Allá por el 1600, Francisco de Quevedo, famoso escritor y poeta español del denominado Siglo de Oro, describió la soberbia como aquella que nunca baja de donde sube, pero siempre cae de donde subió.
El mundo de hoy esta compuesto por dos prototipos de países. Por un lado tenemos a aquellos críticos de sí mismos, que buscan redirigir sus políticas a través del reconocimiento de errores, obteniendo como resultado mejorar tanto su situación interna como su posicionamiento en el mundo. Y por otro, están aquellos países cuya soberbia impide mirar nuevos horizontes, condenándose al estancamiento y hasta hundiendo a sus pueblos en la pobreza y la miseria.
Estados Unidos, China y Japón son tres países muy disímiles entre sí, con tipos de gobierno a veces hasta antagónicos, pero que sin embargo se encuentran unidos por un factor común: la autocrítica, que los ha llevado al éxito y a ser hoy las tres economías más grandes del mundo.
No hace falta referirme a los Estados Unidos, ya que estamos cansados de ver su poder de autocrítica a través de Hollywood y sus megaproducciones, sumado a la total libertad de expresión de sus ciudadanos, no sólo a través de los diferentes medios de comunicación, sino del llamado voto castigo, que funciona perfectamente haciendo que sus políticos necesariamente reflexionen y corrijan su camino.
Qué decir respecto de Japón, una democracia social donde hemos visto, en este caso, a ministros suicidarse por cometer delitos durante el ejercicio de sus funciones. Son ejemplos de ello Toshikatsu Matsuoka, ministro de Agricultura, quien en 2007 y como consecuencia de un escándalo por malversación de fondos públicos se ahorcó en su domicilio. O más recientemente, Tadahiro Matsushita, ministro de Finanzas, quien apareciera también ahorcado en su domicilio en septiembre del año pasado.
Pero la sorpresa más grande la tenemos con China, país políticamente comunista, pero que hace ya algunas décadas optara por una economía capitalista y de apertura como forma de crecimiento debido a su fallido sistema anterior que los mantenía en la pobreza. Su primer ministro saliente, Wen Jiabao, nos ha dado una lección en su discurso de apertura y despedida, en la sesión de apertura de la Asamblea Nacional Popular una semana atrás. Instó a afrontar con coraje las reformas que el país asiático necesita para impulsar su desarrollo. Hizo una dura autocrítica a su gestión, reconociendo tres grandes problemas engendrados por el modelo de crecimiento llevado adelante durante la última década. Si bien China creció a un ritmo de entre 10% y 11% anual durante este período, también trajo aparejado consecuencias desfavorables como un pronunciado incremento en la brecha entre ricos y pobres, la alta contaminación ambiental y un elevado nivel de corrupción.
Pero la capacidad de los gobernantes chinos de adaptarse a las nuevas situaciones y desafíos, cambiando el rumbo de ser necesario, con tanta flexibilidad como sus cañas de bambú, es lo que ha llevado a este país a transformarse en el gran gigante que es hoy. Para poner esto en números, China, con un PBI de U$S 8.3 billones, es hoy la segunda economía más grande del mundo, habiendo desplazado en 2012 a Japón con un PBI de U$$ 5.9 billones, y sólo siendo superada por los Estados Unidos con un PBI de U$15.6 billones, que ocupa el primer puesto. Hasta 1993 era un país neto exportador de petróleo. Para este año se espera supere a los Estados Unidos como primer importador de crudo y derivados del petróleo de acuerdo con un informe del Citigroup. El Banco Mundial en su informe pronosticó que el país asiático crecerá a un ritmo del 6% en la próxima década; será el crecimiento más alto del mundo sólo seguido por India. Es líder mundial en manufactura por su excelente infraestructura, bajo costo laboral y alta productividad. Es miembro desde hace ya años de la OMC (Organización Mundial de Comercio), tiene el nivel de reservas más alto del mundo, U$$ 2.85 billones. Es el mayor tenedor de bonos del tesoro americano, U$S 1.16 billones, seguido por Japón. Ocupa el tercer puesto en el mundo en recepción de inversión directa extranjera, recibiendo en 2011 U$S 115 billones. Tres de las diez empresas de mayor valor en el mundo pertenecen a este país (Sinopec, CNOOP, State Grid). Es el segundo consumidor de bienes de lujo, con un share del 27% del mercado mundial, siguiendo a Japón que ocupa primer puesto. Tanto la revista Forbes como Hurun, su versión China, han informado recientemente sobre el número de billonarios en el mundo, ocupando Estados Unidos el primer puesto con 425, seguido por China con 122. Y así podríamos seguir con una lista interminable de logros de este país que no para de sorprendernos día a día.
Creo que no hace falta poner ejemplos de soberbia, que también sobran. Simplemente llamo a reflexionar. Para construir y crecer no sólo hay que hacer, sino aprender de los errores y así poder corregir el rumbo. Pero para esto es necesaria la autocrítica. Con esta base, junto con políticas de largo plazo sostenibles y sustentables, ya que no se crece de un día para el otro -a China le llevó más de 30 años-, podemos llegar a encontrar la clave del éxito y volver a ocupar junto a estos países los primeros puestos del mundo, que allá y hace tiempo, supimos conseguir.