Por: Julio Zamora
Ante una sociedad consciente de los problemas ambientales y sus efectos sobre el bienestar de la gente, la necesidad de políticas de Estado es cada vez más evidente. No se trata de cuestiones que puedan doblegarse ante la coyuntura más pedestre de la política, sino de un paradigma que requiere repensar la acción orientada al bien común.
Menos conocida que la del Riachuelo, pero igual de contaminada, la cuenca del río Reconquista es una de las grandes deudas de la gestión política de la provincia de Buenos Aires. Con 1.700 kilómetros cuadrados que albergan a casi cinco millones de personas, la mayoría en el área metropolitana de Buenos Aires, es un símbolo de falta de acuerdos y oportunidades desperdiciadas.
En efecto, la ausencia de políticas públicas concretas, de una mirada del Estado que trascienda banderas y coyunturas, ha convertido al río Reconquista en un memorial de lo que no puede ser, de los fracasos anunciados y de las luchas interminables por algo tan básico como es la mejora de la calidad de vida de la gente.
La identidad de Tigre está dada por su vínculo con el río, que no es frontera, sino punto de unión con nuestro Delta. Es este vínculo en nuestra ubicación como final de la cuenca del Reconquista y receptor de todas estas falencias lo que nos pone más claro el panorama: si nuestros ríos no están sanos, nuestras ciudades, el Delta y el abastecimiento de agua a la ciudad de Buenos Aires estarán condenados.
Por eso nuestro énfasis permanente en la cuestión, por eso el compromiso personal de representar a los municipios de la región final de la cuenca ante los entes provinciales que deben decidir sus destinos aunando criterios, necesidades y voluntades.
Es cierto que a fines de 1990, créditos y obras millonarias mediante, hubo un atisbo de planificación conjunta para los dieciocho municipios que atraviesa el Reconquista. Junto con las obras para que menos gente se inundara estaba la esperanza de un río sano, que volviera a ser lugar de encuentro entre el hombre y la naturaleza. Pero en aquellos años de grandes obras hidráulicas no se llegó a trabajar seriamente en los controles ambientales, en la infraestructura de agua y cloacas que aún hoy es carencia en la región, ni en una proyección conjunta del territorio que previera un desarrollo armónico y sustentable.
Fue también en Tigre donde surgieron algunas de las primeras voces que desde la sociedad civil alertaron sobre estas cuestiones. Y también gracias a ellas el tema ambiental hoy es insoslayable en la agenda pública. Ahora es el momento de dar el paso siguiente, el de las acciones concretas. Hay conocimiento, es tiempo de la decisión, acompañada de una participación ciudadana, que cada día avanza más en su conciencia sobre la importancia de las cuestiones ambientales.
Actualmente volvemos a escuchar la promesa de obras para evitar inundaciones como el eje de la relación humana con los ríos. Son imprescindibles. Pero no pueden ser las únicas, deben integrarse en una planificación estratégica para toda la región, que trascienda el corto plazo y se convierta en una política de Estado.
Entre otras cosas, como dirigencia y como sociedad debemos repensar la cuestión de los residuos y lograr que la Coordinación Ecológica Área Metropolitana Sociedad del Estado (Ceamse) deje su modelo perimido de enterramiento. Debemos, desde los distintos niveles del Estado, exigir y controlar que el sector empresario invierta en tecnología para producir limpiamente apoyando a quienes deciden hacerlo y trabajan por el desarrollo sustentable. Invertir en la infraestructura de agua y cloacas necesaria para vivir saludablemente y dejarle al río espacio para iniciar su proceso de recuperación.
Se trata de aprender de lo hecho, de incorporar nuevos sistemas, pero sobre todo de tener la mirada abierta a una realidad compleja que demanda antes que nada soluciones políticas, acuerdos que involucran a toda la sociedad, para que la tecnología pueda hacer lo suyo, como lo ha hecho en otros ríos del mundo con éxito notable. No hacerlo es repetir un ciclo que ya conocemos: el del fracaso y la pérdida de oportunidades.
Son muchos los intereses que entran en juego cuando se habla de medio ambiente, los mismos intereses que exponen la dicotomía ambiente o progreso económico, como si el progreso pudiera asentarse en otro lugar que no fuera en el territorio, el lugar donde vivimos las personas, donde pretendemos trabajar dignamente y ver los resultados de nuestros esfuerzos en términos de bienestar para nosotros y para los que nos seguirán.
El vivir mejor y el cuidado del ambiente son una misma cosa. Es hora de entenderlo como dirigentes, como ciudadanos, como trabajadores, como empresarios, como habitantes del territorio que nos sostiene.