30 de octubre de 1983

Horacio Minotti

La fecha de la recuperación democrática, la fecha en que Raúl Alfonsín ganó la presidencia de nuestro país, fue una confusa seguidilla de hechos, para los que eramos muy jóvenes en esos tiempos. Infantes. Fue la conclusión de muchas pintadas y pegatinas de carteles -no había, por esos tiempos, empresas que se dedicaran a ello-. Fue llegar tarde de manera despreocupada a la Federación de Box, en el primer acto importante que recuerdo, y encontrarnos con que no podíamos ingresar por el tumulto que había. Había sido ganar impensadamente la interna al balbinismo.

A la cancha del “Alfonsinazo en Ferro” fuimos varias horas antes, y estuvimos cerquita, pero otra vez, en el acto de cierre, en la 9 de Julio, quedamos como a dos cuadras. Se me contraponen las imágenes con las del último 8N, masivo, al que asistí con mi hijo de 18 años. Era otra 9 de Julio, otra fuerza, otro coraje, otro civismo. Sin hacer valoraciones, era simplemente otro.

Hay quienes dicen que Raúl Alfonsín ganó entonces porque el candidato a gobernador de la provincia de Buenos Aires del Justicialismo, Don Herminio Iglesias, prendió fuego un ataúd con los colores del radicalismo en el acto de cierre de su campaña. Tal afirmación es un reduccionismo exasperante. Alfonsín ganó porque representaba lo opuesto al pasado inmediato, y enfrentaba a los aliados de ese pasado. Ganó porque prometía, como hizo ni bien asumió el poder, enjuiciar a los genocidas, mientras sus oponentes pretendían “pacificar” apañando la ley de autoamnistía dictada por el gobierno de Reinaldo Bignone. Ganó porque desenmascaró el pacto militar-sindical, el mismo sindicalismo que le provocó 13 paros nacionales y más de 3 mil paros sectoriales en sus cinco años y medio de gobierno.

El presidente de la recuperación democrática ganó especialmente porque su promesa base era cumplir con la ley. Enjuiciar a los asesinos frente a sus jueces naturales, democratizar las asociaciones sindicales, respetar la libertad de prensa, cogobernar con el Congreso y la Corte Suprema.

Cometió errores a montones, especialmente en la faz económica, no hay dudas de eso. Y falló en muchos aspectos porque respetó el funcionamiento institucional. El proyecto de ley de democratización sindical cayó en el Senado controlado por el Justicialismo por un solo voto. No hubo promesas de beneficios especiales para algún legislador o su provincia. Tampoco hubo Banelco. Y mucho menos intentar plasmar por decreto lo que no se pudo por ley. Alfonsín dictó diez decretos de necesidad y urgencia en 5 años y medio. Simplemente por comparar con estos tiempos, Néstor Kirchner dictó más de 350 en cuatro años.

Pero más allá de los errores, Alfonsín cumplió. Prometió 100 años de democracia cuando todos pensaban que no superaba los dos de gobierno. Y estamos llegando a los 30. Y no fue que no capeó temporales o desestabilizaciones. Sí los hubo, varios, militares y también civiles. Lo resolvió como pudo, en algunos casos cediendo más de lo que él mismo hubiese juzgado tolerable si no hubiera tenido la responsabilidad de gobierno. Pero acá estamos, habiendo elegido representantes otra vez hace sólo tres días, 30 años después, camino a los 100.

Alfonsín prometió cumplir la ley y lo hizo. Las juntas militares que lo precedieron fueron juzgadas y condenadas por sus jueces naturales. Ni amnistiados, ni sometidos a arbitrarios tribunales ad hoc, ni fusilados ni torturados. Simplemente juzgados, por los mismos jueces que le hubiesen tocado a cualquiera, varios de los cuales habían sido establecidos en sus cargos durante la misma dictadura. La ley al extremo.

El líder radical recibió cuatro canales de televisión porteños, todos estatizados, y solamente privatizó uno de ellos, Canal 9. Pero el programa político que mayores diferencias mostraba con el gobierno, el más crítico, se emitió por años desde el Canal 11 (hoy Telefé), administrado por el Estado. Bernardo Neustadt y Mariano Grondona ejercían su derecho crítico sin limitaciones, desde un canal que controlaba el gobierno.

Alfonsín tuvo duros cruces con la Iglesia Católica. No por charlatán ni por buscar enemigos, porque si de progresismo queremos hablar, la Argentina fue el primer país del subcontinente en sancionar una Ley de Divorcio Vincular, algo realmente revolucionario para la época y por cierto poco digerible para la Iglesia. Pero los días 25 de mayo, los presidentes asistían al Tedeum de la Catedral Metropolitana, y Alfonsín no dejó de ir jamás, aun cuando la jerarquía eclesiástica era fuertemente crítica. Iba a escuchar su oposición y en todo caso, a esperar que el obispo terminara su alocución, y subir al púlpito a responder. Democracia en estado puro.

El lamentablemente extinto ex presidente tampoco tuvo una buena relación con los sectores agropecuarios. Cuando quiso dar su discurso de apertura en la exposición anual de la Sociedad Rural en 1987, sus palabras no se oyeron por la catarata de silbidos de los asistentes. Alfonsín sabía lo que iba a ocurrir, pero estuvo allí de principio a fin.

Don Raúl tuvo además severos conflictos con el diario Clarín, incluso criticó sus tapas de manera pública. Pero ese desacuerdo no lo llevo a intentar desguazar la empresa, ni a privarla de papel, ni a boicotearla de ninguna forma. Simplemente expreso sus diferencias, tal vez su enojo, pero no usó la maquinaria estatal para destruir nada.

Así fue el gobierno de Alfonsín. Cumplió. Actuó como dijo que iba a actuar, cosa que jamás, desde entonces, volvió a ocurrir. Y se apegó a la ley y a las instituciones. En términos porcentuales ejerció el 93% del mandato para el que fue elegido. ¿Se fue antes de tiempo? Sí, un poco. ¿Eso demuestra que solamente los Justicialistas pueden ejercer el gobierno? No. Eduardo Duhalde recibió mandato de la Asamblea Legislativa para gobernar desde enero de 2002 hasta diciembre de 2003. Se fue en mayo de 2003. Apenas superó el 60% de su mandato.

Alfonsín fue la demostración más flagrante y obvia de que es posible gobernar con la ley en una mano y la honestidad en la otra. De que no es necesario ser patotero ni marginal para administrar los asuntos públicos, ni aun teniendo que enfrentar los peligros inminentes que encaró aquél gobierno, que no son ni por las tapas los que vemos hoy.

Y aun así, a los humanistas y progresistas de hoy, no los vi el 9 de diciembre de 1985 en Plaza Lavalle esperando que se leyese la sentencia contra los genocidas. A los tan nacionales y populares de estos días no recuerdo haberlos cruzado en la Plaza de Mayo de Semana Santa del 87, cuando creíamos que en cuestión de días empezaba a desaparecer gente de vuelta. Algunos eramos muy chiquitos, pero estábamos ahí. Varios grandulones charlatanes no estaban. O se escondían o esperaban que se desarrollen los acontecimientos a ver con quién “arreglaban”.

Si pudieron atravesarse esos complejísimos tiempos apegados a la ley, hoy podemos hacerlo. La Argentina entró desde entonces en un tobogán sin fin de degradación institucional y no hay otra salida que detener la caída y empezar a recuperarnos. Y eso se hace a pura ley, a puro derecho. Sometiéndose el gobernante a las normas e imponiendo a todos su cumplimiento. Pero primero el que gobierna. Alfonsín pudo, cumplió. Nosotros también podemos, Don Raúl no era “El Zorro” era un hombre formado y valiente, con buenas intenciones. Será cuestión de juntar veinte tipos de esos, no puede no haber.