Por: Graciela Muñiz
Transcurría 2006 y Matías Cuesta tenía 18 años, Atlanta era su pasión. El sábado 18 de marzo se levantó temprano para subirse a uno de los micros que salían de Villa Crespo hasta Jáuregui, a la cancha de Flandria. El colectivo se descompuso a mitad de camino y tomó el tren Sarmiento para volver a su casa. A la altura de Caballito parte de la barra brava de Talleres de Córdoba, que volvía de la cancha de Ferro, lanzó piedras al tren. Una de esas piedras pegó en la cabeza de Matías, que murió seis días después.
Desde hace siete años la mamá de Matías, Norma Roldán, lucha para que se haga justicia pero también para que no haya un solo muerto más por la violencia de las barras. Muchas veces se siente sola. Muchas veces siente el dolor que causa la indiferencia. Pero ese dolor se profundizó cuando leyó que la Legislatura de la Provincia de Córdoba le otorgó una distinción a la “Fiel”, nombre por el que se conoce a la barra brava de Talleres, por el ascenso del equipo a la primera B Nacional. Su sorpresa se incrementó y volvió a revivir su dolor cuando escuchó que en el anexo de la Cámara de Diputados de la Nación estos personajes fueron disertantes de un evento contra la “Violencia en el Fútbol” impulsado por la diputada del PRO Cornelia Schmidt-Liermann. Esta diputada dijo conocer el caso de Matías pero no escuchó ni ayudó a su madre en su reclamo de justicia.
La política y la violencia de las barras comparten todo. Esto se sabe desde hace mucho tiempo pero el Estado se desentiende, como si la violencia, la muerte y el crimen le fuera ajeno. Quienes tenemos responsabilidad como funcionarios públicos debemos ser conscientes del daño a nuestra sociedad que desde hace años llevan adelante estos delincuentes disfrazados de hinchas de fútbol. Asesinos que nunca actúan solos, sino que lo hacen amparados por los dirigentes de sus clubes, políticos, policías y funcionarios judiciales. Hay que terminar ya con esa trenza criminal. Romper todos los lazos de complicidad y poner las instituciones al servicio de pacificar el fútbol y no de reconocer a los violentos.