“Nos estamos ahogando en información, mientras escasea la sabiduría”, escribe el renombrado científico E. O. Wilson, incluido en el prólogo de En defensa de la educación liberal, el último libro de Fareed Zakaria. Y agrega: “El mundo que viene será liderado por sintetizadores, aquellos que sean capaces de reunir la información correcta en el momento adecuado, analizarla críticamente, y tomar las mejores decisiones”.
Esta afirmación parece una sorprendente defensa de la humanidad, viniendo de un científico, especialmente en una era que vive obsesionada por la ciencia, la tecnología, la educación y las matemáticas (STEM, por sus siglas en inglés). Aun así, el testimonio de Wilson resume perfectamente el argumento de la obra de Zakaria: El supuesto conflicto entre las ciencias y las humanidades ha sido llevado a un extremo desproporcionado.
Zakaria no niega el peso de la ingeniería o de otras ciencias duras entre los campos más cotizados y demandados del futuro. Pero, sostiene, hoy resulta más crítico que nunca combinar la formación en las llamadas STEM con una base sólida en humanidades. En sus palabras, “en la medida en que trabajamos con computadoras (que es realmente el futuro de todo trabajo) las competencias más valiosas serán aquellas propiamente humanas, que las computadoras no logran sustituir -aun”.
El libro comienza con un relevamiento exhaustivo de la historia de la educación, se remite a los griegos y los romanos, pasa por la primera universidad europea, fundada en Bologna en 1088, y luego por las universidades fundadas por los inmigrantes británicos y alemanes en Estados Unidos. El propio recorrido de Zakaria, primero en las escuelas de su India natal, luego en su graduación de Yale y más tarde Harvard, da forma a su análisis sobre las diferencias entre los principales sistemas educativos del mundo.
Para Zakaria, el propósito de las humanidades, más allá de la transmisión de los conocimientos específicos, es enseñar a pensar. Y, argumenta, el pensamiento claro comienza con una escritura clara, el medio por el que uno aprende a formular y comunicar sus pensamientos. Una anécdota del fundador de Amazon, Jeff Bezos, lo ayuda a reforzar esta idea: Bezos estimula que sus ejecutivos de alto rango escriban comunidades, comienza las reuniones dando un tiempo para que los participantes pongan por escrito sus ideas. Luego está el arte de hablar, otra habilidad fundamental para expresar mensajes y persuadir a otros.
Aunque quizás lo más significativo de las humanidades radique en enseñar a los estudiantes a aprender. En la sociedad del conocimiento, donde el cambio es constante y los horizontes de la información son insondables, aprender a incorporar nuevas competencias es esencial.
Para Zakaria, todas estas habilidades “blandas” se combinan para promover innovación y creatividad en el mundo de los negocios. “La innovación no es simplemente una cuestión técnica”, dice, “sino de entender cómo las personas y las sociedades funcionan, qué necesitan y quieren”. En el siglo XXI, el crecimiento económico no vendrá tanto de chips más baratos, sino de “reimaginar constantemente cómo las computadoras y otras nuevas tecnologías interactúan con los seres humanos”.
Eso explica el sorprendente hecho de que los países más innovadores, medidos por el número de nuevas patentes, de inversiones de capital de riesgo y de empresas tecnológicas, no son los que obtienen los mayores puntajes en las evaluaciones educativas internacionales como PISA. En cambio, son países como Israel, Estados Unidos y Suecia, cuya población se caracteriza por atributos como la curiosidad, el espíritu aventurero, la toma de riesgos, la flexibilidad y lo lúdico, todos derivados de una confianza en una marcada educación en humanidades.
El crecimiento de Silicon Valley es el perfecto caso de estudio. Como Walter Isaacson, un referente en la era de Internet, describió en su reciente libro Los innovadores: “Me di cuenta de que la verdadera creatividad en la era digital venía de aquellos que eran capaces de conectar ciencias y artes. Ellos creían que la belleza importaba”. El propio Steve Jobs fue muy claro sobre este punto: “Está en el ADN de Apple el hecho de que la tecnología sola no es suficiente”, decía. “Es el maridaje de la tecnología con las artes liberales, con las humanidades, que produce los resultados que hacen vibrar a nuestro corazón.”
En otras palabras, desplazar a las humanidades para enfocarse en las ciencias “prácticas” es una dicotomía falsa. Los estudios liberales van más allá del mero desarrollo de carrera, al propósito último por el que las sociedades valoramos la educación. Para Zakaria, el desarrollo de individuos responsables e íntegros es lo que hace posible el crecimiento sostenido y la estabilidad democrática. “Una educación humanista es lo que nos permite ser mejores trabajadores”, concluye, “pero también nos permitirá ser mejores socios, amigos, padres y ciudadanos.”