No me digan qué pensar

María Julia Oliván

La noticia cayó sobre Buenos Aires como una tormenta de gotas pesadas, de esas que duran menos de una hora y hacen estragos. El Papa es argentino.

En las redacciones se miraron atónitos. De verdad, nadie tenía en parrilla la nota principal, salvo Página/12, el único diario del mundo que publicó hoy una dura tapa contra el nuevo jefe de la Iglesia Católica.

En el gobierno se deprimieron, en los barrios festejaron. En el sciolismo aplaudieron y en el macrismo cantaron el aleluya. 

El Papa es argentino y la Argentina está jodidamente dividida no en dos, sino en mil partes. Tan es así que ni esta noticia pudo generar un festejo de abajo hacia arriba o viceversa. El gobierno reaccionó gélido quedando en evidencia incluso con otros Estados que saludaron con afecto al nuevo pontífice.

Les cuento una anécdota sobre ese clima de ayer. Cuando me enteré del Habemus Papam estaba en medio de una reunión en el despacho de un importante funcionario, a pocos metros de la Catedral. Eramos tres personas. El funcionario, su vocero y yo. Cuando dijeron el nombre de Bergoglio a uno se le desfiguró la cara y exclamó la reputa madre. El otro, feliz, gritó “¡un Papa peronista carajo!”. Los dos son militantes justicialistas. Y los dos son buena gente y los dos reaccionaron ante la noticia de maneras antagónicas.

El Papa, ciertamente, no es kirchnerista. Pero sí es peronista. Y no es progresista (lo cual es una entelequia).

El Papa tiene amigos en el radicalismo, en el PRO, en el peronismo y en organismos de derechos humanos (aludo a la  Serpaj, que lidera el Premio Nóbel de la Paz Adolfo Pérez Esquivel).

Pero también tiene enemigos en organismos de derechos humanos como el CELS, del periodista Horacio Verbitsky.

Con la presidenta Cristina Kirchner, el Papa tiene una relación distante y conflictiva; en los términos en los que el kirchnerismo entiende el conflicto que es todo aquello que esté por fuera del sícristinismo.

Organizados en base a esa lógica de polaridades, hoy muchos políticos están buscando en el cajón alguna foto con el Papa porque, en pleno año electoral, esa cercanía subió de precio.

Otros repiten los detalles del caso en el que se lo acusa a Bergoglio de no haber hecho lo necesario para evitar las torturas sufridas por los sacerdotes Orlando Yorio y Francisco Jalics, secuestrados durante la dictadura militar.

¿Saben qué?

Estoy harta de que me susurren al oído las letra del manual del pequeño progre ilustrado. No siempre la realidad se lee con una lógica bipolar de buenos y malos.

La opinión pública no es una religión. No es un dogma. Es una construcción viva y latente que, si no se interpela, corre riesgo de convertirse en una opinión boba.

Un poco de calma por favor. Nadie aguanta estar siempre en la trinchera.