Por: Jorge Ramos
La guerra es el fracaso. Significa que no pudimos encontrar otra opción. Que nuestra paciencia y creatividad llegaron a su límite. Que en vista de nuestra incapacidad negociadora, decidimos lanzarnos a matar al enemigo antes de que nos maten. Eso está ocurriendo tanto en Siria como en Colombia y en el conflicto del Oriente Medio entre israelíes y palestinos.
Primero Siria. Entiendo la enorme resistencia del presidente de Estados Unidos, Barack Obama, a enviar tropas norteamericanas a la guerra civil en Siria -la nación ha estado librando guerras desde 2001. Son terribles las imágenes de civiles asesinados en Siria, particularmente las de víctimas de un ataque químico, pero hoy es impensable ver tanques y tropas estadounidenses ahí. Estados Unidos podría actuar desde lejos -con diplomacia, sanciones, limitando con sus aviones el espacio aéreo sirio, y hasta con ataques con “drones”- pero no está dispuesto a caer, otra vez, en el abismo de la guerra.
El presidente sirio, Bashar Assad, es implacable. No dudaría en destruir su país si es necesario para mantenerse en el poder, y aunque él lo ha negado, hay un creciente consenso en la comunidad internacional de que ha utilizado armas químicas contra su propio pueblo. Además, Assad aún tiene el apoyo de Rusia, Irán y China, así como del grupo extremista Hezbollah en Líbano. Eso complicaría cualquier intervención militar norteamericana. También, algunos rebeldes opuestos al régimen de Assad tienen vínculos con Al-Qaeda, y sacar a Assad por la fuerza significaría aliarse con enemigos.
Colombia, en cambio, está haciendo un esfuerzo sobrehumano para salir de la guerra que la ha agobiado durante más de 50 años. “Desangre” lo ha llamado el presidente Juan Manuel Santos – y tiene razón. Estos son datos del informe Basta Ya Colombia: Más de 220 mil personas han muerto (civiles en su mayoría), 27 mil han sido secuestrados, 10 mil mutilados y casi 5 millones desplazados. ¿Se puede imaginar más violencia?
La realidad es que ningún gobierno colombiano, incluyendo el de Álvaro Uribe, ha podido acabar por la fuerza con las guerrillas de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia. Y las FARC tampoco tienen el poder y el apoyo popular para ganar militarmente. No queda más remedio que conversar. Y eso es precisamente lo que estaban haciendo ambas partes en Cuba hasta que las FARC decidieron unilateralmente tomarse una “pausa” para pensar sus opciones. Pero no hay mucho que pensar. Las opciones son: la paz o seguirse matando.
“Es decepcionante darnos cuenta de la magnitud del abismo entre nosotros”, dijo hace poco Santos. “Pero es precisamente porque existe ese abismo que estamos conversando”.
Un abismo aún más profundo existe entre israelíes y palestinos. Desde antes de la creación del Estado de Israel en 1948 ya estaban combatiendo. Por eso resulta alentador que, bajo el auspicio del nuevo secretario de Estado norteamericano, John Kerry, ambas partes hayan aceptado iniciar conversaciones de paz.
Muchos han intentado antes lo que parece ser la negociación internacional más difícil del planeta. ¿Qué hacer cuando dos pueblos reclaman una misma ciudad, Jerusalén, como capital? ¿Cómo buscas apoyo en la región cuando muchos países árabes ni siquiera reconocen la existencia del estado de Israel? La realidad es que israelíes y palestinos comparten historia y territorio, y no pueden evitar un futuro común. Son vecinos que tendrán que verse la cara todos los días. La pregunta es dónde poner la frontera y cuáles serán las nuevas reglas del juego. Pero está claro que es imposible que un lado extermine al otro.
Esto me recuerda una carta de Sigmund Freud. “Los conflictos de intereses entre los seres humanos se solucionan mediante el recurso de la violencia”, dijo el fundador del psicoanálisis en una fascinante carta al científico Albert Einstein en 1932. “Así sucede en todo el reino animal, del cual el hombre no habría de excluirse”.
Esto sugeriría que los seres humanos estamos condenados a la guerra. Pero poco después el mismo Freud nos ofreció una salida. “La violencia es vencida por la unión”, escribió. Y esta unión se da “cuando los miembros de un grupo humano reconocen una comunidad de intereses”.
Está claro que el mejor interés de sirios, colombianos, israelíes y palestinos es vivir sin el temor constante a ser atacados y reconociendo como iguales a sus antiguos oponentes. Lo que todos comparten es que no quieren morir a manos del otro. Y ése es un buen comienzo.
No tengo muchas esperanzas de que esta fórmula de paz pueda realizarse en Siria mientras Assad siga en el poder. Ni siquiera una intervención militar norteamericana traería la paz a Siria. Pero en cambio sí tengo muchas esperanzas en los otros dos conflictos.
“¿Hay una manera de liberar a los seres humanos de la fatalidad de la guerra?”, se preguntaba Einstein en su correspondencia con Freud. Creo que sí. Colombianos, israelíes y palestinos tienen en sus manos la maravillosa oportunidad de mostrarnos cómo se sale del abismo: mediante el diálogo.