Por: Horacio Minotti
El domingo pasado, lo que pasó fueron las PASO, Primarias Abiertas, Simultáneas y Obligatorias, un sistema cuyo fin implicaba que los partidos políticos debiesen someterse a que los ciudadanos fueran los que seleccionasen a los candidatos que iban a llevar a elecciones. Para ser más explícito, la naturaleza de las PASO importa que los ciudadanos elijan de entre los dirigentes de cada partido cuáles son los que quieren ver compitiendo en la elección general.
Ahora bien, la de la semana pasada fue la segunda experiencia PASO, que se estrenó en las presidenciales de 2011. Y en ambas ocasiones, los partidos políticos se empeñaron en y consiguieron violar y destruir su naturaleza. ¿Cómo? Simplemente ejerciendo su alta cuota de autoritarismo. Ese pequeño grupo de personas que controlan los partidos desde hace años, y que son los que diagraman de un modo u otro la oferta electoral se las han ingeniado para evitar los efectos “democratizadores” del nuevo mecanismo de selección de candidatos.
¿Esto implica que hay que derogarlas? Por cierto que no, pero sí modificarlas tratando, en este caso, de no subestimar la capacidad de “trampa”, la maña, de las oligarquías partidarias. Las elecciones primarias y abiertas son imprescindibles para borrar del mapa la anticuada lógica de que es valioso que un puntero tenga “400 votos en la segunda”. Tal ridiculez con la que convivimos casi un siglo, y que es una reminiscencia del fraude conservador de la generación del ’80, muere cuando hay primaria abierta. Y lógicamente deben ser simultáneas, para que los simpatizantes de un espacio no tengan posibilidad de volcar los resultados de otro.
Ahora bien, ¿deben ser en todos los casos obligatorias? En principio para los ciudadanos sí, porque eso genera que el caudal de votos diluya la capacidad de los punteros de definir elecciones con un par de cientos de electores. ¿Pero para los partidos también, aun cuando vayan con lista única? En el esquema actual, la primaria es obligatoria incluso cuando un espacio lleva una sola lista. Y aun cuando en ese caso no hay nada para elegir, el Estado, es decir todos nosotros, le damos muchísimo dinero para que haga campaña para una interna que es ficticia. Y espacios en radio y televisión.
Y como no hay nada que definir, una sola lista recibe dinero y espacios dos veces, para la primaria y para la general. Y en ese contexto, tiene muchísimas ventajas el que no respeta el espíritu de la primaria sobre el que sí lo hace. En el primer caso, una sola lista usa todo el dinero que le aporta el Estado, para una campaña que no es tal. En el segundo las listas que sí compiten, deben repartirse el dinero en partes iguales entre todos, por ende, cada candidato solamente dispone de una porción.
Para ser concretos, usando uno de los pocos ejemplos a mano, el espacio UNEN que presentó cuatro listas en una interna/primaria real, debió dividir en cuatro partes iguales (una parte a cada lista que compite) el dinero aportado por el Estado. Pero el Frente para la Victoria (también usado como mero ejemplo) que violó la naturaleza de la norma, usó todo el dinero para una sola lista, es decir para una no interna.
La obvia consecuencia es que la lista única se difunde con muchos más recursos y llega a más votantes, como resultado de la ventaja que le ofreció vulnerar la naturaleza de la ley y los fines de que esta buscaba. Un disparate. La solución es bastante simple. Debería plantearse una modificación de la ley electoral, donde se establezca que los espacios políticos que determinan la postulación de listas únicas no participan de las primarias. Es decir, para ellos no son obligatorias, ni siquiera posibles. No reciben fondos estatales ni espacios publicitarios y su período de campaña electoral empieza a correr recién, cuando el cronograma que elabora la Justicia dice que puede hacerse campaña para la elección general.
Quienes sí disputen una interna/primaria real recibirán los fondos y los espacios para su campaña y participarán de la elección, que para el ciudadano será obligatoria. De este modo se alcanza una verdadera equidad. Los beneficios económicos y de posicionamiento político que otorga el sistema de primarias podrán aprovecharlo quienes realmente celebren una primaria. Para resolver el problema que podría presentar que el partido A no haga primarias, pero mande a su gente a inclinar la interna del partido B, se elaborará un padrón que excluya a los afiliados de los partidos que no se presentan en primarias. Es decir en la primaria de los partidos que realmente la celebren, votarán afiliados a esos partidos, y toda la masa de independientes no afiliados a ningún partido, que son más del 90% del padrón habitual.
Entonces serán las PAS, porque no serán obligatorias para quienes decidan presentar una única lista de aspirantes a los cargos que se disputen. Y ya que estamos, mejoramos algunas otras cositas. Las listas se presentan ante la Justicia Electoral del distrito y no a las mañosas juntas partidarias. Si hay que dotar de mayor presupuesto a dicha Justicia, para poder atender las necesidades de múltiples listas en primarias, el dinero deberá estar, porque el control de las juntas de los partidos genera inequidades e injusticias.
Otra característica a reformar es el hecho de que la ley imponga que en caso de tratarse de alianzas, el reglamento electoral de no puede prever otro sistema de distribución de cargos que el proporcional (D’Hont) porque es el único que permite una representación democrática de las minorías. Y hasta podría fijarse el debate televisado obligatorio para 5 días antes de las elecciones.
En fin, como quedaron diseñadas las PASO, no se consiguió ninguno de los fines perseguidos. No se alcanzó una competencia interna plena, por el contrario, se premia con publicidad y montañas de plata a quien no compite y además, se le da la posibilidad de hacer doble campaña, poniéndoselo por sobre los que si compiten. Por eso las PASO deberían ser las PAS. Los sistemas electorales se democratizan seriamente con el juego de prueba y error, y buena parte de los errores de las PASO ya quedaron expuestos. Es hora de resolverlos.