Por: Marcelo Ramal
En una visión superficial de la historia reciente, el noveno aniversario de la masacre de Cromañón parece ser sólo la evocación de una circunstancia atroz, casi perdida en el tiempo.
A poco de andar, sin embargo, encontraremos mucho más que eso. Las causas que llevaron a la muerte de nuestros chicos nos devuelven brutalmente a la actualidad de la Ciudad y de su orientación social. A los intereses que defienden quienes la gobiernan hoy, y quienes la gobernaron nueve años atrás.
Cromañón sacó a la luz una red de protección estatal y política sobre los intereses capitalistas en la industria del espectáculo y la noche. Funcionarios y gobernantes ampararon la habilitación de boliches en la mayor precariedad. Para los empresarios, menores costos. Para los trabajadores y jóvenes que concurrían, un sistema de zozobra permanente, que terminó estallando en la noche terrible de Once.
Pero ese escenario ¿no se despliega cotidianamente hacia el conjunto de la realidad laboral y social de la Ciudad? En la trastienda de la supuesta “capital del diseño” o de las “empresas tecno”, existen miles de jóvenes precarizados, en call centers, en comercios o incluso en talleres clandestinos de trabajo semiesclavo.
Ayer, este régimen de liquidación de la vida y de las conquistas laborales se desarrolló bajo el amparo del seudoprogresismo. Hoy, lo hace bajo las banderas del PRO. Pero en la Legislatura, unos y otros votan juntos, para asegurar la continuidad de la “Ciudad Cromañón”. Es lo que demuestran los consensos en favor de la privatización de tierras públicas o -más recientemente- el jubileo impositivo en favor de los zares del juego.
El acaparamiento de la Ciudad en favor del capital financiero, inmobiliario o del juego tiene como contrapartida a los múltiples cromañones cotidianos que soporta su población. Para algunos, la noche del 30 sólo será un incómodo recuerdo. Pero Cromañón reaparece todos los días, y con brutal vigencia, en el rostro del hospital desfinanciado; de la escuela sin matrícula; del vecino golpeado por los desequilibrios urbanos, desde las inundaciones recurrentes hasta el colapso eléctrico.
Como Mariano Ferreyra, Luciano Arruga o los muertos de Once, los pibes de Cromañón abrieron un abismo infranqueable entre los que viven de su trabajo y los explotadores del trabajo ajeno, sus funcionarios y personeros. Una vez más, ¡presentes! Por la memoria de ellos, luchamos por una transformación social que ponga a los recursos de la Ciudad y del país en manos de quienes viven de su trabajo.