¿Un Papa castrista?

Luis Rosales

En la capital de los EEUU no hay medio, electrónico, en papel o digital que no abra su edición con una cobertura de la agenda muy intensa del Papa argentino en Cuba. Hay para todos los gustos. Los más liberales, felices por su sintonía total con las ideas y posturas del Presidente Obama; los más conservadores, tratando de encontrar alguna frase, un ángulo de la información que no los aleje totalmente de la papamanía generalizada. Nadie quiere quedarse afuera, mucho más ahora que los cambios demográficos van fortaleciendo la influencia y presencia del catolicismo en estas tierras de mayoría protestante. Casi 80 millones de norteamericanos tienen en el Vaticano su “Meca” espiritual, más de la mitad de los cuales pertenecen a la creciente comunidad hispánica.

Pero el gran interrogante que todos se hacen después de verlo charlar con Fidel o compartir con Raúl es: ¿qué piensa realmente Francisco? Si es aquel obispo con posturas mucho más conservadoras que luchaba a brazo partido contra Néstor Kirchner y su matrimonio igualitario o si es este Papa que frecuenta con Cristina, condena el capitalismo por sus abusos y se abraza con Correa, Evo y los hermanos Castro. La respuesta a esta pregunta es muy amplia y variada. Desde posiciones más “de derecha”, algunos argumentan que sólo se está haciendo hincapié en la misericordia propia del cristianismo, como las prédicas del mismo Jesús hace dos mil años, lo que en realidad no altera el tema del fondo, el dogma, que permanece inmutable. Que no se juzgue a un gay o que se perdone a una mujer que sinceramente esté arrepentida por haber cometido un aborto, implica un profundo cambio de actitud pero no una alteración de los principios. Generoso y compresivo desde lo humano pero firme en lo dogmático.

En donde sí Francisco se corre hacia posturas más cercanas a los liberales norteamericanos o a las izquierdas europeas, es en la agenda social y económica, a la que se suma ahora el tema medioambiental. Su condena al endiosamiento del dinero y su permanente crítica a los abusos del modelo vigente, lo aproxima a las ideas de Obama y otros líderes de pensamiento similar. Pero la verdad que Francisco no está innovando demasiado en esta materia. Con gran habilidad política, propia de un jesuita, está desempolvando y aggiornando las viejas doctrinas sociales de la Iglesia, que fueron concebidas allá por el año 1871, cuando después de la unidad italiana, los papas perdieran el control de centro de la península y con ello todo su poder terrenal y fueran confinados a las murallas vaticanas. Desde León XIII en adelante concibieron un nuevo rol y aprovecharon su enorme influencia espiritual para orientar a la humanidad en los nuevos desafíos que el capitalismo desenfrenado y el incipiente socialismo iban proponiendo. Las encíclicas sociales que criticaban por igual a ambas ideologías marcaron una tercera posición intermedia que resaltaba y rescataba aspectos positivos de ambos mundos.

Ahora el argentino prácticamente hace lo mismo. Encontrando un camino intermedio y transformándose en una de las pocas voces disonantes o críticas al modelo que se ha instalado en el mundo desde el fracaso de la utopía marxista después de la caída del Muro de Berlín. Por eso preocupa tanto a los abanderados del capitalismo, principalmente en estas tierras del norte de las Américas. En tiempos en que hasta la China comunista ha crecido a un ritmo alocado gracias a haber abrazado un sistema que por tantos años combatió, Francisco con su carisma y popularidad se ha transformado en un contrincante formidable, mucho más audaz y certero que las solitarias voces que se venían alzando desde algún rincón de la academia.

Pero también pueden haber otras razones para estas posturas algo contradictorias. Desde la conversión al cristianismo del emperador romano, la Iglesia creció y se consolidó expandiéndose por toda su área de influencia. Siempre tuvo una relación ambigua con el poder y los poderosos. Entronizaba reyes por la “Gracia de Dios” y al mismo tiempo los combatía con vírgenes nombradas generalas por los ejércitos independentistas rebeldes. Hace pocas décadas acompañaba y bendecía dictadores y estimulaba a través de las doctrinas tercermundistas a quienes daban su vida para derrocarlos. Hay una razón de largo plazo que explica esta aparente ambigüedad: la subsistencia de una de las instituciones más perdurables de la humanidad, que implica la necesidad de ser un paraguas protector que esté por encima de todas las diferencias terrenales. Así Francisco puede recibir a Maduro, mientras que a los pocos días saludar en la Plaza de San Pedro a Lilian Tintori, la esposa de su preso político Leopoldo López. Todos católicos y ferviente admiradores de su liderazgo.

Por todo esto, aquí en los EEUU muchos lo empiezan a califican como el Papa peronista. Algo que tal vez tenga que ver por sus preferencias juveniles o por estas posturas papales pero que también es coincidente con un tema de fondo. La doctrina original de Perón, fue inspirada sin dudas en las doctrinas de la iglesia. La tercera posición del General, crítica del capitalismo pero sin por ello querer reemplazarlo por el socialismo. Un movimiento que puede contener a Menem y los Kirchner. Por eso es que tal vez esta sea la forma más adecuada de entenderlo, algo que se hace muy difícil más allá de la Argentina. Un Papa que por más que se abrace con Fidel no debe ser considerado un castrista…