales gubernamentales y judiciales que, cada tanto y a cuentagotas, hacen migrar a un habitante del infierno de los no reconocidos, al podio del veterano pensionado, suman a la confusión general.
Lo cierto y concreto es que en el marco de la legislación actual no existe posibilidad alguna de que aquellos que no pisaron el suelo malvinero, volaron su cielo o navegaron sus aguas, puedan acceder a resarcimiento alguno. Otras fantasías, como la pensión a quienes hicieron el servicio militar durante los años de la dictadura o a quienes fueron movilizados a la “guerra que no fue” (conflicto del Beagle 1978), solo alimentan en vano ilusiones que terminan degenerando en ilegales tomas del espacio público.
Ayer, la Cámara de Diputados dio media sanción a un proyecto de jubilación anticipada para ex combatientes. ¿Será este beneficio otra piedra del escándalo en la medida que su reglamentación no sea clara y que luego por la vía de la libre interpretación de jueces y funcionarios, la ley una vez más deje de ser pareja para todos?