Por: Adriana Lara
Se podría hacer una encuesta, pero me atrevo a predecir los resultados. Si se le preguntara a un niño o a un adolescente (de cualquier clase social, inserto en cualquier realidad familiar) quién preferiría ser, Cell o Gokú, el Mandarín o Iron Man, el Hombre de Arena o Spiderman, Darth Vader o cualquier caballero jedi… la mayoría contestaría inmediatamente que le gustaría ser el héroe. Y lo elegirían porque en absolutamente todas esas historias, aunque el villano sea superpoderoso, brillante, ingenioso, y todos los “oso” que se puedan inventar… al final, siempre aparece el héroe y termina mordiendo el polvo, arrastrándose como un gusano, muerto, averiado o enjaulado. Todos reciben su merecido… tarde o temprano, y por más kryptonita que se interponga en el camino, el héroe demuestra que es el mejor.
¿Qué es lo que provocaría que en una historia una ciudad se colmara de villanos? ¿Qué podría ocasionar que repentinamente la gente se convirtiera en narcotraficante, se dedicara al sicariato, realizara secuestros virtuales y verdaderos, violara, asesinara, robara, golpeara salvajemente a los ancianos y a las ancianas? En una primera hipótesis uno podría pensar que el hambre y la necesidad llevarían a la perversidad a gente que no delinquiría en otras circunstancias, pero la lista anterior no evidencia que se trata de ese caso. Una ciudad en donde la gente muere día tras día al entrar con su auto en el garage, donde es abordada en las paradas de colectivos por otra gente que le quiere robar el celular, donde los subtes están infestados de pungas y viajar en el furgón del tren es una experiencia surrealista, una ciudad así planteada, en una historia, únicamente es concebible ante la ausencia del héroe. Y éste, no por nada, es el símbolo de la lucha contra el mal, el representante de la Justicia.
Los chicos lo saben perfectamente y tienen amplia experiencia en el tema, por más pequeños que sean. Es la impunidad la que favorece el “ser villano”, el portarse mal, el caprichito. Hay reglas, más o menos claras, y siempre está la posibilidad de transgredirlas. El problema surge cuando hay impunidad: “Te portás mal (estás rompiendo una regla) y no pasa nada”… todo padre sabe lo que viene después de ese descubrimiento. Si el mensaje es: “El que rompe las reglas (el villano) no recibe sanción alguna porque….”, cuando llegaste a ese punto de la frase ya te dejaron de escuchar. Obviamente muchos querrían ser Lex Luthor, siempre y cuando no existiera Superman. El villano parece genial hasta que el héroe llega y lo eclipsa; el asesino serial puede ser tremendamente atractivo, pero al final aparece Horatio Caine y se lo lleva preso. Uno puede tener la tranquilidad de que se recuperará el orden, por más tragedia que haya sucedido, porque están las esferas del dragón, la posibilidad de los viajes en el tiempo, Sherlock o Robert Goren, que restablecen la paz en el universo hecho caos imponiendo la justicia. Hasta en la historia de la caja de Pandora, que es tan terrible y catastrófica, sale la esperanza, por último, para evitar un suicidio colectivo. Es una verdadera pena que en la realidad se esté haciendo tan larga la espera de la llegada del héroe.