Por: María Zaldívar
Lo interesante de vivir en el caos generalizado es que un desastre tapa el otro y se atomiza la mirada. Esa es la situación argentina actual. Y en la dispersión gana el gobierno. Otra vez.
“Es más fácil que el hombre se preocupe por el tren que pasa por el fondo de su casa que de la soberanía nacional” solía decir Tocqueville. Kicillof diría que es así porque el señor es un egoísta y un anti-argentino. La lógica explica que lo asible, lo concreto y lo cotidiano despierta naturalmente la atención. ¿Cómo hacemos para preocuparnos por los millones de dólares que pierde Aerolíneas Argentinas por minuto?
Así las cosas, algunos se preocupan por el proceso inflacionario en el que estamos montados hace tres años. Otros, de sus consecuencias. Un sector de la población está desvelado por la delincuencia que vive y reina sin coto oficial. Otros lamentan la pérdida de sus empleos y las nulas posibilidades de reincorporarse al mercado laboral. Muchos padecen los efectos del derrumbe del mercado inmobiliario que, como quien tira del mantel, arrastra mercados asociados. Otros presencian con espanto la destrucción de sectores vigorosos de la economía argentina como los relacionados con la producción agrícola-ganadera, la pérdida de mercados internacionales y el alejamiento del mundo que significó para la Argentina la obtusa política exterior y comercial del kirchnerismo.
También hay ciudadanos preocupados con la educación, la falta de educación y el literal asesinato de la noción de autoridad. Son los mismos que observan con incredulidad la actitud violencia del argentino que se multiplica en la escuela y fuera de ella.
Algunos miran perplejos ciertos números: por ejemplo que caímos 41 lugares en el índice de Calidad Institucional en seis años o que estamos 166 entre 178 países en el de Libertad Económica.
Algunos se preocupan por varias cuestiones simultáneamente. El desabastecimiento energético y la concentración de medios de comunicación; la pérdida de reservas que no se detiene a pesar de los cepos y apretones monetarios y la caída en las ventas de casi todos los sectores productivos; el aniquilamiento de la clase media y la violencia que se apoderó de la sociedad; los presos sueltos, los jueces distraídos, la sociedad contra la sociedad, los linchamientos de unos, los fusilamientos de otros, la justicia por mano propia y el gatillo fácil. El paco, la droga, el narcotráfico y el lavado de dinero.
La escuela, que hace décadas dejó de ser lugar de transmisión de conocimientos y que el peronismo convirtió, con la copa de leche, en comedores de rejunte de los pobres que ellos fabrican, es apenas un ámbito físico en mal estado donde, si cabe, se dicta alguna clase. Y como el kirchnerismo es la etapa superior del peronismo, hoy la escuela, vaciada además del principio de autoridad, es además la selva donde el más fuerte agrede y ahuyenta al que no está dispuesto a pelear su espacio como un animal.
La peligrosísima connivencia entre la Justicia y el poder político. Los iletrados, no instruidos y mal instruidos, al poder, y la corrupción unificando el criterio de gestión pública, son algunas de las preocupaciones que enuncian los argentinos cuando son consultados a título meramente estadístico, porque la clase dirigente no tiene en sus planes resolver con seriedad prácticamente ninguno de estos problemas.
En síntesis, hay una sociedad preocupada por un largo listado de pendientes enmarcados en una grave situación económica pero que la excede. Sería una buena noticia que nuestras dificultades se concentraran en la mala política del equipo de “los sin corbata y suéter negro” porque estaríamos inmersos en una crisis de coyuntura como las europeas, producto de la aplicación de socialismo más la quimera del estado de bienestar, pozo del que se sale con la medicina adecuada: libertad, competencia, reglas claras y transparentes, y economía de mercado.
Pero este pozo no es ese pozo, aunque muchos insistan con hacernos creer lo contrario. Este pozo es infinitamente más hondo. Los que miran la película y no la foto se preguntan: “¿falta mucho?”. Los optimistas responden: 19 meses. Los realistas dudan. Los optimistas no estarían contando el efecto residual.
El cambio de administración, en el mejor de los casos, implicará, de arranque, un cambio de caras. Haciendo un repaso rápido de las actuales, cualquiera dirá que no es poco y en el primer momento sonará a cierto. Pero, a menos que los argentinos padezcamos con el peronismo el síndrome de Estocolmo, es difícil explicar en ámbitos académicos internacionales el entusiasmo colectivo por votar a los mismos que dan vuelta en la calesita hace más de veinte años, simplemente porque hoy han cambiado de camiseta.