Por: Gustavo Lazzari
La inflación en sus comienzos es irrestiblemente atractiva. Los beneficios están bien localizados en un Estado que recauda impuesto inflacionario, en empresarios que esconden sus ineficiencias actualizando listas de precios y en políticos que muestras cifras nominales que inexorablemente siempre serán récords.
Por otro lado los costos están diseminados en actores que no se oyen. Los costos de transacción de jubilados, asalariados, desocupados, rentistas, son demasiado elevados para juntarse y ponerse de acuerdo. En las democracias, cada dos años, el descontento se puede expresar en votos.
Además la propaganda gubernamental, la mala teoría económica y los discursos públicos interesados esconden las verdaderas causas de la inflación y engañan a los perjudicados por ella.
Surgen las teorías de los “formadores de precios“, la “concentración económica“, la “intermediación“, los “especuladores” para tratar de buscar culpables ajenos a los verdaderos responsables de la inflación.
Todo gobierno, civil, militar, peronista, radical, híbrido, poderoso o débil, supo encontrar su “Máximo Carelli“, aquel personaje del Proceso culpable de la inflación de entonces.
El gobierno pareció encontrar una tasa de inflación anual “socialmente aceptable” del orden del 20/25% anual. Pasado ese límite comenzarían a preocuparse. Niveles de inflación internacionalmente inadmisibles en un mundo donde tasas anuales superiores al 5% son una rareza que compartimos con Venezuela, Uzbekistan, Sierra Leona, Vietnam, Irán, Congo y Bielorrusia.
Recientemente la presidenta del Banco Central emitió un informe monetario donde destaca los objetivos y herramientas donde en sus decenas de páginas ni se menciona la palabra “inflación”.
Por su parte, la Presidenta Cristina Fernández de Kirchner, en un discurso reciente por cadena nacional, acusó de incentivar la inflación a los “intendentes que elevan las tasas municipales“.
La causa de la inflación no son los aumentos de precios y/o tasas municipales, sino que éstos son sus consecuencias. Confundir “causa” con “consecuencia” no es solo un error conceptual. La inflación es, en el fondo, un negocio.
En una economía cuando aumenta el precio de un producto podemos encontrar una explicación microeconómica. Cuando aumentan dos precios, podemos encontrar dos explicaciones. Malas cosechas, accidente climático, ruta cortada, aumento en los gustos, cambio de temporada, etc.
Pero cuando aumentan “muchos precios”, no existen “muchas explicaciones” sino solo una. La emisión monetaria del Banco Central. Recientemente salió a circulación la serie Z de billetes de $100. Es la primera vez en la historia numismática argentina que se agotaron todas las letras del diccionario para nombrar las series de los billetes. Todo indica que los flamantes “Evitas” más que un homenaje es un sustituto en la emisión de billetes que se avecina.
En los últimos tres años, el crecimiento de la base monetaria crece a tasas anuales superiores al 30%. La tasa de inflación se acercó a esa cifra rondando el 22/25% anual. Para 2013, son varios los analistas privados que hablan de “inflación piso” del 30%.
La simpatía por la inflación termina siempre mal. Para encontrar un período similar al último lustro, en términos de tasa anual de inflación, hay que remontarse a la década del 60. En dicha década la tasa promedio rondaba el 25%. En la década siguiente los argentinos nos vimos envueltos en un mar de violencia institucional con el período más prolongado de inflación altísima. Ningún país del mundo vivió 17 años seguidos con tasas anuales de inflación superiores al 100% como sucedió en Argentina entre 1973 y 1989, cuando todo estalló en la hiperinflación.
¿Podremos terminar así? Difícil saberlo. ¿Podremos terminar bien? Seguro que no. La inflación es un impuesto al pobre. Un impuesto que recauda el Estado, feliz, hasta que la gente “se aviva” y empieza a huir del dinero. Allí toda emisión se traslada a precios. A comprar lo que sea, dólares, latas de aceite, de tomate, todo lo que la gente estime pueda conservar el valor.
Se hablará entonces de “cuestión cultural”, de “apátridas especuladores”, la liturgia podrá decir lo que quiera. La única verdad será la realidad. La “simpatía con la inflación” será entonada como la canción de los Rolling Stones “simpatía por el diablo”.