Por: Jorge Ramos
Alex Rodríguez es un misterio. No entiendo por que A-Rod – uno de los mejores y más ricos beisbolistas del mundo – puso en riesgo su carrera, su fama, su dinero, su reputación, su legado y su historia personal por, supuestamente, inyectarse sustancias prohibidas. ¿De verdad lo necesitaba para ser un mejor jugador? ¿Por qué alguien tan poderoso puede hacer algo tan insensato?
Las Ligas Mayores de Béisbol de Estados Unidos suspendieron a A-Rod por 211 juegos luego de acusarlo de inyectarse esteroides en la clínica Biogenesis de Coral Gables, Florida. La clínica ya cerró y Rodríguez apeló la suspensión. Ha admitido que usó sustancias prohibidas para mejorar su desempeño cuando jugaba para los Texas Rangers de 2001 a 2003, pero asegura que se ha abstenido de ellas desde entonces. Las Ligas Mayores declararon que Biogenesis proporcionó sustancias prohibidas a Rodríguez y otros jugadores desde 2009 hasta 2012. Pero la duda persiste.
Ya es imposible saber si los jonrones que conectó A-Rod en su notable carrera (con los Marineros de Seattle, los Rangers de Texas y ahora con los Yankees de Nueva York) fueron reales o simplemente fabricados con la ayuda de una jeringa. Tan difícil de saber cómo cuántos Tours de Francia ganó el ciclista Lance Armstrong sin transfusiones de sangre y estimulantes ilegales.
Y no creo que sea por dinero. A-Rod cobró más de la mitad de los 275 millones de dólares del contrato por 10 años que firmó en 2007. Aun si su suspensión culminara con su retiro del béisbol profesional, a A-Rod nunca le harán falta viajes en jet privado, casas, ni corbatas.
Si usó sustancias prohibidas, lo hizo, quizás, porque pensó que esa era la única manera de salir adelante. Y no está solo. Los 13 jugadores suspendidos la semana pasada son, todos, latinoamericanos o hispanos. De ese mismo grupo, nueve son dominicanos o de origen dominicano. (A-Rod nació en Nueva York de padres de República Dominicana.)
Hay más. Desde que las Ligas Mayores prohibieron en 2004 el uso de estimulantes y hormonas, 36 de los 67 jugadores que han sido suspendidos son latinos o latinoamericanos – más de la mitad – según el cálculo que hizo el diario El Nuevo Heraldo. Los jugadores hispanos o de origen latinoamericano fueron el 27 % de todos los jugadores en las Grandes Ligas en la temporada del 2012.
¿De verdad los beisbolistas latinos se drogan más que los que no son hispanos? Los números no mienten. Sería tentador (y falso) decir que las investigaciones médicas se han centrado injustamente en jugadores latinos y que, por lo tanto, han sido identificados y acusados sólo por su color de piel. La realidad es que se ha investigado a todo tipo de jugadores y los nuestros no salieron bien parados.
Es mucho más honesto decir que nuestros jugadores ven el béisbol como una manera de salir de la pobreza y que sufren presiones desproporcionadas – de agentes, anunciantes, clubes, familiares y extorsionistas – para superar sus récords y rendimiento deportivo y, al mismo tiempo, aumentar sus cuentas de banco y las de todos los que los rodean. Reafirma, también, sus convicción de sobresalir y buscar el reconocimiento, cueste lo que cueste. Es una cultura que tolera la trampa y en que se vale cualquier cosa con tal de salir adelante. Eso no justifica sus conducta, pero la explica.
No hay nada más angustiante para un deportista que ya no es pobre ni anónimo que la posibilidad de regresar humillado, e incapacitado física y económicamente, al lugar donde salió. Esa es su peor pesadilla. Es, como dicen en México, regresar con la cola entre las patas.
Si A-Rod nunca hubiera utilizado sustancias prohibidas, como se le acusa en las Ligas Mayores, ¿podría haber logrado la adulación, los récords y la riqueza que tiene actualmente? Nunca lo sabremos. Pero su gran temor es regresar a ser simplemente Alexander Emmanuel Rodríguez, de Washington Heights en Nueva York, y no la estrella que, antes de este escándalo, muchos admiraban.
El problema no es sólo A-Rod, sino también los miles de jóvenes latinos que lo han idealizado. A-Rod, con sus sorprendentes hazañas deportivas como bateador, short stop y tercera base, hizo creer a muchos que el béisbol era la manera más rápida y fácil de salir de la pobreza y encontrar la fama. Y eso es falso. Hoy sabemos que, aunque no hay garantías, la universidad es el camino más directo a una vida buena y digna.
Ser héroe ya no es lo que era antes. Los héroes de mis libros de texto transformaron países y dieron la vida por su pueblo; igual Benito Juárez y Simón Bolívar que Nelson Mandela y el Dalai Lama. Pero ahora, en la cultura de la satisfacción inmediata, hemos improvisado como héroes a beisbolistas, ciclistas, golfistas, cantantes, actores, soldados, policías y personajes de la televisión que están muy lejos de ser un ejemplo a seguir.
Los héroes que escogemos nos definen. De alguna manera indican hacia dónde queremos ir y a que aspiramos. Así, la caída de A-Rod es tanto su culpa como la nuestra. Eso nos pasa por escoger a héroes de papel.