El 5 de diciembre del 2013, quedara grabado en nuestra memoria para siempre. Es el día en el que se despidió de este mundo un grande de la historia. Nelson Mandela, más conocido en su Sudáfrica como Madiba. Símbolo de la libertad y la lucha contra el Apartheid. Gran ejemplo de dignidad, tolerancia, paciencia y fortaleza. Liberó a su país del dominio de una minoría blanca que gobernaba oprimiendo y manteniendo al margen de todo derecho a una gran mayoría negra. Su mayor logro fue pacificar a su nación a través de un proceso de reconciliación nacional, evitando así una guerra civil. Estableció, consolidó y fortaleció la democracia en su país. Se transformó en el primer presidente negro, llegando al poder en 1994, como resultado de la primeras elecciones democráticas, donde todos los sudafricanos pudieron votar sin distinción de color.
Luchador de raza, tras una larga agonía producto de haber sufrido varias afecciones -entre las más graves de las cuales se encontraba una severa infección pulmonar-, murió a los 95 años en su casa de Johannesburgo, a las 20:50 hora local. Sus restos serán inhumados, según sus deseos, en el pueblo de Qunu, lugar que lo viera crecer, y donde también descansan los restos de tres de sus seis hijos, a quienes le tocó enterrar con el profundo dolor que siente un padre.
Su lucha por la libertad de su pueblo fue incesante. Le valió pasar 27 largos años de su vida en cautiverio, la mayor parte de ese tiempo en la prisión de Robben Island, cumpliendo una condena que era de por vida, acusado de sabotaje y conspiración contra el gobierno. Su liberación llegó un 11 de febrero de 1990, de la mano del entonces presidente sudafricano Frederik Willem de Klerk, quien diera el primer puntapié para abrir el camino a la unidad nacional. A partir de entonces, ambos trabajaron en conjunto, intensa e incesantemente, con el fin de conseguir una democracia multirracial. Esto les valió a ambos ser laureados con el Premio Nobel de la Paz en 1993.
Hombre de fuertes convicciones, gran autoestima dada por sus orígenes aristocráticos, ya que provenía de la familia real perteneciente a la tribu Thembu. Pero a su vez, siempre cultivando valores como la austeridad y la humildad, poco vistos hoy entre políticos que gobiernan alrededor del mundo. Su prioridad fue siempre llegar al poder no por el poder en sí mismo, sino con la finalidad de lograr la unión y reconciliación nacional. Los blancos sistemáticamente humillaban, torturaraban y mataban a su gente. Fueron quienes lo condenaron a la oscuridad durante gran parte de su vida, ya que desde los 44 a los 71 años su hogar fue la cárcel. Sin embargo, este hombre nunca acuso resentimiento alguno. Nunca apeló al odio y la venganza al ser liberado y más tarde asumir como presidente. La prisión, según sus dichos, fue su gran maestra, templándolo y transformándolo entre otras cosa, en un gran negociador.
Gobernó su país entre 1994 y 1999, declinando ir a una reelección ya que su amor verdadero era su patria, y consideró que su misión estaba cumplida. Fue un gran líder que supo reconocer virtudes para unificar y, de alguna manera, sus falencias para gobernar, dando lugar a su sucesor. ¿Cuántos Mandela harían falta en este siglo XXI, donde lo más importante pareciera ser llegar al poder para perpetuarse sin mayores ideales, siendo un fin en sí mismo?
Al llegar a la presidencia formó un gobierno de coalición, con fusión de razas y creencias, incluyendo a muchos de sus mismos opresores y enemigos. Mantuvo a De Klerk como vicepresidente. Algo inimaginable y hasta surrealista en los días actuales donde pareciera que fomentar el odio rindiera más que pacificar, unir y trabajar conjuntamente para sacar a los países adelante. El lema actual pareciera ser “divide y reinarás”, a expensas de los pueblos.
Durante sus años en la presidencia dedicó gran parte de sus energías a moderar el odio racial y disipar los miedos de los blancos acerca de una venganza. En una entrevista concedida en 2007, un periodista le preguntó cómo hizo para dejar a un lado el odio y las ansias de venganza, después de haber vivido tantos tormentos. Mandela respondió, sin dudar un solo minuto, que el odio nubla la mente. Ningún líder puede permitirse odiar.
Durante sus años en la presidencia, vivió en una modesta casa en Johannesburgo, donde se hacía su propia cama diariamente. Veía como vital para el crecimiento económico de su país las inversiones. Hasta llegó a pedir a los líderes sindicales de su país que aceptarán salarios bajos por algún tiempo para que así fluyeran gran cantidad de capitales. Moverse de una posición de resistencia a una de construcción para el beneficio de la nación.
El Mundial de Rugby de 1995, donde el equipo sudafricano, formado por un grupo de blancos arrogantes venció a Nueva Zelanda, le valió la ovación de 80.000 fans, en su gran mayoría blancos. Así consolidó la reconciliación y unión nacional a través del deporte.
En 1995 creó la Comisión de la Verdad y la Reconciliación con la misión de fomentar la justicia y el perdón. Concedió amnistías a todos aquellos que admitiesen haber cometido crímenes durante el periodo del Apartheid.
Que esta triste partida tan lamentada y homenajeada en los distintos puntos del planeta sirva no sólo para llenarse la boca y declarar duelos nacionales, sino para inspirar a toda la clase dirigente a seguir su ejemplo de valentía, fortaleza, sabiduría, templanza y honestidad en defensa de la libertad.