El hombre nuevo

Juan Juan Almeida

No es necesario ser un crítico experto, sociólogo clarividente ni político sagaz, para entender que cuando uno crece en un país totalitario y absolutista como Cuba, inundado de penas sin nombres, es normal sentirse pequeño.

Por ello, por las grandes restricciones a la libertad individual, el exiguo acceso a la modernidad y a determinada holganza; cada día más jóvenes cubanos, atrapados en el destiempo de una época que no se va y otra que por más que se anuncia no llega; evaden la realidad refugiándose en el sexo, las drogas, el alcohol, la emigración, en robar, mentir y en una nueva enfermedad que aunque no está reconocida como tal por la comunidad médica internacional, ocupa los ratings de moda.

El consumo de esteroides anabólicos se ha incrementado de forma epidémica, en especial entre adolescente y jóvenes, que quieren mejorar sus cualidades físicas y estéticas; también aseguran que reduce la grasa corporal; algo que está en boga. Poseer un cuerpo a imagen y semejanza de un superhéroe.

En gran medida, los creadores del problema son los medios de comunicación. El cine, la televisión, la literatura, las revistas, que con tal de vender un galán, no concienciaron el después. Enjuiciar ya no da lugar; lo preocupante, es el aumento de jóvenes atendidos en salas de urgencia de los hospitales cubanos, afectados por severos fallos hepáticos y multiorgánicos, provocado por la consumición de anabolizantes; porque el afán de verse bien, incluso como forma de inconformidad social, les arrastra hasta el dispendio de estas sustancias que hipertrofia la musculatura.

Primobolan, Proviron, Winstrol, Parabolan, Anadrol…., los jóvenes hablan de marcas y dosis sin tener la más remota idea de los efectos secundarios.

El gobierno cubano lo sabe, posee la información, incluso ha referido el tema en extensos editoriales que suenan menos convincentes que el currículum de Mariela Castro. Pero entendiendo que se trata de un huracán invisible, prefiere practicar su habitual política sedente de justificar el no accionar. Como si Poseidón, el dios griego del mar, no pudiera frenar un tsunami.

El Ministerio de Salud Pública, con total desvergüenza, asegura que el mercado de este tipo de sustancias se controla, pero lo cierto es que se pueden conseguir sin mucho trabajo en farmacias, hospitales, escuelas de deporte y circuitos del mercado negro. Pero los principales proveedores de esta “primavera destructiva” son algunos funcionarios cubanos de la misión médica en Venezuela que a través de una bati-ruta oscura y en complicidad con oficiales de la Aduana General de la República de Cuba, envían y dejan pasar el producto a territorio nacional por tratarse de una mercancía regulada, pero lícita.

El “tráfico y la tenencia de drogas tóxicas y otras sustancias similares” está bien tipificado en el capítulo V (Delitos contra la salud pública) del código penal cubano; pero su sanción es pobre y, por asociación, el negocio es mucho más fácil, más rentable, menos perseguido que el tráfico de cocaína y garantiza de igual forma una clientela dependiente, creando una hueste de jóvenes atrapados entre las pesas y esta adicción, llamada  científicamente distrofia muscular o vigorexia, que les obliga a caer en la constante pesadilla de levantar el autoestima. Mi abuela siempre repetía “mijo, no te dejes engañar, no existen rosas sin espinas”.

Este artículo apareció originalmente en Martí Noticias