Por: Julián Obiglio
El Jefe de Gabinete es egresado de una de las instituciones académicas más interesantes de nuestro país, la Escuela Superior de Economía y Administración de Empresas, más conocida como Eseade. Dicha institución universitaria es la principal representación en Argentina de la Escuela Austríaca de Economía, extensamente conocida en el mundo por la defensa de los principios del libre comercio.
Sin importar cuánta afinidad cada alumno pudiera tener con la idea del libre funcionamiento de los mercados, todos los que realizamos nuestras maestrías en Eseade recibimos y estudiamos las herramientas de pensamiento necesarias para comprender cómo funciona un sistema económico y que éste está sustentado en tres cuestiones: libertad, propiedad privada y expectativas.
Sin dudas, el elemento esencial del sistema económico es la libertad, ya que al igual que en todos los ámbitos de la vida, el ser humano también tiende a escapar de las restricciones que un tercero quiera imponer sobre su libertad para transar bienes.
El segundo elemento es la propiedad privada, ya que si ella no es reconocida y protegida por el sistema legal y los gobernantes de turno, los bienes no podrán ser asignados válidamente a una u otra persona, puesto que cualquier intercambio de objetos carecerá de garantías y protecciones.
Estos dos elementos generarán determinadas expectativas en cada uno de los seres humanos actores del sistema económico, y todas esas expectativas sumadas mostrarán la tendencia del sistema y los deseos del mercado, o sea, del conjunto de la gente.
Al definir políticas públicas y dictar normativas económicas, los gobernantes siempre estarán regulando libertades, restringiendo derechos de propiedad, y en consecuencia, modificando expectativas sociales. Cuanto mayor sea la restricción de libertades y derechos que establezcan las normativas, mayor será la caída en las expectativas; y ello se verá profundizado en caso de que las regulaciones carezcan de estabilidad y previsibilidad. El secreto radicará entonces en no excederse con las regulaciones y restricciones que se quieran imponer, y nunca comprometer el largo plazo en función del corto plazo.
Las medidas cambiarias, tributarias y fiscales anunciadas por el jefe de Gabinete en los últimos tiempos han significado un avance sobre la libertad de comercio y sobre la propiedad privada. Y para complicar todavía más la situación, las regulaciones dispuestas han gozado de poca estabilidad, impidiendo cualquier posibilidad de realizar previsiones económicas de mediano o largo plazo.
Estas combinaciones han generado expectativas sumamente negativas en la gente, lo que se traduce inmediatamente en retracciones de consumo, huida de la moneda local, cancelación de inversiones, y tantas otras cuestiones bien conocidas en nuestro país.
Las respuestas del jefe de Gabinete a las reacciones del mercado potencian la tendencia. Entre sus dichos del viernes 31 de enero se destacan: “…el Gobierno está absolutamente solo luchando contra grupos económicos poderosos…”; “…los grandes productores agrícolas no liquidan sus divisas en el mercado local por avaricia y carácter especulativo…”; “…en la Argentina existe una conjunción de factores, entre los cuales están exponentes políticos, visibles o invisibles, sindicales, visibles o invisibles, sociales y económicos, visibles o invisibles, que promueven una estrategia de desestabilización permanente…”.
Creo que Capitanich debería dejar de luchar contra conspiraciones inexistentes y concentrar sus esfuerzos en generar condiciones de confianza suficientes que permitan modificar la tendencia negativa en las expectativas económicas de la sociedad. El Ministro conoce las reglas de funcionamiento del sistema capitalista y sabe que la situación actual de nuestro país se debe a que el gasto estatal descontrolado de la última década se ha devorado todas las inversiones y todo el crecimiento económico.
La opción de mirar para otro lado, repetir el discurso oficial e intentar sostener un modelo populista completamente agotado siempre puede intentarse, pero ya no hay margen de error. Hemos alcanzado un nivel de deterioro tan profundo que a partir de aquí cada punto de caída en el PBI representará a miles de personas que se hunden un poco más en la pobreza, a miles de niños que serán condenados a vivir en la marginalidad, y a millones de argentinos que cada día estarán más alejados de las oportunidades que el mundo nos brinda.
Por eso es responsabilidad del jefe de Gabinete repasar las enseñanzas que recibió cuando realizaba su maestría. Recordar a sus profesores y a sus compañeros de clase. Volver a leer los textos y comprender nuevamente que el sistema económico no es bueno ni malo. Que tiene reglas naturales, mecanismos de funcionamiento que no se rigen por instrucciones presidenciales ni ministeriales. Que los integrantes del sistema son personas humanas, y lo que ellas desean es la mayor libertad y estabilidad posible para poder desarrollarse. Que el Estado fue creado para garantizar esos derechos. No para violarlos.
Ojalá pueda recordar a tiempo.