Por: Francisco Cabrera
El relato oficial repite que el gobierno de los Kirchner logró recuperar el rol del Estado luego del desmantelamiento que se produjo en la década del noventa. De a poco se instaló la idea de que existen sólo dos modelos de Estado: uno grande, con fuerte presencia en la producción de bienes y servicios y en el control de la economía, versus un Estado privatista, al que le es ajena la política social y que se maneja con una lógica empresaria. Esta visión dicotómica del Estado no contempla la existencia de otras concepciones, empobrece el debate y reduce la discusión a un conjunto de lugares comunes.
La mayor o menor participación del Estado no es en sí misma buena o mala. Por ejemplo, los países nórdicos tienen una proporción de gasto mayor a la de Argentina y figuran entre los mejores gobiernos del mundo en cuanto a nivel de competitividad, facilidad para hacer negocios, niveles de corrupción y provisión de bienes públicos, que se traduce en una mejor calidad de vida de sus habitantes. El problema es cuando esa mayor participación del Estado no tiene su correlato en mejoras para la sociedad. Entonces, la pregunta no debería ser más o menos Estado, sino qué clase de Estado queremos. En su libro Desarrollo y libertad, el premio Nobel en economía Amartya Sen plantea que el desarrollo debe ser entendido como el proceso mediante el cual se expanden las capacidades de los individuos de llevar adelante su proyecto de vida. Podríamos pensar, entonces, en que un Estado ideal sería aquel que intenta brindar los instrumentos necesarios para que los individuos tengan la posibilidad de realizar y elegir la vida que deseen: un Estado emancipador.
En Argentina no caben dudas de que hoy el Estado tiene un rol protagónico y activo. Actualmente el gasto público ronda el 50% del PBI, el más alto de toda la historia. Al mismo tiempo el Estado volvió a manejar empresas y servicios que en otro momento estaban fuera de su control. Por el lado de los recursos, los ingresos del gobierno aumentaron de manera considerable por la presión tributaria, que se encuentra en valores récord, por el impuesto inflacionario, los préstamos del BCRA y los fondos de la Anses. La injerencia en la economía también es notable, en la actualidad conviven todo tipo de controles: de precios, a las importaciones, a las exportaciones, a la compra de divisas, etc. Pero ¿podemos decir que estamos frente a un Estado que amplía libertades y capacidades?, ¿es un Estado emancipador?
Mi opinión es que no. Hoy existe un Estado asistencialista, rol fundamental en épocas de crisis extrema pero que luego de diez años de crecimiento a tasas chinas le queda chico. El Estado asistencialista anuncia rimbombante el aumento de la Asignación Universal por Hijo, el Estado emancipador está pensando cómo mejorar la calidad educativa de nuestros chicos, para que la escuela pública vuelva a cumplir el rol igualador que supo tener. Hoy más del 6% del producto se destina a educación, un récord, y sin embargo, los últimos resultados de los exámenes Pisa indican que la calidad educativa empeoró significativamente. Más aún, apenas la mitad de los chicos finalizan el secundario y de los afortunados, casi el 30% no comprende lo que lee. ¿Gastamos más, pero le estamos dando a las generaciones futuras las herramientas para que sean libres de desarrollar una vida plena? El Estado asistencialista pone barreras arancelarias y subsidia fábricas que ensamblan electrodomésticos en Tierra del Fuego. El Estado emancipador confía en las habilidades de su gente y les proporciona el contexto y los instrumentos necesarios para que los miles de emprendedores argentinos tengan la posibilidad de concretar sus proyectos.
Estoy convencido que el Estado debe estar presente, la pregunta es dónde y para qué. Pero fundamentalmente estoy convencido que el Estado debe saber priorizar. Para ponerlo en términos más concretos. El Estado emancipador que imagino no gasta $ 13 millones por día en una aerolínea de bandera nacional y popular, que subsidia viajes a Miami para unos pocos y que ni siquiera presenta balances contables, pero sí está presente, ya sea controlando o gestionando, para que los miles de usuarios que utilizan a diario los trenes viajen mejor y no tengan que lamentar tragedias como la de Once. Tampoco subsidia el consumo energético de gente que no lo necesita, pero sí trabaja para que la mitad de la población no viva en hogares sin cloacas. Al Estado que imagino le resultaría inconcebible subsidiar Fútbol para Todos con publicidad oficial, y utilizar fondos públicos para hacer propaganda y atacar a los opositores del modelo, no sólo por cuestiones morales, sino porque al Estado emancipador esa lógica no le funcionaría. El Estado emancipador que imagino forma jóvenes críticos, con pensamiento propio y sencillamente no encuentra público que consuma “bajadas de línea”.
Es hora de dejar atrás a los clichés sin sustento, a los fantasmas del pasado, a los viejos enemigos, los noventa, los neoliberales, los imperialistas, y tener un debate profundo sobre cuál debería ser el rol del Estado de cara al futuro. El mundo avanza demasiado rápido como para seguir mirando hacia atrás.