El trabajo que realizan los miles de “cartoneros” que cada noche revisan la basura en Buenos Aires llenando sacos y carros con papel, botellas y cualquier otra cosa que pueda ser vendida o reutilizada, por más precario que parezca, representa un aporte importante al, aparentemente insoluble, problema de los residuos sólidos porteños.
El año pasado se enviaron dos millones de toneladas de residuos a rellenos sanitarios del Ceamse (que están rebalsando). A pesar de haber aprobado una ambiciosa Ley de Basura Cero en 2004, el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires se ha demorado en cumplir sus objetivos para evitar que la basura vaya a los rellenos. Aunque el gobierno anunció reducciones de 29% el mes pasado, la ciudad sigue muy lejos de cumplir con las metas demandadas por la ley.
En paralelo, el sistema de recuperadores urbanos de la ciudad, a pesar de ser el sistema oficial de recolección, aún no es tomado en serio como un programa de política pública ni recibe el apoyo municipal que necesita para ayudar a lograr las metas de reducción esperadas. De hecho, no hay cifras oficiales de cuánto material recogen las cooperativas encargadas del reciclaje porteño. Diversos estudios marcan que un 40% del material enviado a rellenos sanitarios se podría reciclar, objetivo al que la cooperativas podrían llegar si contaran con real apoyo.
Tanto recuperadores urbanos como expertos han señalado que el sistema trata al reciclaje como un programa de ayuda social. A cambio de conducir el sistema de reciclaje de la ciudad, los cartoneros reciben un pequeño subsidio y los escasos beneficios de lo que venden.
Gerardo Codina afirma que si se tomara en cuenta el ahorro que los cartoneros aportan a la ciudad al evitar que la basura llegue a los rellenos sanitarios (se paga un altísimo costo por esto), el cálculo daría por resultado que en realidad se están pagando su propio subsidio.
Gustavo Ibáñez es el presidente de la Cooperativa Recuperadores Urbanos del Oeste, una de las doce cooperativas que con cuatro mil miembros están encargadas de juntar el material reciclable porteño. La cooperativa de Ibáñez tiene cerca de setecientos miembros de cartoneros que juntan alrededor de treinta y cinco toneladas de materiales reciclables por día.
Cualquiera que los haya visto trabajar entiende que el proceso de separación de residuos actual es una tarea artesanal, llevada a cabo en veredas en toda la ciudad, donde los recuperadores urbanos buscan en las bolsas de basura los materiales reciclables. Más difícil aún en las zonas donde los nuevos contenedores para residuos están armados para recolección de camiones, forzando a que los recolectores prácticamente tengan que tirarse dentro del contenedor para clasificar los residuos.
“Esto podría ser mucho mejor”, dice Ibáñez. Si los residentes separaran su basura reciclable, él estima que la tasa de recaudación del cartonero podría ser cuadruplicada. Además, de este modo, los trabajadores no se verían obligados a meterse dentro de los contenedores, ni a romper las bolsas de basura, chocándose con pañales sucios y vidrios rotos. Las veredas estarían más limpias también, ya que el contenido de las bolsas no se clasificaría en las veredas.
Mientras que el sitio web de la ciudad ostensiblemente anima a los ciudadanos interesados a separar la basura reciclable en el hogar, no hay un esfuerzo de educación o un sistema gubernamental para que los vecinos se pongan en contacto con la cooperativa local. Tampoco hay respuestas para los edificios con recolección de basura central. El reciclaje en realidad sólo existe como un activismo de los residentes en Buenos Aires.
La experiencia internacional marca éxitos a través de esfuerzos más integrales, aunque en una escala menor. La ciudad de Londrina en Brasil ha logrado reciclar el 23% de las trescientas nueve toneladas de residuos que produce cada día. Esas noventa toneladas de materiales reciclables son recogidas por “catadores”, como se les llama allí. Además de recibir apoyo logístico municipal, los catadores encabezaron una iniciativa de educación puerta a puerta, explicando cómo separar los materiales reciclables y el desarrollo de un programa de recolección con los residentes. Otras ciudades en Brasil y Bogotá, en Colombia también están experimentando con sistemas similares.
Con el principal relleno sanitario de Buenos Aires a punto de alcanzar su tope este año y las autoridades de los municipios del conurbano (y sus ciudadanos) que se niegan a permitir nuevos, el gobierno de la ciudad ya no puede permitirse el lujo de arrastrar sus pies. Es hora de reconocer el valor del trabajo de los cartoneros, y brindarle el apoyo necesario para que lleven a cabo este servicio público vital.