En el transcurso de esta última semana dos sucesos importantes tuvieron lugar en el mundo. El primero en el lejano Oriente, más específicamente en China, donde concluyera el Plenario del Partido Comunista Chino (PCCH). Allí fueron aprobadas amplias reformas, algunas de las cuales apuntan a fortalecer el papel del mercado en la economía, y otras refuerzan el poder del presidente Xi Jinping. La segunda, la vuelta a la actividad de nuestra presidente, Cristina Fernández de Kirchner, tras su licencia como consecuencia de una intervención en su cabeza.
Con un simpático video que, considero, no estuvo a la altura de las circunstancias, ya que habló de ella misma en lugar de dar a conocer los importantísimos cambios que se venían en el gabinete, anunciados posteriormente por su vocero. Se me dificulta imaginarlo a Xi Jinping, con una mascota y un peluche, hablando al pueblo chino sobre su vida personal, en lugar de sobre las reformas que atañen a su país. Mientras quienes están en el poder en China, país comunista, hacen un balance del modelo y, con un espíritu crítico, concluyen que éste ya cumplió su ciclo, reformulándolo y adaptándolo a las nuevas necesidades, quienes detentan el poder en Argentina hablan de profundizar un modelo que no sólo no funciona, si no que contribuyó a dejarnos fuera del planeta. En un mundo globalizado, Argentina se aisló, ahuyentando todo tipo de inversiones e inversores.
Es raro ver a nuestra mandataria jactarse de lo bien que nos va y, a su vez , no cumplir con las obligación de pagar las deudas que contrajimos hace ya más de 10 años. ¿Que pensará el Club de París cuando la escucha enorgullecerse de tantos éxitos? No creo que estén demasiado contentos. Es como irse de vacaciones a Europa con toda la familia debiéndole dinero a un amigo. Los fondos buitres pueden ser otra historia, pero a mí me enseñaron que las deudas se pagan, no sólo por una cuestión de bien sino por regla y sentido común. Si no pago difícilmente vuelva a encontrar quien me preste.
¿Que lecciones deberíamos aprender de China? La gran humildad y la paranoia con la que se maneja. Se preguntan permanentemente quiénes están haciendo las cosas mejor que ellos para así copiarlos, con la finalidad de terminar siendo superiores a sus propios maestros. Es pura competencia, donde se busca ser el mejor y aprender las lecciones del pasado con la mirada hacia el futuro. Pragmatismo puro.
Por el contrario, si creo que todo lo hago maravillosamente bien, y sólo miro mi ombligo, navegaré en las aguas de la mediocridad hasta naufragar.
Reformar a tiempo, y de ser necesario cambiar el rumbo, es un acto de inteligencia y valentía. Así lo hicieron los comunistas chinos a partir de 1978, bajo el liderazgo de Deng Xiaoping, sucesor de Mao. Fue éste un iluminado, quien dio comienzo a una nueva etapa de “neoautoritarismo“, fusión del dinamismo capitalista con control del sistema unipartidista. Durante tres décadas China logró el crecimiento mundial más grande de la historia. En la última década creciendo a un ritmo vertiginoso del 11% anual, rescatando así a cientos de millones de ciudadanos de la pobreza extrema. ¿Cómo lo hizo? Entendiendo que las inversiones extranjeras eran imprescindibles para crear un sector exportador competitivo, una industria manufacturera, y la infraestructura necesaria para acompañara este proceso de industrialización. Sus sucesores, Jiang Zemin en los 90′ y Hu Jintao a partir del nuevo siglo, siguieron esta misma línea.
En 2001, para coronar esta historia de éxitos, China pasó a formar parte de la Organización Mundial de Comercio. Los resultados están a la vista. Hoy China es la segunda economía más grande del mundo, detrás de los Estados Unidos, habiendo superado a Japón en el último año. Es el mayor tenedor de bonos del Tesoro americano. Sus reservas en moneda extranjera se vieron incrementadas en estos últimos años en un 18%. Tienen 3 de las 10 empresas más valiosas del mundo. Cientos de ellos figuran entre los billonarios del mundo en la lista Forbes. En educación sacan las calificaciones más altas en los exámenes PISA internacionales. En las olimpiadas se reparten las medallas con los americanos como en algún momento lo supieron hacer los rusos. Son la fábrica del mundo, no hay etiqueta de marca de lujo, media o económica que no diga made in China. Se han modernizado y han invertido millones en infraestructura acompañando este crecimiento.
Pero desde hace dos años el modelo comenzó a agotarse y a mostrar sus vicios. La alta contaminación como consecuencia de la industrialización, una mayor brecha entre ricos y pobres, y un menor crecimiento como consecuencia de la crisis mundial económica iniciada en el 2008. Ya en ese entonces su premier, Wen Jiabao, había definido al modelo como “descoordinado, inestable, desbalanceado e insostenible“. Increíble pero real, no sólo criticó el modelo sino que comenzaron a trabajar en los vicios y problemas generados por él, para tomar las medidas necesarias y redireccionar, con la finalidad de lograr un desarrollo sostenible en el tiempo.
Con la llegada al poder de Xi Jinping, a principios de este año, también llegaron las reformas. Se pondrán en marcha de manera muy gradual, pasará tiempo hasta ver sus resultados. Esto ya es inherente a la filosofía de vida de los orientales, quienes están acostumbrados a proyectar a largo plazo y a saber esperar, con extrema paciencia, para obtener resultados. Para ellos la vida es constante movimiento y cambio, hacer más que decir. Tienen la flexibilidad de sus cañas de bambú. Una capacidad de adaptación asombrosa. Basta con ver fotos o documentales de 50 años atrás donde todos se vestían de gris con cuello mao y andaban en bicicleta y compararlo con la actualidad. Creo que ningún lugar del mundo ha experimentado y asimilado un cambio tan abrupto. Quien haya pasado por ciudades como Beijing o Shanghai, habrá podido observar en sus calles e inmensos shoppings las tiendas de marcas de lujo e internacionales como Prada, Hermes, Louis Vuitton, Chanel, Zara, Banana Republic, Gap, Apple, Samsung, Starbucks, McDonald’s, entre infinitas otras, alternadas en cada rincón con marcas chinas, conviviendo todas pacíficamente. Se ve no le temen a la competencia, y son comunistas. Tienen marcas de lujo internacionales en sus avenidas y shoppings, y son comunistas. La gente trabaja y no tiene espacio para hacer huelgas o piquetes. La seguridad es altísima ya que quien comete un acto de delincuencia lo paga, no sigue suelto. Hay derechos para todos o no hay derechos para nadie. Pero se marcha derecho.
Soy una defensora a ultranza de las libertades no sólo económicas sino individuales. Pero pongo de ejemplo a China como muestra de un comunismo aggiornado y pragmático. No sólo no se queda fijado al pasado sino que lo corrige y supera.
Que estos nuevos cambios en el gabinete, decididos tan certeramente por nuestra Presidente, profundicen también cambios en el modelo. Seguramente después de 10 años algo podrá mejorarse o recalcularse, de acuerdo con los resultados obtenidos y a los nuevos desafíos. Sin educación, sin seguridad física, sin seguridad jurídica, sin inversiones, sin justicia, sin diálogo, sin valores, sin dólares, sin importaciones, sin sentido… nunca vamos a despegar y reubicar a la Argentina en los primeros puestos del mundo que supimos ocupar por allá lejos y hace tiempo, a principios de siglo XX. Con pocos cambios se puede hacer mucho. Atraer capitales extranjeros e inversiones nacionales es prioritario para el crecimiento de cualquier país. Así lo entendió China. Esperemos que también lo entiendan, Jorge Capitanich, Axel Kicillof, Carlos Casamiquela y Juan Carlos Fábrega.