Últimamente, cuando uno lee sobre reforma educativa está acostumbrado a analizar estadísticas, mediciones, comparaciones internacionales, políticas de reformas y contrarreformas, pero muy pocos intentan volver a pensar la misión y fines de la educación, como lo hace Juan Segura en su primer libro, Yo Qué Sé, publicado en julio de este año. El mismo título es una provocación a que el lector se pregunte y repregunte sobre cómo mejorar la educación, con esa curiosidad intelectual que el autor correctamente define como una de las habilidades más importantes de cualquier trabajador en el siglo 21.
Segura, que combina una carrera en el sector público y en el privado, y recientemente en varias Universidades, como académico y ejecutivo, tiene esta perspectiva multisectorial que le permite analizar los fenómenos de cambio en el sistema educativo de forma muy original, llevando al lector a explorar los interrogantes que toda sociedad debería estar debatiendo. ¿Cuál es el fin de la escuela en el siglo 21? ¿Por qué los padres se involucran ahora menos que antes en la enseñanza, o ahora tienen menos impacto en la formación de sus hijos aunque le dedican más horas? ¿Sigue siendo la escuela la mejor forma de transmitir educación en la sociedad del conocimiento? ¿Cómo educar en habilidades blandas en una escuela distanciada de la realidad en la que viven los niños?
La obra intenta darle un sentido de urgencia a la necesidad de desarrollar nuevas competencias y nuevos formatos de enseñanza para un mundo en formación de contornos borrosos, donde las nuevas tecnologías están cambiando permanentemente el ambiente del trabajo, y todo profesional debe tener la capacidad de adaptarse al cambio, tal vez siendo esta habilidad la más importantes de todas en las próximas décadas.
Y así como el mundo del trabajo está en una profunda transformación, también parece estarlo la forma de enseñar y aprender, que ya no solo sucede en las escuelas, sino que están emergiendo nuevos lenguajes, dinámicas informales y lúdicas de aprendizaje que obligan a repensar los formatos tradicionales de enseñanza.
Frente a estos nuevos fenómenos, que generan gran incertidumbre, muchos padres, dirigentes, y la sociedad en general, han dado un paso al costado, desatendiéndose del futuro de la educación. “Esta actitud fracturó el diálogo en los hogares, dejando a niños y adolescentes sin guías ni formatos educativos que los contengan u orienten” sostiene el autor. “Con alumnos y docentes analfabetos digitales, formatos áulicos anticuados y padres desentendidos”, continua Segura, “los niños se presentan huérfanos de referencias de autoridad, desplegando de una manera limitada su potencial a partir de experiencias que les producen malos aprendizajes y conductas que muestran ausencia del despliegue de hábitos repetitivos positivos”.
El autor se refiere en varios capítulos a la situación de la educación en Argentina, su país de origen, donde la calidad del sistema ha disminuido en los últimos años, con aumentos de la deserción escolar, y de la conflictividad entre los diferentes actores del sistema, gobiernos, sindicatos, alumnos y padres. “La forma de gobierno en diferentes niveles educativos, entremezclada con la política partidaria, vuelve al sistema endogámico, autorreferencial y cortoplacista. No hay una agenda nacional, y los rendimientos/aprendizajes no mejoran”, sostiene Segura.
Además de resaltar los principales desafíos e interrogantes que está enfrentando la educación en nuestra región, y a veces dejar al lector con más preguntas que respuestas, el autor busca algunos caminos de acción a través de la promoción de la innovación en el sistema educativo. “Innovar es tanto un mandato como una oportunidad, y lo que contribuirá a que los sistemas educativos se adapten a las demandas del siglo XXI”. El autor incluye una gran variedad de ejemplos de instituciones, con y sin fines de lucro, académicas y de base, que están implementando experiencias e iniciativas que buscan mejorar la educación a través de nuevos procesos, metodologías y nuevas tecnologías.
Sin embargo, en muchos países, como es el caso de Argentina, “la normativa educativa nacional y jurisdiccional, que en muchos aspectos es positiva (ordena y hace inteligible al sistema nacional, establece sus formas de gobierno, integra problemáticas y particularidades de todo el territorio nacional), es asfixiante y desincentiva la innovación educativa”. Y este es tal vez uno de los principales desafíos para hacer posible la innovación en América Latina.
El autor termina con un llamado a la acción para que todos nos involucremos más en la mejora del sistema educativo: “Debemos retomar la discusión de las vocaciones, los valores, la cultura del mérito, al aprendizaje significativo. Es necesario retomar (o generar) acuerdos alrededor de aquello a lo que llamamos ciudadano del siglo XXI. Debemos animar una nueva discusión, informada e interesada, y movilizar a los adultos a volver a tomar un rol trascendente en el acompañamiento del proceso de educación y formación de nuestros hijos”.