Por: Guillermo Hirschfeld
Los episodios de violencia que están sacudiendo a Venezuela y que han acabado con la vida de varios estudiantes en estos días han puesto en evidencia el desmoronamiento de un modelo que se muestra incapaz de gestionar cualquier función esencial de gobierno, y que además impone el terror en las calles para frenar las protestas sociales que su impotencia ha generado.
El chavismo-madurismo ha demostrado ser generador de caos y desgobierno en todos los órdenes de la vida pública, especialmente en la economía y en la seguridad. Las bandas delictivas, los “malandros” motorizados afines al gobierno, tienen patente de corso para disparar y matar. Se trata del régimen de terror al que nos tienen acostumbrados quienes deciden liberar los demonios del resentimiento para dar barra libre al crimen y la violencia con fines políticos. El país se ha situado entre los más violentos del planeta y está a la cola mundial en todos los índices que mensuran componentes esenciales de la democracia: seguridad jurídica, libertad de expresión, poder judicial independiente o separación de poderes. La consecuencia inevitable del caos es la anarquía y ésta es contraria a cualquier proyecto político viable. Venezuela, como proyecto de República, esta siendo devastada.
En este escenario dramático, es clave que la oposición –que a estas alturas ya se ha elevado a la categoría política de resistencia heroica– se mantenga unida. Su unidad la fortalece, y su fragmentación es funcional a los que la oprimen. Y es clave que esa unidad se produzca en torno a un proyecto político que, citando a Ortega y Gasset, debe ser un proyecto sugestivo de vida en común, empezando por la defensa de los derechos humanos y las libertades fundamentales, porque ser oposición no se reduce a presentarse a elecciones. Se trata de unirse en todos los terrenos para canalizar el deseo de cambio de los millones de venezolanos que así lo expresan estos días.
Es ingenuo pensar que en Venezuela puedan corregir la situación quienes son responsables de ella, quienes han cegado los cauces institucionales por los que debería avanzar el cambio del país. Por esta razón, es alarmante la pasividad que está mostrando la comunidad internacional ante la evolución de la situación en Venezuela. Lo es la displicencia tanto de la Unión Europea como de los EEUU frente al atropello totalitario que se está cometiendo en el corazón de América Latina, parte sustancial de Occidente. Más aún cuando esto coincide en el tiempo con una creciente complacencia con la Cuba castrista, un régimen dictatorial que anima a sus aprendices, y en especial a aquellos que cuentan con petróleo.
Venezuela necesita hoy, más que nunca, la unidad de los que luchan por la democracia, la libertad, la paz, los derechos humanos y la justicia dentro de su país; y necesita igualmente un apoyo internacional creíble y eficaz que investigue y sancione con firmeza toda conducta opresora del gobierno, y que amplifique la voz de quienes padecen el yugo del socialismo del siglo XXI. Hombres libres lograron reinstaurar democracias en más de la mitad de los países de América Latina en los últimos cuarenta años. Nuevamente, de ellos depende en Venezuela.