Siria ingresa como parte de la Convención de Armas Químicas, lo cual significa que no podrá producir, adquirir ni utilizar dichas armas y deberá destruir todos sus arsenales e instalaciones para su fabricación. La OPAQ, Organización para la Prohibición de las Armas Químicas, ganadora reciente del Premio Nobel de la Paz, será la encargada de verificar el cumplimiento de los compromisos asumidos.
Desde su entrada en vigor en 1997, Siria se mantuvo renuente de formar parte de la Convención. Al día de hoy sólo restan seis países -Angola, Corea del Norte, Egipto, Sudán del Sur, Israel y Birmania- para que este instrumento esencial tenga alcance universal.
El camino que se abre no hubiera sido posible sin la racionalidad puesta en la mesa de negociación por los líderes de Estados Unidos y Rusia, Barack Obama y Vladimir Putin, y sus equipos diplomáticos.
De igual relevancia fue la posición de otros líderes sin armas pero con influencia planetaria como el Papa Francisco y el secretario General de las Naciones Unidas Ban Ki-moon y también de la opinión pública mundial, quienes rechazaron desde el principio las propuestas de ataque unilateral, fuera del marco de las Naciones Unidas.
El mundo se horrorizó ante los efectos devastadores del uso de agentes químicos que costaron la vida de miles de personas, sin discriminar combatientes de civiles, ni adultos de niños. Todavía conmueven las imágenes de Aleppo y Ghouta como conmovieron en 1988 las del ataque químico en Halabja, Kurdistán iraní, donde perecieron 5000 civiles y decenas de miles quedaron afectados de por vida.
Sin embargo, una amenaza mucho mayor pende sobre todos nosotros: la de las indescriptibles consecuencias humanitarias de la posible explosión de un arma nuclear sofisticada o improvisada, detonada por un estado o por un grupo terrorista.
Aun con un artefacto del más bajo poder, cientos de miles de personas perderían la vida y otros tantos sufrirían daños irreversibles. Las consecuencias políticas, económicas y sociales de toda índole tendrían, sin duda, un alcance global. En otras palabras, nadie en el planeta Tierra estaría exento de sufrir efectos directos o indirectos de tan catastrófico incidente.
Si un acuerdo internacional para la eliminación de las armas químicas en el mundo fue posible, también puede serlo uno que prohíba las armas nucleares y que las elimine de la faz de la tierra.
Lograr este acuerdo internacional no será tarea fácil, pero es factible. Todavía los nueve estados que poseen las 17.000 armas nucleares se niegan a desprenderse de ellas y viven en el mito de que las pueden controlar totalmente, de que ningún accidente, ningún robo, ningún error sucederá y, sobre todo, de que con el sólo hecho de tenerlas tienen asegurado por siempre un lugar prominente en el contexto de poder global.
Sin embargo la realidad ha dado reiteradas muestras de la fragilidad de ese argumento.
Muchas guerras han sido libradas y la posesión de armas nucleares no alcanzó para influir en los resultados finales. Otras veces el buen tino de pocas personas evitó desatar guerras nucleares incontrolables. Terroristas de diferentes signos han manifestaron su intención de obtener el material necesario para fabricar un arma nuclear y algunos de esos intentos pudieron ser desbaratados.
La humanidad ha sido hasta ahora muy afortunada, pero ¿por cuánto tiempo será así? La pregunta es si debemos esperar a que un hecho catastrófico y conmovedor sea lo que dispare las decisiones correctas que aceleren el desarme nuclear, como sucedió en Siria con el uso de armas químicas contra la población civil.
Una creencia instalada es que se trata de un tema exclusivo de los países nuclearmente armados, pero en realidad en este tema esencial no hay países más o menos importantes. Los que no poseen ni desean poseer armas nucleares pueden y deben influir positivamente para producir el cambio en los países que sí las poseen. Existen muchas formas y múltiples campos de negociación para lograrlo.
Como opinión pública debemos influir para que los líderes, sin distinción de país, tomen conciencia de los riesgos e incluyan este tema fundamental dentro de sus prioridades estratégicas.
El desarme nuclear total, completo, verificable e irreversible, tanto como el desarme químico, es posible. Sólo hace falta la voluntad política de los líderes para encararlo, una voluntad que se fortalecerá en la medida de que el conocimiento y la determinación de los ciudadanos de todo el mundo se los demanden.