La historia y la memoria nos recuerdan que cuando Argentina comienza a ser nombrada en forma reiterada por medios extranjeros, esto no es una buena señal. En los ’70 los medios hablaban de las atrocidades cometidas en Argentina pero preferimos hacer oídos sordos y pensar que mentían. A fines de los ’80, fuimos modelo de ejemplo a no seguir en las cátedras de economía de Harvard tras haber llegado a tener 5000% de inflación. En el 2001 los medios adelantaron la gran crisis que no tardó en llegar y destrozó los bolsillos y las vidas de millones de argentinos, pero tampoco creímos. Y hoy volvemos a ser noticia internacional, lo que definitivamente es poco alentador y presagia un mal final, innecesario y creado artificialmente como la mayoría de nuestras crisis.
Pero para muchos, no sólo el periodismo local atenta contra todos los avances logrados en la década ganada, sino que ahora también se conjuran los medios extranjeros para pintar una realidad de nuestra querida República Argentina, completamente distinta y distante de la descripta por sus victoriosos protagonistas, nuestra clase gobernante. Pensar que prestigiosos diarios como el New York Times, el Wall Street Journal, el Financial Times o la revista británica The Economist se toman el trabajo de destruirnos porque no soportan nuestro éxito, o que son medios destinados a arruinarnos y desacreditarnos frente al mundo, son meras fábulas o relatos fantásticos creados y creídos por muchos de nuestros habitantes para justificar nuestros propios fracasos. Es duro reconocer nuestros errores y debilidades, resulta infinitamente más fácil acreditarlos a los demás. Pero esta solución tan facilista como simplista, sesgada de realidad, no hará más que perpetuarnos en el abismo en el que vamos cayendo, casi sin darnos cuenta, por mérito propio más que ajeno.
The Economist, cuyo nuevo ejemplar ya está a la venta en los kioscos del mundo, ha dedicado su portada a nuestra amada patria. Con una foto de Messi de espaldas con el número 10 en su camiseta, cabizbajo, con señales de profundo cansancio y una expresión corporal que indica que el partido está perdido. Quizás tan perdido como se encuentra Argentina hoy habiendo estado a comienzos del siglo XX entre los 10 primeros países del mundo.
El artículo se titula “La parábola de Argentina” y nos pone una vez más como ejemplo a no seguir. La primera frase que se lee es: “Lecciones para muchos gobiernos de un país con 100 años de declive”. Así comienza este artículo, resaltando cómo hace 100 años atrás, la tienda inglesa Harrods desembarcaba en el extranjero, más precisamente en Buenos Aires, para abrir su primer emporio fuera de su territorio. Continúa describiendo cómo en 1914, la Argentina era el país del futuro. Su economía había crecido más rápidamente que la estadounidense en las cuatro décadas previas. Su PIB per capita era más alto que el de Alemania, Francia o Italia. Contaba con unas espectaculares tierras fértiles propensas para la agricultura, un clima soleado, una nueva democracia (sufragio universal masculino promulgado en 1912), una población muy bien educada, y la danza más erótica del mundo. Los inmigrantes venían a bailar el tango desde todas partes del mundo. Para los jóvenes y ambiciosos, la elección entre Argentina y California era de las más difíciles.
Pero no todo en el artículo es negativo. Resalta muchas cosas para seguir amando a Argentina. Desde la gloriosa y salvaje Patagonia hasta el mejor jugador de fútbol del mundo, Lionel Messi. Señala a los argentinos como los más bellos del planeta. Pero asegura que el país está en grandes problemas. Harrods cerró en 1998. Dice que Argentina está una vez más en el centro de la crisis de los países emergentes. Culpa en este caso a la incompetencia de la presidente, Cristina Fernández, pero agrega que ésta es sólo la última en una sucesión de económicamente analfabetos populistas, que se remonta a Juan y Eva Perón y aun antes también. Apunta que nos olvidemos de competir con los alemanes. Los chilenos y uruguayos, a quienes los argentinos mirábamos con superioridad, hoy son más ricos. Chicos tanto de estos dos países como de Brasil y de México obtienen mejores calificaciones que los argentinos en los exámenes internacionales.
Se pregunta por qué profundizar en una sola tragedia nacional. La respuesta es que las personas consideran los totalitarismos como lo peor que les puede ocurrir. Pero dado el fracaso del comunismo, ese destino parece hoy poco probable. Seguramente si Indonesia pasara por turbulencias económicas, difícilmente tomaría como modelo a seguir a Corea del Norte. Los gobiernos de Madrid y Atenas no están citando a Lenin como respuesta a sus problemas. Por ende, el peligro real hoy es inadvertidamente transformarse en la Argentina del siglo XXI. Instituciones débiles, políticos con una visión parcial y no global, dependencia de unos pocos productos y una persistente negación a confrontar la realidad son los suficientes ingredientes para caer en la misma trampa.
Continúa con dos hojas de extensos relatos donde describe como el fracaso de las políticas liberales en la década de los ’90, que derivó en la terrible crisis del 2001, hizo a los argentinos dudar de las bondades de la economía de mercado. Pero aclara que la crisis actual tanto económica como política es autoinflingida. Luego vuelve a Perón, señalando como un error de su gobierno haber cerrado la economía protegiendo así a una industria totalmente ineficiente mientras otros países como Chile, en esa misma época, los ’70, se abrían, obteniendo importantes avances en sus economías. El proteccionismo argentino minó también el Mercosur y sus pactos comerciales. El gobierno de la señora Fernández, señala el artículo, no sólo impuso tarifas a las importaciones, sino gravó las exportaciones rurales.
Y así el artículo va y viene de la época de Perón a la actual marcando una serie de errores que llevaron a la situación actual repitiéndose en la historia. Previene a los demás países de no seguir el ejemplo argentino. Tanto California como el sur de Europa, especialmente Italia, están usando recetas argentinas que no los llevarán a buen puerto. Brasil, Rusia y Turquía también peligran al estar desacelerándose sus economías como consecuencia de China y su menor demanda de materias primas.
El artículo termina diciendo que la lección de la parábola Argentina es que los gobiernos importan, y mucho. Quizás esta lección se haya aprendido. “Argentina, un país del futuro que quedó pegado al pasado.”
En este contexto donde varios medios en el mundo durante la última semana dan un panorama crítico y poco alentador de nuestro país, resulta difícil imaginar a Daniel Scioli, gobernador de la provincia de Buenos Aires, quien acompaña desde sus comienzos a los Kirchner en sus ininterrumpidos casi 12 años en el gobierno, en su paso por Nueva York, promocionando las bondades de nuestra querida nación, y las grandes oportunidades que representa para la inversión extranjera. Es prácticamente lo mismo que intentar promover el turismo en Siria, o un crucero por las costas de Somalia.
La Argentina fue, es y seguirá siendo el país del futuro en tanto nuestra clase dirigente siga gobernando en el pasado y nuestra sociedad los siga avalando con el voto.