Por: María Julia Oliván
Ayer, cuando todavía no había amanecido, ya nos sentíamos cansados.
Con una frecuencia insalubre, este país nos sacude con las consecuencias de lo que se hace mal. La tragedia de Once (22 de febrero de 2012) selló lo que era una evidencia que hasta un noticiero podía reflejar: el millonario sistema de subsidios destinado a trenes (sólo en 2012 $ 4.708 millones, según el Ministerio de Interior y Transporte) no llegaba adonde debía.
Y ese desvío es una pistola cargada que dispara contra los laburantes y que gatillan los corruptos.
¿Qué pasó en Castelar?
El ministro de Interior y Transporte, Florencio Randazzo, aseguró con las pruebas de monitoreo del GPS que los frenos de los trenes (que al chocar causaron 3 muertos y más de 300 heridos) funcionaban; que el maquinista no tenía nada de alcohol en sangre, según consta en las pruebas que se impusieron luego del fatal #22F; que de los 14 vagones de la formación, estaban reparados 11 y que las vías habían sido reemplazadas por completo. Que se ignoraron tres líneas de señalización antes de que los coches colisionen.
Aprovechó para informar que están en proceso de compra más de 200 trenes de origen chino pero que la pesada herencia no se revierte de un día para otro.
Lucas, un pasajero del tren de Castelar que vivió el impacto desde el último vagón y zafó de las heridas, me dijo que “los vagones están pintados y nuevos pero cuando chocó el tren no abrían las puertas de seguridad”.
En la misma línea, Paolo, el papá de Lucas Menghini Rey, es contundente: “Los cambios de los trenes son evidentes para los que los ven pasar el tren desde el andén, pero el que está adentro viajando sabe que siguen siendo inseguros”.
Randazzo responde: “Mejoramos la señalización, reemplazamos vías y refaccionamos a nuevo los vagones pero la desidia es de los últimos 50 años, nos tienen que tener paciencia”.
La presidenta Cristina Kirchner dijo que acompañaba a las víctimas y que sentía “bronca” porque el gobierno “está poniendo todo para sacar adelante” el sistema ferroviario que, paradójicamente, dejaron caer miembros de su propio gabinete como el ministro de Planificación, Julio De Vido, que tuvo un rol protagónico en el período en el que nada se hizo para que los trenes se mantengan a la altura de los subsidios que recibían.
La política es la anticipación de las tragedias y la gestión de los recursos para evitar, por ejemplo, que la gente muera en el tren que toma camino a su trabajo, o no es nada. La política del día después es una fucking mentira.
Muchos dirán: si el político no va a lugar de los hechos los periodistas se quejan; si va dice que hace demagogia.
Pero ¿saben qué? Con ir y sacarse una foto, con aguantar un par de puteadas, no se cumple la función pública.
Con la voracidad informativa que tenemos por la multiplicidad de medios y por rapidez en la viralización de datos que afectan a la opinión pública, los políticos supieron aprender el lenguaje de señas. Lo políticamente correcto que se debe hacer para no provocar más ira popular.
Lo demostraron en las inundaciones de La Plata (no faltó uno solo para sacarse la foto en el lugar de los hechos) y en la tragedia de Castelar, adonde también dijeron presente.
Pero si, como pasó en las inundaciones, los afectados tienen que endeudarse para salir adelante y no reciben subsidios (la excepción sólo se dio en Ciudad de Buenos Aires); si los heridos por la tragedia de Once pululan por centros de salud pública tratando de retomar sus vidas sin ningún tipo de ayuda estatal, los gestos resultan una burla para los verdaderos afectados y un placebo para nosotros, los comunicadores.
Un gesto para la tribuna, como se dice en el barrio.
El secretario de Seguridad Sergio Berni, el gobernador Daniel Scioli y el ministro Randazzo estuvieron en el lugar que sucedió todo. No es un detalle decir que los tres están en campaña.
Pero estar en el lugar donde están los medios es muy poco frente a la responsabilidad de la gestión.
Randazzo muestra una hiperactiva gestión, aunque es su obligación llevarla a cabo. No hace ni más ni menos que lo que corresponde.
El pasado igual sigue ordenando los hechos. Lo que se hace desde 2012 siempre pierde la carrera frente a lo que no se hizo antes. De Vido, Hugo Jaime y los hermanos Mario y Claudio Cirigliano (sólo uno de ellos será juzgado por su responsabilidad en la tragedia de Once) viven como reyes con las fortunas que han logrado. De Vido mantiene su cuota de poder en el gobierno.
De los dos Cirigliano, sólo Claudio será juzgado en los tribunales y sus empresas están tan enquistadas en la estructura de servicios de transporte que subsidia el Estado que ni después de la Tragedia de Once pudieron o quisieron deshacerse de ellas, tal como reconoció Randazzo en conferencia de prensa al aludir al taller FEMSA, adonde se reparan los vagones, propiedad del grupo.
La política espasmódica del día después, la reacción twitera y las operaciones de prensa no bastan.
Cuando los ciudadanos exijamos eso con nuestro voto y cuando los dirigentes recojan el guante, quizás, algo empiece a cambiar.