Parecen lejanos los tiempos en que a pesar de contextos de Guerra Fría altamente desfavorables, las revoluciones, por ejemplo, las democráticas, suscitadas en las postrimerías de los años ochenta en Europa del Este, derribaban regímenes totalitarios y promovían, vía la sociedad civil, sistemas pluralistas y de alternancia en el poder. A pesar de que ahora, el entorno ideológico y técnico es propicio para fomentar la autonomía individual y la elección colectiva, con 124 democracias sobre un total de 200 países, el fenómeno de la presencia de muchedumbres en las calles no garantiza per se el mismo resultado de otrora.
Salvando las distancias geográficas, culturales y políticas, con el antecedente de las revoluciones pacíficas -pero decepcionantes- de Ucrania y Georgia en la mitad de la primera década de este siglo, primero fue Irán, a punto de desarrollar nuevas elecciones presidenciales en estos días, la que a propósito de las últimas realizadas en 2009, que catapultaron al poder al proclerical y populista Ahmadinejad, impulsó a la gente educada y de clase media urbana a protestar por un supuesto fraude. Un escenario parecido se desarrolló en Rusia, antes y después de los comicios presidenciales y parlamentarios de fines de 2011 y principios de 2012, también motivando a franjas sociales semejantes, reclamando con el mismo propósito. Finalmente, en las últimas semanas, hemos vivido protestas de importante magnitud en Turquía, donde masas urbanas se lanzaron a rechazar cierto tinte conservador islamista de las políticas del gobierno del premier Erdogan.
Si bien los regímenes objeto de queja son diferentes (república teocrática, república hiperpresidencialista disfrazada de “semi” y república laica y secular), ¿qué tienen en común la “Revolución Verde” iraní, las protestas rusas y turcas, respectivamente? En los tres casos, son las clases medias, grandes beneficiarias del “boom” petrolero y la bonanza reciente, las que en aras de mejorar su estatus político, aspiran a sistemas políticos más abiertos, menos pro-establishment (cualquiera sea) y con alternancia en el poder. Pero sobre todo, las protestas convocadas a través de las redes sociales como Facebook y Vkontakte (ruso), entre otras, están imbuidas del sueño tocquevilleano, por el cual es posible y deseable la vida democrática en libertad y no semimutilada, como en la actualidad, en no pocos países, incluido el nuestro.
Hasta aquí y ahora, los regímenes políticos vigentes imbuidos de un nacionalismo o conservadurismo, a veces exagerados, han mostrado su vigor y se han mantenido en pie a fuerza de represión, cooptación, ahogo de las ONG, so pretexto de su financiamiento externo y mayores controles sutiles. Sin embargo, saben en su interior que más tarde o más temprano su futuro está más cerca de Kant que de Hobbes, esto significa que si no abren ventanas de pluralismo y diversidad, su destino puede ser tan sombrío como lo fue para otros sistemas que se negaron a abrirse a lo largo de la historia.
Asimismo, para que las protestas se erijan en alternativas ciertas de poder deberán canalizarse a través de las estructuras partidarias existentes o nuevas que permitan institucionalizar la voz popular. Para ello, serán necesarios líderes que no jueguen cartas de protagonismo o “vedettismo” individual, apuesten al consenso, generen coaliciones amplias, organicen estructuras y estén dispuestos a sacrificios personales en aras del bienestar colectivo intergeneracional.
Señor lector, cualquier semejanza que advierta usted, con el caso argentino, es pura coincidencia.