La política pública “menos pública” de todas, la política exterior, particularmente la de un país emergente como Argentina, tiene algunos objetivos (a veces explícitos, otras veces no) que dependen de cada gobierno. Inserción internacional, con cierta dosis de autonomía, mayor seguridad fronteriza, cierta previsibilidad, reputación e imagen respetable por parte del resto de los estados.
Puede adquirir un carácter más pro comercial o, incluso, menos. A menudo, la política exterior está centralizada en un órgano del Ejecutivo, que suele ser la Cancillería o el Ministerio de Relaciones Exteriores, con recursos, normativas, personal profesional a cargo como también embajadores y funcionarios políticos de alto nivel.
En el caso argentino, hitos de la era democrática como la paz con Chile o el Mercosur pudieron enterrar las décadas de aislamiento que se “coronaron” con el fiasco de Malvinas. Sin embargo, la incoherencia entre las “relaciones carnales” con Estados Unidos y el default de la deuda externa y los alineamientos tan especiales con el ALBA, opacaron aquellas iniciativas de los años ochenta y parte de los noventa. Estos desvíos permanentes no pudieron haber resultado peor. Argentina carece de una reputación creíble a nivel internacional, no accede a crédito y sólo está globalizada en términos del comercio exterior de la soja y algunos cereales, con China. Ha retrocedido en todas sus relaciones exteriores. Atraviesa una mala relación con Brasil, coopera en algunos planos con Estados Unidos pero éste ha bajado notoriamente su perfil en el país, hemos perdido mercados en Europa y ni siquiera con América Latina hemos podido construir una relación sólida y homogénea. En términos de seguridad, el país posee fronteras permeables a flagelos como el narcotráfico y en materia de defensa, desde hace mucho tiempo, sus tres fuerzas armadas están desmanteladas, en todo sentido.
Esta realidad de neoaislacionismo, que se agrava al tratarse de un país distanciado físicamente del mundo en 10.000 o más kilómetros, es el producto de una improvisación rayana con la ausencia de una política pública exterior. Un discurso vanamente nacionalista con la causa Malvinas o acuerdos extemporáneos con países como Irán, un verdadero “paria” en el tablero internacional, confundiendo en ambos casos lo doméstico con lo externo, no alcanzan a ocultar esta falencia.
Acciones externas que ni siquiera están concentradas en la figura del canciller Héctor Timermann sino en la figura de la presidenta y repartidas entre diferentes ministerios, incluso en agencias dependientes de aquéllos, como el INTA.
Si bien en el plano opositor poco se habla de esta política exterior, porque en un país aislado sólo lo doméstico es tema de discusión, habrá que tomar conciencia de que si Argentina quiere volver al mundo de alguna forma, tendrá que revertir dramáticamente estos resultados y para ello deberán prepararse los dirigentes rodeados de equipos técnicos y con vocación global que aspiran a ocupar el poder en el post kirchnerismo.