“No puede haber una sociedad floreciente y feliz cuando la mayor parte de sus miembros son pobres y desdichados”. Esto escribía Adam Smith en su libro La riqueza de las naciones, publicado en 1776 .
Desde que este economista y filósofo escocés sentara las bases del liberalismo económico en el siglo XVIII hasta nuestros días, el mundo ha atravesado distintas etapas en su historia. Tiempos de bonanza y crecimiento seguidos por períodos de grandes turbulencias. Lo indiscutible es que la democracia ha demostrado ser la forma de gobierno más perfecta y la economía de mercado, la formula más eficaz para el logro de un crecimiento sostenido eliminando poco a poco la pobreza.
Por si aún hubiese dudas acerca de si la libertad económica influye en el progreso de las naciones, ésta quedó disipada esta semana con la publicación de la 20ª edición del índice 2014 de Libertad Económica. Este informe es elaborado cada año por la Fundación Heritage, uno de los think tank más prestigiosos de los Estados Unidos, que formula políticas públicas de corte conservador, fundamentada en los principios de libre empresa, gobierno limitado, libertad individual, valores americanos tradicionales y una sólida defensa nacional, en colaboración con el Wall Street Journal, publicación financiera, líder en el mundo, con la mayor tirada de periódicos dentro de los Estados Unidos.
Allí se califica a 186 países divididos en seis regiones: América del Norte, América Latina, Europa, Asia – Pacífico, Medio Oriente y África del Norte, y África Subsahariana de acuerdo con una serie de parámetros. Este año el puntaje promedio ha sido de 60.3, el más elevado de su historia. Detrás de este récord vemos cómo muchos países han logrado mejorar su situación socio económica.
¿Por qué la libertad económica es importante? Porque es un componente crucial de la libertad. Alienta a las personas a trabajar, producir, consumir, poseer, comerciar e invertir de acuerdo con sus elecciones personales.
Observando el ranking, entre los 34 países que lo encabezan con puntajes por encima de los 70 hasta un máximo de 100, clasificados en países “libres” o “casi libres”, se encuentran gran parte de las naciones más desarrolladas del mundo, muchas de ellas con ingresos per capita superiores a 40.000 dólares anuales. Esto evidencia el sólido vínculo existente entre libertad económica y desarrollo a corto, mediano y largo plazo. Nos guste o no, constituye una prueba empírica del éxito del sistema capitalista como forma de fomentar la prosperidad y el desarrollo humano.
Pero como no todo es perfecto, son todavía muchos los países que deciden ir a contramano cercenando la dignidad del libre albedrío, y dando mayor poder e injerencia a la mano pesada del Estado que, lejos de solucionar problemas estratégicos, los acrecienta. Oprime en nombre de la pobreza y utiliza el poder para beneficio propio y ajeno, olvidando por completo aquel concepto de bien común, condenándolo al abstracto. Si bien el mundo entero se encuentra en caída libre con respecto a los valores, en estos países el efecto se exacerba, ocupando así los primeros puestos en la lista del ranking de países más corruptos elaborada todos los años por Transparencia Internacional. Un denominador común es la concentración de poder en el Ejecutivo que pocos se atreven a desafiar, con una división más social que de poderes, donde se enfrentan unos con otros resultando útiles a los intereses de quienes gobiernan. Gobiernos demagógicos y en algunos casos hasta dictatoriales que van socavando lentamente todas las libertades. Gobiernan en nombre del pueblo, a quien entretienen distribuyendo lo que en algún momento sobra, pero que de pronto se acaba, condenándolos así a un estado de pobreza perpetua.
Como bien aconseja el informe, “aquellos países que encuentren la voluntad y la sabiduría política para promover su libertad económica verán cómo sus ciudadanos prosperan en los próximos años. Aquellos que no se unan a la marcha de la libertad, harán que sus pueblos queden rezagados e incluso, en los peores casos, anclados en la pobreza e indigencia”.
Observamos también que algunos países que supieron ser comunistas aprendieron del fracaso y redireccionaron sus políticas abriendo sus mercados. Hoy, gozan de los beneficios devenidos. El informe los ubica en las categorías de “países casi libres ” y “moderadamente libres”. Estonia, quien este año desplazó a los Estados Unidos del puesto número 10, es uno de los ejemplos. También se encuentran entre otros: Hungría, Bulgaria, Rumania, Montenegro y Eslovenia todos ellos habiendo mejorado sustancialmente su situación anterior y encaminados al desarrollo. ¿Se puede aprender del pasado? Pareciera ser que algunos sí.
La libertad económica se cultiva mediante el Estado de Derecho, el gobierno limitado, la eficacia reguladora y la apertura de los mercados, y se transforma en un trampolín hacia la democracia. Incrementa la capacidad para innovar y así mejorar su desempeño medioambiental. De esta forma se genera un círculo virtuoso de inversión, innovación y dinámico crecimiento económico.
Un Estado eficiente debe vigilar y no controlar, servir y no regular. Basta volver a los libros de historia para comprobar lo irrefutable. Un Estado sobredimensionado incumple sus funciones, se convierte en abusivo y más a la corta que a la larga, se corrompe si es que no nació ya corrompido.
Lo alarmante del informe es que aún 4.500 millones de personas, equivalente al 65% de la población mundial, sigue viviendo en países “reprimidos” o “mayormente controlados”. Queda un largo camino hacia la libertad.