Por: Laura Etcharren
Si algo quedó claro en los últimos días en nuestro país es que el crimen organizado, además de estar consagrado, fundamentalmente en su vertiente narco, también está lo suficientemente bien asentado como para lograr que la impunidad esté por encima de la Justicia.
Transitamos en lo que va del año la peor cosecha de cadáveres.
Nos asentamos en la debacle y esperamos, ante el cinismo preponderante, lo peor. Porque lo peor no se encuentra en el imaginario colectivo sino en la barbarie cotidiana que refleja que la creación de nuevas policías no ha sido más que funcional a la criminalidad y que en nuestro país, de la custodia, también hay que cuidarse.
Con “custodia” asesinaron a Norma Bustos en Rosario (2014). Con “custodia” asesinaron a Alberto Nisman en CABA (2015).
Nos hemos convertido, a pesar del relato, en un paradigma de impunidad en el cual, el aparato reproductivo de la muerte es la consecuencia primaria de la forma en la que es simulacro que nos gobierna a nivel Nación, decidió combatir el delito.
Así es como en la brutal tergiversación, la injusticia se acomodó por encima de la Justicia reproduciendo de forma voraz a Candela.
Se multiplican, en lo cotidiano, Candelas.
Con la petulancia del manoseo de las “investigaciones”. Con las dudas sobre las fuerzas de seguridad embebidas en una profunda opacidad. En donde los espectros circulan casi exultantes ante la falta de verdad.
Una y otra vez, volver a matar al muerto en un agiornado estado de naturaleza con una construcción ética y estética acomodada en la negación como herramienta retórica de desvío y tergiversación.
Rosario lleva 25 muertos en lo que va del año y el Conurbano supo cosechar 6 cadáveres en cinco días.
Las nuevas policías, en su precaria formación y “sensibilidad” al delito, no hacen más que multiplicarlo en los dos primeros puestos del PBI Narco Delictivo del país. Pero son un buen instrumento, como ocurría en los países que ya las están aboliendo, de lavadero y desvío.
La unidad mexicana
Callar la verdad. Callar la justicia. La lógica del crimen organizado en el poder o en escala es que “alguien siempre tiene que morir”.
En Centroamérica y México no hay sorpresa ante la muerte del Fiscal Nisman. Sí simulación de estupor. Allí llevan más de 20 años conviviendo con las mafias de una criminalidad que no da tregua. Y que cuando lo hace, lo hace a través de la ficción de acuerdos sigilosos con los gobernantes de turno. Tal como ocurre ahora, con el nuevo llamado de paz en El Salvador por parte de Las Maras. Las organizaciones criminales que trascendieron las pandillas para convertirse en un brazo armado más que trafica violencia y paz de acuerdo a la temperatura delictiva de la región.
Las Maras, en connivencia con los gobiernos, no dan paz. Simplemente, desplazan la muerte. De lo urbano a lo suburbano. Desde la cárcel maléfica. O desde las células plantadas, incluso, en Argentina misma.
Lo cierto es que todo trasciende. Y desde México, un periodista especializado en criminalidad me contaba, ante lo ocurrido con Nisman, que la muerte al interior de la Justicia es otro paso del crimen organizado. Por homicidio o inducción.
Sucede que callar a la Justicia fue el método que llevó a su país a la absoluta consagración criminal, dado que uno de los objetivos del crimen organizado es abolir la justicia para tomar el poder o bien para perpetuarse en el mismo.
Otro dato a considerar es que parte del aparato mafioso, si ya se encuentra dentro del poder que vigila, gobierna para sí. Para estimular el deterioro y la fractura social, así como para alimentar la renta obtenida.
Desosiego social
Hace 14 años que los argentinos atravesamos un constante devenir bárbaro. Una seguidilla de episodios vinculados con el delito que nos llevaron al desasosiego, al hartazgo y a la desconfianza en los gobiernos y las instituciones.
La duda nos carcome. Y la certeza en el inconsciente nos devora.
Dudas y ostracismo. Causas narcos que estarían encajonadas en la perpetuidad del negocio que se reparte. Un extraño entramado de ambiguas relaciones. El corredero, tal vez, de supuestos aprietes y extorsiones que preparaban el campo para la masacre consumada.
Con la muerte de Nisman murió una parte de cada uno de nosotros, no por dramatismo sino por impunidad. Por ser testigos de la tragedia de la moral y los valores.
Por observar, en los hechos de la realidad, que el terrorismo no forma parte de otro continente ni de otra región. El terrorismo vive entre nosotros.
Se desplaza. Se jacta. Nos carcome y nos revela la profundización de la debacle.
Porque hace 14 años atrás podíamos hablar de un país en estado embrionario en materia de narco terrorismo. Hoy, en el fatídico verano del 2015, hablamos y asistimos al terror sin simulacros. Sin velos. Y con jactancia.
Porque la caterva quiere seguir, aunque para ello y una vez más, nos tengan que volver a entregar