Ayer, 12 mayo, se conmemoró el día internacional de la enfermera, fecha elegida por constituir el aniversario del nacimiento de Florence Nighingale (1820-1910), pionera en el arte de esta profesión que hoy todos conocemos como “enfermería”.
Florence Nightingale cobró reconocimiento público durante la guerra de Crimea (1854-1856) por su desempeño mientras atendía a los enfermos y heridos. Finalizado el conflicto, abocó sus esfuerzos a desarrollar proyectos de educación para formar nuevas enfermeras. Podría haber tomado el camino de una mayor exposición social, ocupando cargos de mayor prestigio público, sin embargo, decidió embarcarse en otro proyecto: la creación de escuelas de enfermería con altos estándares de calidad. Para Nightingale, la formación no terminaba allí, sino que debía continuar más allá de la escuela y constituir un proceso de perfeccionamiento continuo.
¿Continúa vigente la preocupación por la educación en enfermería?
En la actualidad, la calidad de la educación, la acreditación de los programas de educación en enfermería, los recursos aplicados a la educación, la formación docente, las tasas de egreso, y el impacto en el sistema de salud, constituyen algunos de los temas de mayor relevancia y motivo de estudio para la toma decisiones a nivel mundial.
Al mismo tiempo se atraviesa por una crisis en los recursos humanos de enfermería caracterizada por una enorme escasez de enfermeras. Según el Ministerio de Salud de la Nación existen 32 médicos y 4 enfermeros cada diez mil habitantes. Los motivos de esta escasez son diversos y complejos, pero la llave para la calidad del cuidado está en la formación, en la más alta cualificación de la enfermería, porque está comprobado que el cuidado impacta directamente en las personas.
¿Comprendemos que vale la pena dedicar nuestros esfuerzos en la calidad de la educación en enfermería, en contraposición a “producir” enfermeras que rápidamente cubran las necesidades cuantitativas?
Definitivamente esta situación constituye una tensión entre el sistema educativo y de salud.
Quienes estamos abocados a la educación universitaria de enfermería tenemos la certeza de que la cualificación de enfermería está asociada a la calidad del cuidado, y que la educación es una “inversión” que impacta directamente en los resultados de atención. El paciente, su familia y la comunidad en su conjunto se ven beneficiados.
Recientes estudios internacionales han identificado que los hospitales que buscan mejorar los resultados clínicos y de seguridad de los pacientes ponen prioridad en el número adecuado de enfermeras, en una fuerza de trabajo de enfermería con un alto nivel educativo. Así se construye un equipo de salud centrado en el paciente, y que permite potenciar la capacidad de respuesta de la organización.
La sociedad debe comprender que los recursos invertidos en la formación de enfermeras con alta competencia retornan a la sociedad con creces, en forma de resultados sanitarios más que positivos.
¿Cuál es el compromiso de las enfermeras en este contexto?
No hay dudas. Renovar el compromiso del cuidado como centro de nuestro quehacer profesional. Las enfermeras debemos dar visibilidad al cuidado, con la producción de conocimiento propio y mediante investigaciones que den cuenta de sus efectos terapéuticos para el paciente. Sabemos que hemos avanzado en este sentido, sin embargo todavía podemos y debemos hacer más.
El compromiso de las asociaciones nacionales e internacionales de enfermería que tienen como propósito el desarrollo de la educación y la representación profesional para ejercer un liderazgo orientado a informar, aconsejar, alentar y apoyar a las enfermeras en su trabajo, son algunos de los ejemplos del tipo de compromiso que el sistema de salud a nivel mundial, nos demanda.
Hoy, el desafío que tuvo Florence Nightingale para su época sigue estando vigente, pues el cuidado como “arte y ciencia” es el encargo social que tenemos todas las enfermeras.