Por: Horacio Minotti
La ausencia de Daniel Scioli en el debate presidencial despertó infinidad de críticas desde diversos sectores políticos, periodísticos y sociales. Sin embargo, a mi humilde criterio, el candidato oficialista hizo bien en no asistir, porque tal postura encierra un acto de sinceramiento político e institucional clave. Su sola ausencia habla de él mucho más claramente que cualquier falsedad que hubiese volcado de estar presente en el debate.
Scioli dijo, con su inasistencia, lo que piensa de las instituciones y del pueblo. El debate tuvo un bloque donde los candidatos hablaban de institucionalidad. ¿Qué hubiese dicho el actual gobernador? ¿Que no le importa? ¿Que la independencia del Poder Judicial es algo que lo perjudica y que va a impedirla a como dé lugar? Por cierto que no, hubiese dicho una mentira.
El ex motonauta fue sobreseído la semana pasada en una causa en la que se le imputaba enriquecimiento ilícito, porque su patrimonio evolucionó en los últimos diez años de una deuda de 40 mil pesos (es decir, patrimonio negativo) a declarar en la actualidad 15 millones de pesos en activos.
El sobreseimiento dictado por un juez de La Plata se llevó a cabo sin requerir una pericia contable sobre la documentación presentada por Scioli en el juzgado. Es decir, el juez, un abogado, analizó por su cuenta documentación contable compleja y con eso sobreseyó. El fiscal de la causa, encargado de representar al pueblo en la acusación, no apeló. Si Scioli iba al debate, ¿qué decía sobre institucionalidad? Hizo bien en no ir a mentir.
El candidato oficialista tiene otras prioridades. Para él, el debate carece de valor práctico, como dijo: “Es un chamuyo”. Es que sus votos no provienen de ciudadanos a los que les importe lo que se diga en un debate, y él lo sabe. Scioli bien hubiera podido subirse al atril y no decir nada o exagerar con promesas de inversiones por 100 mil billones de dólares en salud y educación; y sus votos hubiesen sido exactamente los mismos.
Las preferencias por el gobernador provienen de otro origen: son votos condicionados, no libres, de aparato, de apriete, de prebenda o de fraude directo, y se clava en su 38,5 % de las PASO. Nada de lo que dijese por fuera de “Con fe, con esperanza” iba a ser creíble, lo más sincero fue su ausencia. Le hizo con ella el pequeño favor que está dispuesto a hacerle a la institucionalidad: se privó de mentir, al menos en dicho evento.
Ayer se conoció la noticia de que Scioli se recibió. A los 58 años, en medio de una campaña electoral para presidente, con las inundaciones de por medio, las recorridas por el país, el festejo con los distintos gobernadores electos y además la obligación de gobernar (o lo que sea que haga en la provincia de Buenos Aires), el candidato oficialista cursó 9 materias en 7 meses en la carrera de comercio exterior y obtuvo un 7 como calificación de su tesina, lo que le otorgó el título de licenciado en la materia. ¿Habrá faltado al debate para estudiar? Difícil. En lo personal, le agradezco que no haya ido a tomarme el pelo también desde el atril del debate.
Para Scioli carece de sentido confrontar propuestas, porque no las tiene, ni le interesa tenerlas. Mientras los otros candidatos se esmeran en exhibir sus más elaboradas ideas para inducir el voto hacia ellos, el sciolismo-kirchnerismo hace operaciones de prensa, prepara maniobras irregulares en las provincias del noroeste, deniega mediante sus jueces electorales subrogantes (como el magistrado electoral de La Plata) medidas para paliar el robo y la destrucción de boletas, entrega heladeras, licuadoras y bolsones de comida a los ciudadanos que empobreció hasta necesitar la caridad del Estado y se ocupa de obtener cierres exprés de causas judiciales en su contra. Esos son sus instrumentos para ganar la elección, por ende, ¿para qué debatir? O peor, ¿para qué tener propuestas?
Es absolutamente cierto, en la lógica de Scioli, que el debate “es chamuyo”. Para él sí lo es. Goza de otras armas mucho más eficientes y menos riesgosas que aventurarse a decir una soberana pavada y quedar expuesto al innecesario papelón. Su ausencia fue un acto de sinceridad con el pueblo, tal vez el único que podamos esperar de él hasta el final de la campaña.