Por: Karel Becerra
El encuentro entre Raúl Castro y Barack Obama no fue casual. Obama sabía quiénes estaban presentes y por ello su discurso fue claro: “muchos lideres hablan de la solidaridad de Madiba y su lucha por la libertad, pero no toleran lo mismo para su propio pueblo”. Esas palabras estaba dirigidas al puñado de dictadores que se sabía estarían presentes. De seguro que las negociaciones previas, principalmente de parte del equipo de ceremonias de Obama fueron rigurosas pues todos saben que un encuentro, una foto, significa mucho. No contaban con que Raúl Castro quería esa foto, estaba desesperado por esa foto, pues sería su única oportunidad y quizá la última.
El lugar por donde subiría el presidente de los Estados Unidos era un detalle conocido de antemano por los anfitriones, a quien quizá, haciendo uso de su prolongada amistad, acudió Castro a fin de situarse en medio del camino. Con el lugar elegido, necesitaba “algo” o alguien para llamar la atención. A fin de cuenta Raúl siempre necesito de su hermano Fidel para llamar la atención sobre él.
La elección fue tener a su izquierda a Dilma Rousseff como parte de esa estrategia. Es claro que Obama estaría atraído por acercarse a Dilma debido a los roces que han tenido por las actividades de espionaje de público conocimiento. Se accionaron entonces los intereses económicos que mantiene el Partido de los Trabajadores de Brasil (PT) en Cuba y la estrecha amistad de Lula con los hermanos Castro. A fin de cuenta, mil millones de dólares invertidos en el Puerto del Mariel, valen la pena. Por ello no podemos dudar en absoluto que Raúl pidió a Lula que le tirara un cabo y lo dejara ponerse al lado de la elegida por Lula a sucederlo en la presidencia. Quizá Dilma cedió de mala gana y por ello esos labios apretados, mirada perdida, como resignada a perder el protagonismo.
Puesto todo en contexto, Raúl preparó su presentación, como la famosa fábula de quien vende su plan de negocios en el ascensor, luego de encontrar al CEO de la compañía. Claro, esta fábula urbana está planteada en 30 segundos, y Castro tuvo unos miserables 6 segundos, a lo sumo 7. Esto lo obligó a, como me dijo un cubano, “oye, lo atrabancó y no lo soltaba”. Pues así es, como el insoportable que te saluda tomando la mano, y no la suelta.
Así estaba Raúl, atrabancando al presidente de los Estados Unidos, y en su apuro por llamar la atención alcanzó a decir “Mister president, my name is Raúl Castro…”. Intentó continuar con su frase, pero ante la evidente sorpresa de Obama tuvo que señalarse el pecho como diciendo “¿Yo, yo, soy yo, no me reconoce?”.
No voy a defender a Obama o a quien en su equipo de ceremonias permitió el encuentro entre el dictador y un presidente democráticamente elegido. Pero es muy claro que Obama, apurando el paso dos segundos después, estaba mirando a la siguiente en la fila, en este caso, a una resignada Dilma.
Pero existe un detalle adicional que aporta en este sentido. La presencia de una traductora cubana en la escena. Raúl era el único que estaba para “la foto con traductor mediante”. Estaba ahí, listo, pero sólo alcanzó a balbucear un “mister president…”. Pero ¿qué tenía pensado? ¿Cuál era el resto de su discurso?
Lo respondió indirectamente hace unas semanas Alexis Moreno, humilde cubano de a pie, quien luego de sobrevivir a un naufragio y ser liberado por la policía política cubana dijo: “nosotros en el momento aquel de desespero, luchando por nuestras vidas, nos colgábamos de cualquier cosa… así están ellos desesperados, porque a esto no le queda nada”.
Raúl Castro sabe que no le queda mucho tiempo, que la población está cada día más crispada y él, junto a militares a quienes ha llenado de promesas, desesperados. Por eso no alcanzo a decir la ultima parte de la frase “mister president… please, help me!”