Por: Jorge Santos
La administración kirchnercristinista ha llevado a la Argentina a un desorden social de una magnitud difícil de dimensionar cuando a diario una noticia mala tapa otra; y mientras un anuncio falaz es olvidado por una nueva cortina de humo montada desde el poder.
Los argentinos se han acostumbrado a que lo predecible sea lo incierto del futuro; mientras el pasado se acomoda a la necesidad de construir el relato que enmarcan las necesidades del ahora.
En el país no importa otro hecho para el gobierno que no sea mantener el poder, de cualquier forma, aun de la más inescrupulosa.
La tergiversación de la verdad, la intimidación, el despotismo ha desplazado de la escena nacional a la autoridad que deriva del respeto al estado de derecho, a la independencia de los poderes del Estado y a la pluralidad de ideas.
La presidente juega con el destino de los más desprotegidos a los que engañosamente dice defender. Ella sólo cree y busca la inmediatez para ser la protagonista única de los resultados en su mezquindad de ir por todo, sin reparar en lo más mínimo para qué o a costa de quiénes se propone alcanzarlo.
Encerrada en su mundo de ambiciones reñido con la República, Cristina, y sus más conspicuos aduladores, están sumergidos en una arriesgada mezcla de agresión, absolutismo, venganza y rencor que busca en el afuera enemigos y responsables fruto de sus desaciertos e improvisaciones permanentes en todos los órdenes.
En este contexto donde sobreabundan negocios turbios con amigos del poder, sospechas de corrupción y aprietes, ya no sorprende nada.
Nada extraña a los argentinos, sólo les produce estremecimiento la escalada incesante de atropellos a todas las normas jurídicas y a las libertades individuales.
Lo lamentable es acostumbrarse a esto esperando que un hecho mágico evite que siga sucediendo; mientras en todos lados se comercializan drogas para aniquilar generaciones, transformándolas en botín fácil del narcotráfico engarzado en las entrañas del poder político; o las muertes se acumulan por una inseguridad que no se combate.
La difamación y la calumnia lucen por doquier nutriendo un azaroso enfrentamiento.
El atraso y la miseria están expuestos en el escaparate de la realidad, enfrentados a las falsedades de la ficción contada.
La primera mandataria habla de la patria, pero su patria no es para todos, aunque ella exprese lo contrario. No contempla a los que quieren vivir en paz, a los que quieren ser respetados, a los que pretenden salir y regresar a su hogar sin que la delincuencia trunque su existencia, a los que quieren trabajar y trazar un futuro digno para sus hijos.
Cristina Kirchner debería leer el libro que le regaló el Papa Francisco y no tratar de apoderarse de su figura por cuestiones netamente electoralistas.
En ese obsequio, el Papa -con su impronta jesuita que habla más con los hechos que con la palabra- le acercó a Cristina, entre otros, los siguientes mensajes:
- Vemos con preocupación el acelerado avance de diversas formas de regresión autoritaria por vía democrática que, en ciertas ocasiones, derivan en regímenes de corte neopopulista. Esto indica que no basta una democracia puramente formal, fundada en la limpieza de los procedimientos electorales, sino que es necesaria una democracia participativa y basada en la promoción y respeto de los derechos humanos.
Una democracia sin valores, como los mencionados, se vuelve fácilmente una dictadura y termina traicionando al pueblo.
Esto refleja que no puede haber democracia verdadera y estable sin justicia social, sin división real de poderes y sin la vigencia del Estado de derecho.
- Es alarmante el nivel de la corrupción en las economías, que involucra tanto al sector público como al sector privado, a lo que se suma una notable falta de transparencia y rendición de cuentas a la ciudadanía.
En muchas ocasiones, la corrupción está vinculada al flagelo del narcotráfico o del narconegocio y, por otra parte, viene destruyendo el tejido social y económico en regiones enteras.
Cabe señalar, como un gran factor negativo en buena parte de la región, el recrudecimiento de la corrupción en la sociedad y en el Estado, que involucra a los poderes legislativos y ejecutivos en todos sus niveles, y alcanza también al sistema judicial que, a menudo, inclina su juicio a favor de los poderosos y genera impunidad, lo que pone en serio riesgo la credibilidad de las instituciones públicas y aumenta la desconfianza del pueblo, fenómeno que se une a un profundo desprecio de la legalidad.
- En amplios sectores de la población, y especialmente entre los jóvenes, crece el desencanto por la política y particularmente por la democracia, pues las promesas de una vida mejor y más justa no se cumplieron o se cumplieron sólo a medias. En este sentido, se olvida que la democracia y la participación política son fruto de la formación que se hace realidad solamente cuando los ciudadanos son conscientes de sus derechos fundamentales y de sus deberes correspondientes.
- La vida social, en convivencia armónica y pacífica, se está deteriorando gravemente en muchos países de América Latina y el Caribe por el crecimiento de la violencia, que se manifiesta en robos, asaltos, secuestros, y lo que es más grave, en asesinatos que cada día destruyen más vidas humanas y llenan de dolor a las familias y a la sociedad entera.
La violencia reviste diversas formas y tiene diversos agentes: el crimen organizado y el narcotráfico, grupos paramilitares, violencia común sobre todo en la periferia de las grandes ciudades, violencia de grupos juveniles y creciente violencia intrafamiliar.
Sus causas son múltiples: la idolatría del dinero, el avance de una ideología individualista y utilitarista, el irrespeto a la dignidad de cada persona, el deterioro del tejido social, la corrupción incluso en las fuerzas del orden, y la falta de políticas públicas de equidad social.
- Algunos parlamentos o congresos legislativos aprueban leyes injustas por encima de los derechos humanos y de la voluntad popular, precisamente por no estar cerca de sus representados ni saber escuchar y dialogar con los ciudadanos, pero también por ignorancia, por falta de acompañamiento, y porque muchos ciudadanos abdican de su deber de participar en la vida pública.
- La pobreza hoy es pobreza de conocimiento (educación) y del uso y acceso a nuevas tecnologías.
- Millones de personas y familias viven en la miseria e incluso pasan hambre.
- Los excluidos no son solamente “explotados” sino “sobrantes” y “desechables”.
- La explotación laboral llega, en algunos casos, a generar condiciones de verdadera esclavitud. Se da también un vergonzoso tráfico de personas, que incluye la prostitución, aún de menores.
- En algunos países, ha aumentado la represión, la violación de los derechos humanos, incluso el derecho a la libertad religiosa, la libertad de expresión y la libertad de enseñanza, así como el desprecio a la objeción de conciencia.
En conclusión:
Si Cristina Fernández viuda de Kirchner lo leyese y cambiara, algo ciertamente improbable, Argentina podría dejar de ser un país llamado caos.