Por: Juan Ramón Rallo
Algunos liberales (de manera notable, por ejemplo, Mario Vargas Llosa) suelen argumentar que la libertad es una e indivisible, de modo que no cabe distinguir verdaderamente entre libertades civiles o económicas. La expresión es ambigua, dado que puede poseer al menos dos interpretaciones: 1) Es imposible conculcar un aspecto de la libertad sin conculcar todos los restantes: Esto es manifiestamente falso. Mi libertad de expresión puede verse limitada sin que, por ello, pierda todas mis otras libertades. En el mundo, de hecho, existen Estados conducentes a respetar mucho más las libertades civiles que las económicas (los europeos, por ejemplo) o, al revés, Estados que respetan mucho más las económicas que las civiles (Singapur, por ejemplo); 2) Un liberal debe defender todas las manifestaciones de la libertad: En esto sí estoy completamente de acuerdo. Un liberal considera que el valor central del ordenamiento jurídico es la libertad y, por tanto, eso necesariamente lo condiciona a respetar las acciones humanas en todas sus manifestaciones, tanto civiles como económicas.
Entiendo, pues, que los liberales que emplean este argumento lo hacen en su segunda acepción. En particular, suelen usar ese argumento para denegar el carnet de liberal a aquellos pensadores o regímenes políticos que sólo se preocupan por las libertades económicas. Y estoy de acuerdo, como digo, en que un liberal no puede despreciar las libertades civiles y ensalzar las económicas.
Sin embargo, en muchas ocasiones esos liberales se olvidan de la implicación complementaria: un liberal tampoco puede despreciar las libertades económicas y ensalzar las civiles. Si la libertad es una, no cabe oponer amplias y extensas limitaciones a las libertades económicas apelando a otros valores distintos a la libertad, como por ejemplo la igualdad (más allá, claro, de la igualdad jurídica): del mismo modo que, para un liberal, debería resultar inadmisible restringir la libertad de expresión apelando a la distribución igualitaria de las doctrinas políticas en el debate pública (véase, por ejemplo, la Fairness Doctrine en EEUU), también debería serlo restringir la libertad de administrar mi propiedad en aras de la igualdad de la renta.
La pertinente exquisitez en el respeto de las libertades civiles que reclaman muchos de estos liberales suele ir de la mano de un laxo respeto hacia las libertades económicas: mientras que no admiten un solo ataque a las libertades civiles, reconocen numerosísimas excepciones al respeto de las libertades económicas (educación pública, sanidad pública, leyes antitrust…).
John Rawls es el más claro exponente de esta incoherencia intelectual, pero al menos Rawls tenía muy claro que él no era liberal, sino era socialdemócrata o socioliberal. Muchos liberales deberían revisar su sistema de creencias, pues pueden estar cayendo en la misma incoherencia (aunque en un sentido inverso) que aquella de la que acusan —con razón— a muchos otros autodenominados liberales.
El artículo fue publicado originalmente en el sitio de Juan Ramón Rallo.