Por: Lucas Jolías
En los últimos años, el surgimiento de movilizaciones masivas convocadas por ciudadanos en diferentes ciudades inteligentes de todo el mundo evidencia un nuevo desafío global en el vínculo entre gobernantes y gobernados.
El concepto smart city o ciudad inteligente puede resumirse como la aplicación de tecnología en transporte, medio ambiente, gobierno, energía y todas aquellas áreas que son centrales para una ciudad, para mejorar la calidad de vida de sus habitantes.
Según los rankings más reconocidos, los distritos mejor posicionados son megaciudades como Londres, New York, Barcelona o Berlín, entre otras. En América Latina, Medellín, Río de Janeiro, San Pablo, Buenos Aires y Santiago son las más destacadas. Así, rara vez encontramos una “ciudad inteligente” que no sea global, grande y con un PBI elevado. También existen ciudades inteligentes creadas desde cero, como Songdo (cercana a Seúl), Masdar (Abu Dabi) y Yachay (Ecuador).
Hay, sin embargo, un dato que rara vez se tiene en cuenta al analizar estas ciudades inteligentes: la mayoría de ellas ha tenido en los últimos años manifestaciones masivas, en las que la tecnología ha sido una herramienta central para la organización ciudadana. Hubo protestas en Londres, Nueva York y Boston con el movimiento Occupy; Madrid y Barcelona, con los indignados y el reciente movimiento por la independencia catalana; Río de Janeiro y San Pablo, con movilizaciones antes del mundial de fútbol; Santiago, con manifestaciones estudiantiles; Buenos Aires, con cacerolazos, y más recientemente Hong Kong, con movilizaciones prodemocráticas en contra el régimen chino.
Estamos siendo testigos de cómo los ciudadanos se organizan inteligentemente, con sistemas descentralizados de comunicación y sin la necesidad de instituciones formales. Las actuales movilizaciones de Hong Kong son un claro ejemplo de ello. Ante la censura y control de determinadas redes sociales por parte del gobierno, una de las aplicaciones más utilizadas por los manifestantes es FireChat, un servicio de mensajería instantánea que no necesariamente requiere internet para funcionar. Aunque el gobierno chino controle la infraestructura de comunicación y esto le permita bloquear noticias sobre la protesta, gracias a este sistema los manifestantes han creado una red de conexión por proximidad mediante dispositivos con Bluetooth, intercambiando mensajes sin la necesidad de conectarse a internet. Desde las primeras movilizaciones de los indignados o el Occupy, la organización ciudadana aprende en el tiempo, se hace más inteligente, y se adapta a los obstáculos y particularidades de cada contexto.
A diferencia de las innovaciones industriales, lo revolucionario de estas tecnologías es que el usuario define el designio y la utilidad de las innovaciones. Los creadores de Facebook o FireChat no pensaron inicialmente en una tecnología para organizar movilizaciones contra regímenes políticos. Pero el usuario completa la tecnología, la adopta y transforma según sus necesidades.
A pesar que en su gran mayoría las protestas son dirigidas hacia gobiernos nacionales, son en las grandes ciudades donde estos conflictos se materializan. La combinación de densidad poblacional y las diferencias en el acceso a la toma de decisiones las han transformado a en centros de autoexpresión. No es casual que en ciudades globales que poseen altos niveles de desarrollo se den al mismo tiempo protestas masivas. Un individuo movilizado es un individuo que interactúa con y hace uso del medioambiente urbano, sus espacios y sus calles. A la interacción que generan las ciudades se suma el impacto de las tecnologías para diseminar ideas entre pares.
Las ciudades no son un lugar en el espacio, sino historias en el tiempo. Más de allá de que las construcciones e infraestructuras inteligentes pueden tener un impacto positivo en la vida cotidiana, no hay ciudades inteligentes sin ciudadanos inteligentes. Hace años que venimos presenciando cómo la gente se organiza gracias al uso de la tecnología, para marchar frente a un gobierno, combatir el cambio climático o reclamar derechos denegados. La ciudad es la plataforma que permite este intercambio, siempre lo ha hecho. La diferencia es que ahora no necesariamente precisamos de organizaciones formales para coordinar acciones colectivas. En épocas donde nunca antes hemos contado con tantas herramientas para escuchar a los ciudadanos, el desafío estará en fortalecer y mejorar los canales de transmisión de demandas. Una smart city deberá ser también una ciudad abierta.
Por eso, las ciudades inteligentes ya no se definen por su orden y equilibrio, sino por la posibilidad que brindan a sus habitantes para una mayor autodeterminación. Algo que generalmente produce tensiones, como las expresadas por los movimientos ciudadanos actuales.