Por: José Benegas
Un perverso aparato de propaganda y difamación elige como sus víctimas propiciatorias a quienes por voluntad propia o por simple casualidad se ponen en su camino. Estos se vuelven contra el gobierno. Mucho del antikirchnerismo se nutre también de capas geológicas de ex kirchneristas utilizados como combustible en algún momento.
Pero también existen los que desaprueban por razones generales o de principios los criterios iniciales K, cuyos resultados mucha más gente percibe ahora como negativos.
El panorama es muy amplio y heterogéneo, por eso si bien la palabra “antikirchnerismo” se puede definir como lo que se opone al kirchnerismo, los antikirchneristas en sí no son definibles de la misma manera. Al menos habría que precisar que al fanático se lo puede identificar casi en su totalidad con el objeto de su fanatismo, porque eso es lo que lo hace fanático; al que se opone al fanatismo, por más que grite y se lo vea alterado por el maltrato, totalizarlo en su resistencia es una enormidad equiparable a otro maltrato. Su vida no gira en torno del fanatismo, sino que sólo sería posible si no se lo somete. Para el fanático su causa es su vida; para el que padece al fanatismo, su vida es lo que es amenazado por el fanatismo. Por eso estar muy en contra del fanatismo no es ser fanático antifanático, que sería una contradicción en términos.
Hay una postura bastante perniciosa enla Argentinaque consiste en igualar dos gritos, el del fanático y el del que reacciona ante el fanatismo, para colocarse en un medio geométrico. Está el poder abusador, que esta postura no niega que exista o se comporta como si fuera intrascendente, y está esa parte de la sociedad que parece no querer ni una pizca de abuso ni de ilegalidad. Como ponerse entre la víctima y el victimario, como si entre el asaltante y el asaltado lo más sabio, prudente o superado fuera decir que no se está con ninguno de los dos. Costo cero, beneficio propio aparente.
Si fuera parte del complejo y perverso sistema de propaganda y manipulación pagaría por tener gente que haga este juego, porque es como el Bardal máxima compresión en el motor del autoritarismo oficial. Se podría utilizar el aparato del Estado para agredir, estigmatizar y cosificar a elegidos enemigos y después estarían los “prudentes” listos para declarar el empate moral y acabar con lo que queda del lugar en el mundo de los que lo combaten.
Por supuesto que esta experiencia que señalo también puede ser negada. Negar la experiencia de quien observa es otro de los métodos de manipulación. Nada muy, pero muy feo está pasando, estamos en un país normal, con un estilo un poquito excesivo, pero por ejemplo llamarle “dictadura” al uso del Estado para destruir a la oposición ¡no es para tanto, locos! Es la señora Kirchner hablando de la libertad de que se goza enla Argentinade hacerle críticas despiadadas, como por ejemplo decir que hay problemas en el mercado inmobiliario, o inflación. Eso para la señora es grave y despiadado, sin que tenga ninguna importancia si es o no cierto. Qué le queda después al que le pregunte de dónde sacó la plata o a su vice qué tiene que ver con una imprenta que hace billetes para el gobierno.
Son los que están muy en contra de este “estilo” los despiadados, señora kirchner, hable de ellos, pero no de nosotros que no tenemos nada que ver. Es cierto que hay unos muy malos, esos sí merecen que les manden a la AFIP o se los deje sin trabajo, señora, ocúpese de ellos que nosotros somos sólo los moderados que estamos esperando que usted cambie. Este es el discurso.
Tal vez con un criterio estratégico de dudoso éxito también se afirma que el proyecto autoritario busca un espejo con el cual jugar el juego de amigo/enemigo, que el kirchnerismo ha utilizado desde su llegada al poder sin necesidad de tener ningún enemigo de verdad. Digo de dudoso éxito, porque esta visión del problema político que genera un aparato autoritario en el poder hasta ahora ha producido sonrientes derrotas, mucha gente diciendo ohm mientras los pisan y los transforman en monstruos sin que hayan abierto la boca. El problema político que plantea el autoritarismo no es cómo mostrarse, sino cómo conducirse. Mostrarse de cualquier manera que no sea funcional al poder, siempre se verá o se mostrará mal.
Ser antikirchnerista es nada más que no cultivar el relato, ese credo flexible y variable que justifica las acciones y fracasos del gobierno y nos habla de su gloria. Pero esta es poca información sobre los antikirchneristas. Los judíos no podrían haber sido definidos como antinazis, las supuestas brujas sacrificadas no eran anti-inquisición, está mal hablar de anticastrismo en el exhilio cubano o en el venezolano de antichavismo. El nazismo en cambio era el antijudío, la inquisición era antibrujas, los castro, Chavez y los kirchneristas son antidisidentes y anti muchas cosas como el derecho de propiedad y la libertad de expresarse. Lo inconcebible es que exista un fanatismo antifanático, esa es una falacia que no se les ocurrió a los K sino a los que pretenden ser críticos pero verse bien frente a las acusaciones del aparato de propaganda.
Más inconcebible es que se pueda estar en el medio entre el fanatismo y el antifanatismo. Este firulete moral, psicológico y político es un fenómeno argentino. Lo que es muy extendido además es que a esa actitud que para Dante merecía los lugares más calientes del infierno sea confundida con la virtud de la prudencia y así nos la venden los tibios que conducen las carrozas doradas de lo políticamente correcto.
No quiero decir con esto que frente al gobierno sólo se pueda ser amigo o enemigo, sino que todos somos tratados como enemigos sólo por no estar con ellos y que este es el dato moral sobre el que hay que apoyar el análisis, no la visión superficial del Estado de ánimo del que es agredido. Será entonces la percepción del gobierno como un enemigo apenas una profesía autocumplida, como el asaltante callejero que descubre un enemigo en aquel al que asaltó, como el enojo, la impotencia o la bronca de su víctima fuera algo que está en ella y no la consecuencia lógica de lo que ha padecido.
Hablar de un problema entre kirchneristas y antikirchneristas implica igualar lo inigualable en provecho sólo del agresor. Quien está violando la ley, quien está desconociendo derechos, quien está abusando de un poder dado para defensa de la sociedad y no para ponerla en guerra, es el oficialismo. Nadie le está haciendo nada al kirchnerismo más que hablar de él.
Esa es una postura ruin, no moderada, ni sabia, ni prudente. Nuestra crisis moral es esa, no la burda mano metida en la lata, porque un país es un edificio delicado de acuerdos sanos que se van acumulando.
Se percibe en el aire enrarecido un temor a las definiciones claras. Si se ve un déspota, se trata de evitar el término que lo describa porque usarlo significaría casi tener la obligación de estar en un lugar poco valioso, donde hay pocos dividendos y bastantes lágrimas. ¿Quién quiere estar incómodo? Hay que salir de esta con un martini en la mano.
Se le huye al blanco igual que al negro porque ha sido tanto tiempo tan buen negocio el gris que las palabras reconocidas por su peso generan el vértigo hacia un orden franco donde el simple parecer quede para siempre devaluado.