Por: Horacio Minotti
La posición que cada persona tenga sobre el aborto seguramente tenga raíces culturales, educacionales, religiosas y familiares. La experiencia personal o de gentes conocidas o queridas también forma opinión. Todas son respetables; en realidad, cualquier posición sólidamente argumentada debe considerarse, especialmente en un tema cuyo debate es fundamental en todos los niveles sociales, para avanzar en materia legislativa y en un tema que será doloroso, se decida lo que se decida.
También es merecedora de atención y respeto la posición del presidente de Ecuador, Rafael Correa, que ha exigido últimamente al Congreso de su país, que no sancione una ley despenalizando el aborto, diciendo además que, de hacerlo, renunciará a su cargo.
Ahora bien, creo recordar que Correa forma parte de ese eje de la “patria grande”, tan progresista, socio de la “revolución socialista” de Hugo Chávez. Eje al que se ha integrado también la Argentina desde el advenimiento del kirchnerismo, coincidentemente superprogres desde la cuna.
Uno supone que las modificaciones en materia de penalización del aborto son cuestiones de gente “progresista”, especialmente cuando el análisis de los escenarios y sus actores suele hacerse contrario sensu, y lo opuesto a un progresista debería ser un conservador. A este último es bastante más sencillo definirlo: es el que prefiere que nada se modifique. Conserva las cosas como están.
Resulta por demás complejo pensar que un progresista no quiere discutir la cuestión de la despenalización o no del aborto. Un progresista, a diferencia de lo que hace Correa con sus legisladores, al menos dejaría librado a la conciencia de cada uno su voto, en un tema tan delicado. Opuesto a ello, Correa los presiona para que voten a su gusto, es decir, en contra de la despenalización, pretende obligarlos a conservar el status quo.
Definir al progresismo es un poco más difícil, porque el vocablo deriva de “progreso”, y es bastante más opinable que cosas son progresos o que supuestos progresos implican retrocesos. Pero sin duda el progresista aboga por el cambio, quiere evitar una sociedad estática y busca que esta evolucione aún cuando en el proceso se produzcan crisis.
En los países del eje progresista, de la revolución socialista según Chávez, nadie avanzó hacia una despenalización del aborto, ni planteó un gran debate social sobre el tema. Por supuesto, no fue así en Venezuela. Cuando se abre la discusión en Ecuador, el presidente reacciona del mismo modo que lo haría el más conservador.
La Argentina tampoco ha debatido el tema. Hay proyectos en el Congreso, pero después de 10 años de absoluto control del kirchnerismo progresista de ambas Cámaras legislativas, nadie se animó siquiera a abrir el debate en una comisión. Es más, se ha obligado a la Corte Suprema de Justicia a crear normas por vía jurisprudencial. El Alto Tribunal ha tenido que definir que no es punible el aborto de una mujer que ha sido violada, porque ni siquiera eso pudo legislar el Congreso controlado por el progresismo K. Expropiar Ciccone sí, ahora definir si una mujer violada está autorizada a abortar, clarificando un solo artículo del Código Penal, ni por casualidad.
No estoy diciendo que el Congreso debió legislar en el mismo sentido del fallo de la Corte. Pero debió hacerlo en algún sentido, avalando o rechazando la posibilidad de que la mujer violada aborte. Es tarea legislativa y los legisladores la han incumplido. Han preferido conservar por omisión.
Dejo sentado que no tengo ninguna posición tomada sobre el tema. Podría argumentar a favor o en contra con la misma contundencia y distintos argumentos, todos atendibles. Quisiera debatir con otros para formarme una mejor opinión y enriquecerme. Pero el progresismo conservador nos ha negado siquiera el debate, espantado por la sola mención del tema.
Esta versión de progresismo-conservador-populista que ha experimentado América Latina estos años podría ser una curiosidad objeto de estudio en el futuro. O tal vez se llegue a la rápida conclusión de que se ha tratado simplemente de una gran farsa progresista, de gobiernos con clara impronta conservadora y populista y retórica vacía de realidad.