Por: José Benegas
La soberanía es el imperio que un gobierno ejerce sobre un territorio. Un gobierno es un monopolio de la fuerza, no un comprador en el mercado. Quiero decir con esto que la soberanía no es derecho de propiedad. Es un ámbito en el que un aparato de fuerza recauda recursos de modo compulsivo y ejerce unos actos más o menos favorables a la existencia de los verdaderos derechos de propiedad que pertenecen a los individuos o a las asociaciones voluntarias de individuos.
La confusión entre estos dos conceptos (soberanía y propiedad) lleva a cosas como el mito de los “pueblos originarios fueron robados”. Fueron conquistados, no robados. Hubo una agresión, pero los gobiernos originarios no eran más dueños que los no originarios del territorio, simplemente se sucedieron en el ejercicio del poder, en la violación de los derechos de sus “súbditos”, sin un acuerdo. Como esa soberanía preexistente era de naturaleza colectivista, los derechos de propiedad de originarios o no originarios empezaron después de aquella conquista en algún momento y toda la teoría de la restitución no es más que un galimatías ingenioso para obtener privilegios abusando del estado “europeísta” y con sustento en criterios raciales, por definición colectivistas.
Pero esas teorías no son el tema de esta reflexión. Todo en materia de fronteras es una arbitrariedad que responde a una situación política no exenta de grandes injusticias y hasta mala fe. No hay un derecho internacional desarrollado como el derecho civil, porque las unidades del derecho internacional no son individuos pacíficos comerciando, sino órganos políticos dominantes, recaudadores y mistificadores. A lo único a lo que se puede aspirar con el derecho internacional es al mantenimiento de la paz.
Para alguien interesado en los derechos individuales, que no tienen nada que ver con los “derechos de los gobiernos a gobernar”, que un Estado tenga un pedazo de territorio y otro se lo saque, por si mismo no significa nada relevante. Lo único importante es cómo está la población que está en ese territorio antes y después del hecho. Pero hay que agregar el costo del cambio. Los aliados no eran dueños de Alemania cuando entraron a liberar a Europa (en parte), aplastaron una soberanía, pero defendieron derechos en la parte occidental.
Noto que cuando se habla de la situación de Israel con sus vecinos se olvida esta cuestión. Israel es el país civilizado en esa región, el país que respeta a su población autóctona o inmigrante. Siempre es mejor para el derecho, si es lo que nos interesa, estar adentro que afuera de Israel en esa zona. Del mismo modo que se tienen más derechos en los Estados “europeístas” de América que bajo el imperio Inca, se sea originario o importado. ¿Perfección? Hablamos de un gobierno, de un Estado. No, no hay perfección. Cuando alguien la encuentre me avisa, quisiera conocerla. Hablo de alternativas.
A los efectos de que la gente en concreto sea libre, los derechos de los gobiernos no interesan en absoluto, sino solo cómo son esos gobiernos. Lo que postulo en base a esto es un relativismo total en materia de soberanía. No pasa por ahí el problema de la libertad. En particular, esa región es en materia de “títulos” imposible de arreglar; lo único que se puede lograr es consolidar las situaciones de hecho y tornarlas estables mediante acuerdos. La paz es importante, de manera que hay lugar a discusiones sobre “títulos” para evitar problemas innecesarios. Pero la paz puede ser dejada de lado por la libertad.
Ahora bien, quienes estén esperando que Israel represente la perfecta libertad y conducta intachable, cuando encima está rodeada de enemigos, caen en un infantilismo imperdonable. Lo único que se consigue adoptando esa actitud es que el defensor disponible de la libertad disponible esté en una permanente desventaja respecto del enemigo declarado y total de la libertad. El infierno en la Tierra es la única consecuencia que yo conozco de la búsqueda del paraíso en la tierra.
No entiendo por ejemplo por qué alguna gente puede darse cuenta de que no es importante de quién son las Malvinas, sino en función de los derechos de sus habitantes, pero lo trasladan a otro lugar del planeta y no siguen el mismo razonamiento. Porque si hablamos de títulos, los de Inglaterra no existen. No importan, pero no existen.
La otra cuestión indispensable de aclarar es el alcance del derecho de defensa. Si Israel tuviera un objetivo, como conquistar un puerto, y para eso disparara, eso estaría mal. Hay gente que agregaría “a inocentes”. Pero en un acto de esa naturaleza inocentes son todos, también los soldados del país atacado, porque no son agresores. Otros agregarían “a civiles”, pero el problema es el mismo. No se pueden atacar ni culpables ni inocentes, ni civiles, ni militares, si ellos no nos agreden.
“Inocente” en materia de guerra es un término demasiado impreciso. Por eso hablo de “no agresores”. Responderle a unos agresores está bien. Atacar a unos no agresores es una agresión, está mal. Mucha gente es todo lo que quiere saber. Listo, la vida parece fácil, ser bueno es simple. Le preguntamos al iPad si murió algún no agresor y entonces condenamos a quién le hubiera disparado. Pero no es tan sencilla la cosa y esta es la parte en la que los que no soportan no vivir en las nubes me acusarán de justificar la agresión ignorando los argumentos que voy a dar para determinadas circunstancias. Para los puros lo gris no tiene solución, ignoran los dilemas.
En la vida no nos encontramos sólo con lo que está bien y lo que está mal, es aplicable acá lo que decía del infantilismo acerca de pedirle perfección a un gobierno en lugar de compararlo con sus alternativas.
La vida es el principio de todo conocimiento, de toda ética, de toda filosofía ¿La vida en un sentido colectivista? No la vida nuestra. Somos individuos que queremos vivir, el máximo valor es la propia vida y los únicos que podemos determinar en qué circunstancias vale la pena entregar la vida por otro somos nosotros. De otro modo, nuestra vida estaría supeditada al bien de otro o de otros y lo que sigue es el colectivismo. No tiene ninguna importancia si el otro o los otros son culpables o inocentes o de qué cosa sean culpables o inocentes si esta es la alternativa.
Ya lo expliqué antes pero quiero reforzarlo. Nadie está obligado a preservar la vida de otro si eso se opone con claridad y no con vaguedad a la propia supervivencia. Esta afirmación subsiste mientras las condiciones sean esas, todos los agresores dicen defenderse. Los simplistas dirían rápido “eso está mal”. Claro, que muera otro que no me está atacando está mal. Sólo que no está tan mal como que muera yo. El individuo no es sacrificable ni está obligado a sacrificarse por otros. A todos nos gusta el heroísmo. Pero el heroísmo no es exigible.
Alguno me ha dicho ¿pero acaso eso no es darle la razón a los socialistas en cuanto a que las necesidades crean derechos? No, los socialistas creen que las necesidades se procuran a los garrotazos. Acá hablo de un claro dilema en una situación de fuerza, no de la vida diaria que, a diferencia de lo que creen los socialistas, no pone a la vida de uno contra la otra sino en la clara necesidad de colaborar e intercambiar.
La hipótesis es la siguiente: un misil está dirigido a mí y la única forma que tengo de pararlo es disparándole, con lo cual tal vez el artefacto caiga sobre un edificio de departamentos y mate a quienes se llama “inocentes”, es decir, no agresores. Al disparar para interceptar el misil no estoy haciendo justicia, apenas pretendo subsistir (la justicia no está disponible) y nadie tiene derecho a exigirme que proceda de otra manera. Si el agresor encima provoca el dilema escudándose en civiles, menos responsable soy aún.
Eso no está bien, me han dicho los que quieren vivir entre nubes y angelitos. Obvio que no está bien. No está bien matar no agresores, pero les tengo una sorpresa, no está tampoco bien matar agresores. No está bien matar. El fin del uso de la fuerza defensiva no es terminar con la vida de nadie, sino evitar morir. Matar al agresor es un medio a veces inevitable para conseguirlo, nada más. La vida en la nube impide ver que de lo que se trata en ambos casos, matando agresores o no agresores, es de un dilema en el que se debe elegir entre dos males. El condenar al mal menor implica habilitar al mal mayor, pero los puros ignorarán ese punto y se harán responsables morales de mi muerte.
Por supuesto, los terceros están en su derecho de preferir la subsistencia de los otros no agresores a la mía, pero resulta que tengo otra opinión. A Israel se le pide un grado de altruismo y autosacrificio que ni siquiera las religiones exigen. ¿Pero qué pasa si Israel dispara a cualquier lado sólo para asustar a los terroristas? Pues Israel se convierte en Hamas. Lo que estoy diciendo se aplica a la idea del “daño colateral” en tanto implique la elección entre la vida propia y la de otros, no estoy diciendo ni remotamente que unos pueden disparar por ser en sí mismos buenos, que es lo que sostiene Hamas.
Hamas no responde a ningún principio, usa escudos humanos, es decir, provoca el dilema en el que Israel se encuentra, pero no se le reprocha nada ¿Por qué? Porque los defensores del cielo en realidad tienen temor de ser acusados de estar justificando muertes “inocentes” por los mismos que elaboran la estrategia de deslegitimación de la defensa mediante la victimización forzada, que después de terminar con Israel, irán por ellos. El derecho-humanismo los encierra en un dilema del que sólo saben salir cortando el hilo por lo más delgado y atacando a quién saben que no los dañará.