Por: Jorge Santos
A horas que la Argentina vivió y aún sigue transitando una de las peores catástrofes, donde nuevamente -por obras de infraestructura necesarias y no hechas- hay que lamentar cuantiosas muertes que aún se desconoce a qué cifra alcanzan; la presidente de la Nación dejó todo de lado y avanzó en su plan de destruir la poca Justicia independiente que aún queda.
¿Puede sorprender que esto suceda? Definitivamente, no.
Cristina Fernández de Kirchner ha dado suficientes ejemplos de carecer de sentimientos nobles. Esos que esperaría el pueblo que tuviese su presidente en circunstancias de congoja y dolor.
Basta traer a la memoria cuando la corrupción se cobró víctimas fatales (Cromañón, Once) o remitirse a su inacción frente a la inseguridad, al avance del narcotráfico, a la inflación que castiga a los que menos tienen, y a sus repetidas falacias ocultando la cifra cierta de pobres e indigentes.
Dijo el humanista y religioso español Fray Luis de León: “Faltan palabras a la lengua para los sentimientos del alma”. Todo lo contrario sucede con Cristina, a quien le sobra lenguaje pero luce mezquina de afecto sincero.
En su corazón parecen convivir sin problemas el rencor, el odio, la venganza. No puede omitirse que en su primera aparición pública, en Rosario, muchos días después del luctuoso desastre de Once, insensible, fría, priorizó su “Vamos por todo”.
Pocas frases pueden ser tan distantes de la democracia como la expresada por la presidente en esa ocasión. ¿Es la presidente una demócrata, como ella se vanagloria? Ella fue elegida democráticamente, pero en la práctica está distante de serlo.
Los Kirchner nunca han respetado ni la Constitución ni las leyes. No lo han hecho en Santa Cruz, no lo hicieron nunca como huéspedes de la Rosada. En el sur, la familia feudal se llevó puesto todo y se convirtió en amo y señor de los tres poderes del Estado.
En la Nación, Cristina repite la historia y está pulverizando lo que resta de la independencia del Poder Judicial. El Legislativo, se sabe, está compuesto por indignos que se arrastran frente sus caprichos. Mientras tanto, la Argentina se enfrenta a una crisis financiera, económica y social más severa que la de 2002.
¿Por qué más importante? Muy simple, difícilmente se vuelva a repetir una década como la desperdiciada para desarrollar el país. Fue un billete de lotería que cayó en manos desacertadas y del premio cobrado no quedó nada. La crispación existente en la sociedad se remonta a la épocas más oscuras de la historia del país.
El hoy papa Francisco, siendo Cardenal de Buenos Aires, ya en 2010 advertía que la población estaba cansada de las agresiones y los enfrentamientos de esta manera: “Nuestro pueblo está cansado de un mundo que agrede, que enfrenta a hermanos contra hermanos, que destruye y calumnia”. “La crispación viene de pretender controlar el propio poder”, decía.
Cristina Kirchner, exactamente, quiere todo el poder para ella. Totalitarismo, tiranía, dictadura… la realidad cuando es mala nunca se define con términos bonitos. La verdad más dura y dolorosa es preferible a la mentira. A la larga daña y desencanta menos.
“Democratizar la Justicia” es una frase tan falaz como la empleada para instrumentar la Ley de Medios Audiovisuales, la “democratización de los Medios”.
Hoy, el 85% de los medios de comunicación del país están al servicio del relato. El verdadero monopolio de la información oficial que Cristina Kirchner pretende crean los argentinos.
De democratizarse la Justicia, el Consejo de la Magistratura estará al servicio del Ejecutivo y Cristina dispondrá, sin obstáculos, de la remoción de cualquier juez que no falle como ella quiera. Nadie podrá accionar contra el Estado (el Estado será todo de Cristina).
De qué democratización se habla cuando el 53% de los jueces en ejercicio fueron nominados por la mujer del luto eterno; y el 40% del 47% que faltan deberán ser nombrados por ella. La limitación que se pretende introducirle a los jueces para decidir medidas cautelares dejaría a la titular del Ejecutivo con un inmensa potestad para cometer daños.
Al ir por la Justicia podrá desquitarse y así desguazar al Grupo Clarín y reducir aún más el 15% de medios independientes que aún subsisten a pesar de la asfixia económica a la que están sometidos.
Si con lo que hace el gobierno no llegan inversiones, con la reforma de la Justicia en curso no ingresará una inversión nunca más al país. El país quedará más fuera del mundo de lo que está en el presente. Todo afecta al ciudadano y sus derechos. Lo afecta a Usted. La libertad individual está a punto de abortarse.
En todos los años de los Kirchner en el sillón de Rivadavia, el pueblo ha sido despoblado de las buenas formas, de palabras generosas, de ejemplos honrados, del valor del mérito, de la confianza en el otro… ha caído en un descreimiento en casi todo. Le robaron las ilusiones, lo convirtieron en intolerante.
Ahora van por lo que resta, su libertad. Cristina Fernández debería saber que Argentina es un país de buena gente, pero aun a la buena gente se le puede terminar la mansedumbre. El argentino no se someterá con facilidad a una dictadura, disfrazada de democracia, con lo que está costó alcanzarla.
Aún en esta Argentina decadente sobreviven valores morales que alimentan una luz de esperanza y que el gobierno debería reconocer.
Señora presidente, su apetito por ser la única es voraz. Usted está poniendo al borde del precipicio a gente de bien que, como demostró en las inundaciones de La Plata, es solidaria. Esa solidaridad puede hacer milagros también para defender el último bastión de la República que queda en pie. El pueblo indignado puede pasar a la acción en paz recorriendo, como río, las calles del país. Es ese pueblo el que se expedirá con su proceder si acepta que la Justicia sea o no cristinista. Repare en esto, por el bien de todos.
Sepa Usted que lo que está en danza no es un espejismo y por ende no forma parte de su ficción. A su vez, la sociedad afronta su máximo reto, está compelida a decidir si abandona o no su ablepsia de razonamiento. Su libertad está en juego; aquí, ahora.