Por: Laura Etcharren
Estamos entre el grupo de pertenencia y el espacio de descontrol frente a un estado de anomia que se sigue imponiendo en un país en el cual hay un déficit alarmante en lo que a políticas de prevención respecta.
Parece que hasta el momento no se asimiló que la droga como enfermedad es la base primaria de la droga como delito. Y que prevenir lo primero será un continente de prevención de lo segundo. Además, claro está, de evitar las muertes por consumo en contextos que ya de por sí conllevan un aparato reproductivo de agite y experimentación al compás de una música que necesita la adrenalina del “power”.
Se trata, sin más, de las fiestas electrónicas. En donde la sociología de la moda se complementa con un capital cultural y simbólico de la imitación. El desafío ante las drogas nuevas. “Volar”, como dicen algunos. “Alucinar”, como expresan otros.
Las fiestas electrónicas siempre han sido divisadas por los investigadores. Son consideradas espacios de excesos en donde la música es una excusa, entre otras cosas, para el consumo. A través de la observación directa y participante en una fiesta de estas características las hipótesis se constatan.
Se trata de jóvenes encendidos por la música y potenciados, no todos pero en su mayoría, por el consumo de estupefacientes que necesitan del complemento inexorable de la hidratación. Así es como se ven botellas de agua mineral en el oxímoron del espacio pasando por las manos de los danzantes casi en un estado de levitación. Transportados, para los ingenuos, por los estímulos de las luces y los sonidos, así como por la energía de la juventud, que se va desperdiciando en cada sorbo de agua tras el consumo de alguna pastilla.
Saben, generalmente, los consumidores, que las drogas de diseño no son amigas del alcohol. Porque no son ni la marihuana ni la cocaína las estrellas de dichas fiestas. Son, por el contrario, las pastillas. Las drogas de diseño. Las sintéticas. Las nuevas drogas que, según muchos investigadores, ya son la competencia de las drogas tradicionales, que podrían quitarles espacio en los próximos 7 u 8 años.
Lo ocurrido en Costa Salguero, en una fiesta electrónica, es una prueba más del descontrol y la falta de políticas de seguridad externas e internas. Así como también se vuelve a evidenciar la perforación del tejido social al constatarse que la droga es un proyecto de muerte enmarcado en la descomposición de los límites y la educación.
Cinco muertos, otros tantos en grave estado son el saldo que deja una mal llamada fiesta. Porque estas fiestas son, por lo general, el velo para la venta. Para el narcomenudeo. En algunos casos para experimentar con la juventud voraz y jactanciosa de los años los efectos de nuevas drogas de diseño que ingresan al país y también las que, en menor medida, se elaborarían aquí en laboratorios muy bien camuflados.
Tengamos en cuenta que el mercado de diseño tuvo su apertura en Argentina entre los años 2007 y 2008 con la efedrina. En esa movida narcótica bajo la génesis de los precursores químicos se consolidaron los lazos criminales con México, al mismo tiempo que se abrió, en nuestro país, dicho mercado con aspiraciones contundentes y sostenidas en el tiempo.
Según datos de fuentes de investigación, una de las drogas más letales que ya circularía en nuestro espacio es la conocida popularmente como “la bomba”. Esta ingresaría desde Chile a través de la ruta 7 y se distribuiría por Argentina. Es un equivalente al LSD.
El mercado de diseño es más voraz que otros mercados porque tiene un proceso de armado inagotable. Las pastillas adulteradas juegan un rol fundamental, así como los psicofármacos. Y los recursos humanos del narco lo saben. Porque el narcotráfico es una vertiente del crimen organizado que se dinamiza, entre otras cosas, con la elaboración de nuevos compuestos. De nuevas sustancias.
En Europa, dichas drogas están haciendo estragos en las capas medias altas. Su consumo es más selectivo por los costos, pero en la medida en que se masifiquen, como todas las drogas si no encuentran un freno, reducirán sus costos y su acceso será más sencillo.
Por otro lado, las botellas de agua mineral no son caras en sí mismas. Su precio está marcado por la pastilla que, sigilosamente, se le entrega al consumidor.
El efecto estimulante se genera a partir de la modificación de diversas estructuras químicas que se sintetizan en laboratorios clandestinos. El abuso se vuelve la regla de la clandestinidad de las mafias que venden y de los funcionales consumidores.
Existe un infinito abanico de nombres de dichas síntesis que se consumen por vía oral y que arrastran, como escribí en líneas anteriores, a un grueso de jóvenes. Eso no quita que existan otros rangos en edad de consumo.
Efectos diversos que parecen encantadores en un momento pueden terminar, como en la evitable fatalidad de Costa Salguero, en la muerte. El proyecto que es la droga que devora.