Por: George Chaya
Ayer he brindado un reportaje a una importante radio libanesa que ha tenido la amabilidad de consultarme sobre mi próximo libro donde avanzo sobre las dificultades de ser árabe en estos tiempos. Por esos maravillosos avances de la tecnología, desde algún lugar de Londres la participación telefónica del profesor Salman Rushdie terciando en la interviú fue para mí una experiencia fascinante.
De tal experiencia y aunque oyendo a un Rushdie más relajado a cuando el Ayatollah Khomeini puso precio a su cabeza, condenándolo a muerte por su obra, estoy persuadido que desde años nos encontramos de regreso a la era Chamberliana, casi en recta dirección a una sociedad de cobardes. Deseo que mi aseveración no ofenda demasiado al lector, aunque de hecho espero que sí avergüence a muchos hombres de los medios de prensa.
Mientras escribo este artículo vuelvo a recordar el caso Rushdie y lo que ese hombre padeció aunque han transcurrido más de veinticinco años de eso. Sin embargo, la sola idea de que alguien pueda ser asesinado por escribir un libro me resulta surrealista, kafkiana y horrorosa. Y, peor aún, que “las sociedades libres del occidente multicultural y universalista naturalicen tal barbarie, la incorporen e internalicen como algo normal creo que ha sido una catástrofe para la libertad”.
El caso Rushdie reveló el peor mensaje: “Si dices algo malo de la religión de la paz, recibirás amenazas de todo tipo, incluso de muerte”. Así, el consejo de los allegados siempre será que mantengas la boca cerrada, que eso es lo que conviene en nombre de “la tolerancia, la diversidad y la multiculturalidad”, por supuesto.
Lo cierto es que la prensa, los medios de comunicación en general, muchos gobiernos y funcionarios de organismos supranacionales se autocensuran rutinariamente de una forma que habría sido impensada hace décadas no porque quieran ser sensibles, como afirman, sino porque tienen miedo a la violencia islamista, a la que no solo temen, sino que incluso temen admitirlo para no ofender a alguien.
Las agencias de noticias y los canales de televisión se niegan a mostrar los hechos generados por la religión de la paz, incluso traicionando a cada musulmán laico y decente que viva en el mundo árabe o haya emigrado a Occidente, cuando en realidad, son ellos los que pueden frenar a los vándalos y criminales que enlodan su propia fe y su comunidad. Por lo que se debe ser claro en las causas por las cuales esto está sucediendo: “que no es más que por miedo y cobardía”. No porque Occidente ame la diversidad y se sienta enriquecido por un fingido multiculturalismo.
Si los medios de prensa no defienden la libertad de expresión. ¿Entonces para que estén los medios, cuál es su función exactamente? ¿Quién la defenderá?
Simpatizo con cualquier editor que defienda estos valores básicos de la prensa, tanto igual como desdeño la corrección cobarde de aquellos que evaden su responsabilidad como comunicadores. Su trabajo es más que una actividad rutinaria. Toda persona que se desempeña en un medio de prensa y comunicación debe ser un guardián de la libertad de expresión así como de la libertad de información de la opinión pública.
Este oficio se basa en transmitir con veracidad y honestidad toda la información relevante de manera precisa y sin temor para que el público la disponga y tome sus propias conclusiones. Aquellos que no puedan hacerlo o temen hacerlo, deberían dejar el trabajo a personas calificadas y desarrollar otra actividad porque están ocasionando un daño inconmensurable con su cobardía y las posiciones que sostienen. Por lo que si tuvieran un poco de dignidad se apartarían de la labor y dejarían el lugar a quien lo desempeñe con agallas por el bien de todos nosotros como sociedad.
Sin embargo, lo más patético del asunto es que estas conductas se han naturalizado tanto en los medios como en la opinión pública, donde no hay indignación ni reacción, al punto que si hoy, veinticinco años después conociéramos otro caso Rushdie, se tomaría con la misma naturalidad con la que se dice que las decapitaciones del ISIS son editadas y no reales. Aunque sepamos que el islamismo es un cáncer social que acabara con la propia fe musulmana si continua su camino arrollador, y en ello no cuenta que no pueda o no quiera ser dicho por la mayoría de la prensa. Así es como son las cosas hoy en día.
En nuestras sociedades occidentales, el Islam ha sido una característica diferente por las últimas dos décadas y todo lo que se vio de él debe ser puesto en una balanza, con lo bueno y con lo menos bueno, eso no debe ofender a ningún ser pensante de la religión que sea, incluso a los musulmanes. Más aun cuando la violencia estallo en Europa algunos años atrás por una simple caricatura que todos recordamos. Si eso pasa, entonces Naciones Unidas tiene resuelto el problema que jamás pudo conceptualizar. Me refiero a que allí está la definición exacta de terrorismo. ¿O alguien tiene duda que eso es terrorismo cultural y que estamos cediendo a él vergonzosamente? Y si no es así ¿Por qué se es condescendiente con una ideología violenta a la que se le exige estándares más bajos que a los ciudadanos de países occidentales?
Conceptualizar a esos sujetos como bárbaros -que lo son- convierte en racista a cualquiera que lo mencione dada la hipocresía instalada en los medios de prensa, y eso no está bien, sencillamente porque es una realidad que esas personas actúan peor que las bestias.
Occidente asume que no se puede esperar que los islamistas y sus adherentes se controlen si algo les molesta o los ofende, por lo tanto se tornan violentos. Se asume que habrá violencia y se autocensuran opiniones sobre una realidad que es innegable. Entonces, preventivamente se cede antes que ella ocurra, pero no porque seamos liberales o progresistas como se pretende y nos gusta fingir. Sino por temor e hipocresía. Se disfraza la propia cobardía con palabras pomposas y gestos de buena voluntad como “tolerancia y respeto” que no llevan a ningún sitio al final del día. Aunque nos aplaudimos como focas por tanta dialéctica, hermandad fingida y valores ilustrados que íntimamente sabemos que no sirven para nada cuando los chicos malos afilan sus cuchillos.
Somos la primera generación que nunca tuvo que defender su libertad y se nota. Está muy claro que un principio básico como la libertad de expresión está siendo erosionado ante nuestros ojos. Sin embargo, pareciera que una gran mayoría se empeña en mirar hacia otro sitio.
Esta gente me recuerda los pueblerinos de las películas de western que tiemblan de miedo ante los malos, y siendo honesto con el lector, nunca me han simpatizado los pusilánimes de esas películas. Como ellos, nos hemos dejado imponer el matonismo y la barbarie desde la autocensura que está matando la libertad de expresión sin comprender que ella es el oxigeno mismo que da vida a las sociedades libres y democráticas.
Con estas conductas nos estamos asegurando que hijos, nietos y todos los que nos sucedan a futuro, nazcan y vivan en un mundo menos libre que aquel en el que nacimos. Así, ellos serán quienes paguen el precio de la actual hipocresía del discurso multicultural de doble rasero. Para su infortunio, aprenderán a las malas que no hay nada más cierto que “no se valora lo que se tiene hasta que se lo pierde”.