Por: Itai Hagman
A pesar de su importancia estratégica para América Latina y su impacto de magnitudes en el plano económico y político en nuestros países, las negociaciones de un acuerdo de libre comercio entre la Unión Europea y el Mercosur no están presentes en la agenda pública. El regreso del “libre-comercio” como fórmula de integración al mundo “desarrollado” reaparece a casi diez años del rechazo al ALCA en la Cumbre de las Américas de Mar del Plata en 2005. Así como aquel hecho reflejó un cambio político positivo en la región luego de las rebeliones populares y la crisis del neoliberalismo, la posibilidad de este nuevo acuerdo expresa tendencias de cambio en un sentido regresivo.
Lo primero a señalar es que el contexto en que avanzan las negociaciones para el acuerdo UE-Mercosur es el de la continuidad de una importante crisis económica internacional de la que no se percibe el final, y cuyo epicentro hoy está en Europa. Producto de ella, en algunos países del Viejo Continente los índices de desocupación superan los dos dígitos, sobre todo entre mujeres y jóvenes; los sistemas financieros fueron “auxiliados” por los Estados con salvatajes millonarios pero continúan quebrados y se suceden fuertes convulsiones sociales frente al desarme de las viejas conquistas de los Estados de bienestar. En última instancia todos estos hechos son fruto de transformaciones a nivel global del capitalismo.
En segundo lugar y como consecuencia de estas modificaciones a escala planetaria, en las últimas décadas se vieron cambios significativos en el comercio internacional. Si bien el nivel de concentración del comercio no ha variado, ya que los diez países principales concentran el 50% del intercambio global, sí se ha modificado sensiblemente la composición de estas potencias, fundamentalmente con la incorporación de China (hoy principal exportador del mundo) y de Corea del Sur. Aunque estos países no tienen capacidad, al menos por el momento, de disputar la hegemonía mundial, constituyen un obstáculo serio para los intereses de las viejas potencias europeas y de los Estados Unidos.
En tercer lugar y vinculado a esto último tenemos el fracaso de las discusiones en la Organización Mundial de Comercio (OMC) para liberalizar el comercio internacional, producto de los intereses encontrados entre las distintas economías. Luego de la virtual disolución de las “Rondas de Doha” durante el 2013, producto de la falta de acuerdo tras más de diez años de negociaciones, se buscan salidas alternativas. En este contexto se enmarca no sólo la discusión de un tratado de libre-comercio entre el Mercosur y la UE sino también entre esta última y los EEUU (“Acuerdo Transatlántico sobre Comercio e Inversión, ATCI), lo que implicaría una suerte de triangulación en el eje de occidente que podría funcionar como barrera para la penetración China en la región. Por otro lado, si bien en el plano latinoamericano el proyecto del ALCA fracasó, EEUU motorizó la “Alianza del Pacífico” que integra a Chile, Colombia, Perú y México y desde donde se viene avanzando en los planes de liberalización del comercio internacional con Asia, Norteamérica y Europa.
El acuerdo y sus consecuencias para América Latina
Si bien la Unión Europea conserva el status de principal socio comercial del Mercosur, tanto en destino de exportaciones como en fuente de nuestras importaciones, y continúa siendo el principal inversor extranjero de la región, su peso en ambos rubros viene disminuyendo en los últimos años cediendo terreno al competidor asiático. La relación comercial no es diferente a la que signó toda nuestra historia. Mientras que nosotros les vendemos productos primarios y derivados (en nuestro caso fundamentalmente agro-industriales) ellos nos venden maquinarias e insumos para la industria. Simétricamente nuestros países cobran aranceles contra la importación de productos industriales, mientras que los europeos los establecen a las materias primas. La misma situación ocurre en materia de subsidios, en donde Europa destina unos 50 mil millones de euros anuales para apuntalar su producción primaria.
Las razones de esta situación son de larga data e incluyen tanto elementos económicos como de dominio político. Lógicamente la eliminación recíproca de aranceles entre el Mercosur y Europa, en lugar de modificar las características de esta relación comercial asimétrica, la profundizarían, es decir que nuestras exportaciones se primarizarían aun más y nuestra dependencia de bienes de capital, de insumos y tecnología se haría aún más elevada.
Pero el peligro es mayor, ya que avanzar en un acuerdo de libre comercio con Europa podría ser el primer paso para realizar acuerdos de esta naturaleza con otros bloques comerciales dominantes y de manera directa o indirecta, con Estados Unidos. De hecho no habría razón para hacerlo sólo con la Unión Europea pero rechazarlo frente a otras potencias, lo que implicaría una apertura total de las economías del cono sur, en correlaciones de fuerza de suma debilidad. En definitiva, nada demasiado diferente a lo que habría ocurrido con el ALCA en caso de prosperar a principios de siglo.
La teoría económica liberal plantea que acuerdos de esta naturaleza son favorables porque aumentan las exportaciones y por ende la producción, lo que sería beneficioso para el empleo y los ingresos. Sin embargo la expansión que viene aparejada por los acuerdos de libre comercio se reduce a las actividades “competitivas”, que en nuestro país son las agro-industriales, las cuales generan muy poco valor agregado, empleo e ingresos. Por el contrario, la contrapartida de inundación de productos manufacturados de origen europeo perjudicaría la incipiente y débil producción manufacturera local empeorando los niveles de empleo e ingreso, además de potenciar las presiones al desequilibrio de las cuentas externas.
Lo que tampoco asume la teoría económica liberal es que en la actualidad del mundo capitalista globalizado, más de la mitad del comercio internacional es intra-firma. Esto significa que en lugar de intercambio de bienes producidos entre distintos países que pueda generar beneficio para ambas partes, se trata en realidad de la integración de empresas trasnacionales que diversifican su producción en distintas economías aprovechando las ventajas de cada una para reducir sus costos. En consecuencia un acuerdo de libre comercio en lugar de mejorar el intercambio comercial entre países, simplemente abarataría los costos de las empresas perjudicando a los Estados y por tanto facilitaría las estrategias globales de las multinacionales en nuestro continente.
Según los pocos transcendidos mediáticos, el Mercosur (exceptuando a Venezuela) avanza en esta discusión impulsada fundamentalmente por Brasil y llegaría a hacer una primera propuesta a la Unión Europea en el mes de junio de 2014. Argentina, que se venía oponiendo a esta posibilidad, ahora se muestra más abierta. El silencio absoluto con el que estas negociaciones se están manejando no resulta sorprendente, ya que contradicen el espíritu con el que se rechazó el ALCA. En lugar de abrir una discusión con el conjunto de la sociedad en relación a este tema, se intenta avanzar sin que nadie se entere. Esto es lo que denuncian los Movimientos Sociales hacia el ALBA, protagonistas diez años atrás del rechazo del ALCA.
En este marco resulta aun más urgente comenzar a instalar este tema en la discusión y generar conciencia de la importancia que tiene para el futuro del pueblo argentino y latinoamericano.