Por: Francisco Cafiero
Tuve la suerte de visitar China en dos oportunidades en representación del Partido Justicialista. Entre tantos recuerdos y lecciones, me quedó marcada la idea de Mao Tse Tung que titula esta nota. En un mundo donde las tecnocracias marchan de fracaso en fracaso, la política tiene que estar al mando.
La partida de Hugo Chávez viene a recordarnos que las desigualdades sociales no son naturales, y que con coraje pero sobre todo con voluntad política, las diferencias pueden ser transformadas. Las muestras de dolor, de enorme afecto popular y de gratitud ratifican las conquistas y logros de catorce años de gobierno bolivariano.
En este sentido, el principal legado que nos deja el Chávez estadista es la construcción de un proyecto político capaz de trascender, incluso, su figura. Bien lo definió la politóloga brasileña Evelina Dagnino al afirmar que los proyectos políticos “no se reducen a estrategias de actuación política en el sentido estricto, sino que expresan, vehiculizan y producen significados que integran matrices culturales más amplias”.
En nuestro país, el peronismo también sufrió y lloró la partida de Juan Perón. Muchos, en vano, intentaron forzar la desaparición de nuestro movimiento. Sin embargo el tiempo le dio la razón a la doctrina, al sentimiento y al proyecto político. Luego del colapso político y social más importante de la democracia, en la figura de Néstor Kirchner los jóvenes recuperamos los sueños y la mística, la militancia y la participación.
El vacío que nos provoca no contar con estos referentes es enorme. Tan grande como el espacio que desafía a ser ocupado por cuadros políticos que estén a la altura de las circunstancias. No quedan dudas de la capacidad que tienen estos proyectos para generar militantes comprometidos con una sociedad más justa. En este sentido, la tarea de los partidos como instituciones de la democracia continuará siendo importante.
Las enfermedades pudieron con sus cuerpos pero no con sus ideas y enseñanzas, hoy sembradas en millones de convencidos que la integración regional no tiene marcha atrás.
Sus legados continúan. En América Latina la política está al mando.