Por: Horacio Minotti
Carlos Santiago Fayt es, sin lugar a dudas, el más importante jurista vivo de la Argentina. Su presencia en el tribunal de máxima jerarquía de cualquier país del mundo, es un lujo que pocos Estados pueden darse. Lo es por sus antecedentes académicos, por su profusa obra doctrinaria plasmada en cientos de obras que arrojaron luz sobre infinidad de problemáticas legales que han sido cruciales para la vida de los argentinos; y lo es porque desde su llegada a la Corte Suprema de Justicia en 1983 resultó autor de muchos votos fundamentales en temas clave como libertad de prensa y expresión y las garantías constitucionales.
Fayt es un lujo para cualquier Corte Suprema, porque ha mantenido desde su asunción independencia respecto de cada uno de los gobiernos que pasaron durante el ejercicio de su alto cargo. Fue independiente del radicalismo de Raúl Alfonsín que lo nominó para el cargo no siendo radical; se mantuvo independiente de la “mayoría automática” menemista durante los diez años de gestión del ex presidente riojano. Siguió siendo independiente del gobierno de Fernando De la Rúa, y lo fue de Eduardo Duhalde quien ya por 2002 ejercía presión para que Fayt abandone su cargo, basado en su edad. Por cierto lo fue del kirchnerismo, que en diversas épocas siguió la línea duhaldista en la búsqueda de su sillón en la Corte.
Eso es Fayt. Independencia del poder político, defensa a rajatabla de las garantías constitucionales, calidad y claridad intelectual, arduo trabajo y fallos y obras memorables. La historia le reserva un sitial especial, al margen de las reyertas políticas de ocasión, a la par de Juan Bautista Alberdi o de Dalmacio Vélez Sarsfield.
Sentarse a hablar con Fayt es una experiencia enriquecedora a cada minuto y sobre cada tema que se toque; el saber jurídico de la personalidad más importante de nuestra historia en materia de derecho político resulta esclarecedor a cada momento. Integra hoy una Corte con colegas también importantes. Nadie puede desconocer, aun pensando distinto, el aporte y el conocimiento que Eugenio Zaffaroni posee sobre la ciencia del derecho penal, ni tampoco el bagaje de sabiduría de Ricardo Lorenzetti y Elena Higthon de Nolasco sobre derecho civil.
Pero no puede uno desentenderse del hecho de que la Corte es el último resguardo del control de constitucionalidad: en el cuarto piso del Palacio de Justicia se custodia nuestra forma de vida, la que hemos elegido, el sistema republicano, la democracia, y con ellos la división de poderes y la garantías de los ciudadanos. Y sobre esos temas es sobre los que Fayt da cátedra constante incluso a sus colegas. Hoy, a sus 96 años conserva un vuelo intelectual y una capacidad de elaboración y aplicación de conceptos jurídicos y sociales únicos, envidiables para quienes tenemos menos de la mitad de su edad.
Si alguna vez vamos a perder el extraordinario lujo de tener a Fayt en la Corte, es deseable que sea él mismo o la naturaleza quien lo decida. No la presión, no la operación política de bajo vuelo buscando quebrarlo en base a la menor resistencia física lógica de su edad. La necesidad política de determinada facción, la que fuese, no puede privarnos de la trascendente ventaja para la libertad y garantías ciudadanas, que significa la presencia de Fayt en la Corte Suprema.