Por: María Zaldívar
Tomando los datos que arrojan las encuestas con la prevención que se han sabido ganar, todo parece indicar que hoy los preferidos para octubre serían Daniel Scioli y Mauricio Macri.
Esas mismas fuentes indican que el candidato K mide mejor solo que acompañado y que los posibles compañeros de fórmula que se barajan lo hacen perder hasta 5 de sus 36/40 puntos de intención de voto. Macri, que venía subiendo sin prisa pero sin pausa desde hace unos meses a esta parte, ha detenido la tendencia en las últimas dos semanas. Su ecuación triunfalista no se entiende demasiado si se tiene en cuenta que la provincia de Buenos Aires significa el 38% del padrón nacional y que allí el PRO está poco menos que en pañales: su candidata araña un dígito, le faltan candidatos en muchos partidos del distrito y el PRO ha perdido la personería jurídica o sea que estará impedido de presentar lista con esa “marca” y deberá apelar a un sello alternativo.
De todas maneras y así fueran cierto los 25 puntos de intención de voto del macrismo hay, como casi siempre, dos formas de mirar esa foto:
El PRO festeja el progreso y se entusiasma con el batacazo (López Murphy vivió la misma euforia en 2003 frente a sus dos contendientes). Ellos sostienen que los que no quieran más kirchnerismo se van a volcar de su lado y el número que tienen hoy se incrementará en las urnas casi sin esfuerzo
También hay otra lectura para los mismos hechos: Scioli está peligrosamente cerca de ganar en primera vuelta y es un riesgo al que no debería enfrentarnos el PRO, empeñado en no sentarse a conversar con el massismo. Como a la principal fuerza de oposición le cabe la responsabilidad de extremar los intentos de doblegar al Frente para la Victoria, un engendro que ha devastado los poderes del Estado, la economía y las instituciones. Si el PRO sigue “peleando” más con el Frente Renovador que con el kirchnerismo, logra sacarlo de la carrera y se niega a unir fuerzas, los votos que le faltan a Scioli para ganar los podrá obtener sin demasiada dificultad de un desmembrado Frente Renovador.
Dividir el voto opositor es suicida y es lo que se está haciendo. El observador independiente se pregunta si la pelea entre Macri y Massa por obtener la preferencia del votante la fogonea Scioli, en tanto es el gran beneficiado en la contienda, o la empuja Elisa Carrió con la colaboración estratégica de algunos íntimos del jefe de gobierno a expensas de una gruesa contradicción implícita.
A pesar de sus elogios a Hitler y de su inclinación a destratar a propios y ajenos del modo que lo hizo con el diputado Federico Pinedo, Jaime Durán Barba es uno de los escuchados; sigue gozando de enorme influencia sobre su asesorado. El es quien lo convenció, entre otras cosas, de que la ciudadanía se ha despojado de rótulos partidistas y que sólo una minoría casi insignificante se autoproclama “peronista” o “radical”. Durán Barba repite desde hace años que la gran porción del electorado es “independiente” y que, para ganarse un trozo significativo de esa torta, no hay que definirse.
Es altamente probable que, de esa convicción, se desprenda la ambivalencia ideológica del PRO que ha resultado, justo es reconocerlo, exitosísima. Desde que asomó a la vida pública hasta la fecha, el PRO es una fuerza que no se expide taxativamente sobre ningún tema ríspido pero que, paralelamente, ha conseguido que el votante tampoco se lo reclame. Y eso es, por cierto, otro logro. Un logro para los fines propios del PRO, claramente, no tanto para el sistema político en su conjunto y menos aún para la madurez cívica general.
Porque cuando sus competidores detectaron que así ganaba adeptos, lo imitaron. Y desembocamos en elecciones sin debate de ideas, con personalismos concentrados y campañas basadas en imágenes, sólo en imágenes. Una auténtica pobreza. Y fue, también, la puerta de entrada para personajes de escasa o nula formación que aprovechan la poca idoneidad que se requiere hoy para acceder a un cargo público de relevancia.
La contradicción surge cuando Carrió, también apostando a la foto y la sonrisa, mira a la cámara y sostiene que lo elige a Macri porque conforma con él y algunos históricos del colectivo radical, una opción al peronismo. Una definición que seguramente disgusta al ecuatoriano, cultor del “no sabe, no contesta”.
Lo cierto es que Mauricio Macri no sólo tiene peronistas en sus filas y los tuvo desde sus inicios, sino que hizo alianza electoral con el peronismo en dos oportunidades: en 2009 con Francisco De Narváez y en 2013 con Sergio Massa.
La apuesta a la imagen no registra estos hechos; la campaña sólo retrata gente alegre, logros materiales, mejoras edilicias, corte de cintas y reuniones de trabajo. Todo bajo el paraguas de la buena onda y el despliegue de sonrisas y globos con el candidato besando chicos y ancianos. Por suerte para los que prefieren la verdad, existe el archivo.
“El acuerdo con Sergio Massa fue sellado en persona por Mauricio Macri”, dijo hace menos de dos años Emilio Monzó, el gran armador del PRO, para anunciar que el Frente Renovador cedía tres lugares en su lista de diputados nacionales al partido del Jefe de Gobierno porteño, que no pudo armar una lista propia en la provincia de Buenos Aires. No bien desembarcados en el Congreso, los flamantes legisladores abandonaron el barco. Pero ese es otro tema y sus conductas o la de sus jefes políticos quedan a consideración del lector. Ese acuerdo es similar al que cerrara en 2009 con Francisco de Narváez y Felipe Solá en el mismo distrito.
Así las cosas, la historia reciente desmiente a Elisa Carrió respecto de la “opción republicana” o “el cambio” (según lo llaman los proístas) que estarían intentando conformar Carrió, Macri, “Coti” Nosiglia, Federico Storani, Daniel Angelici y “Lole” Reutemann por mencionar algunos pasajeros.
Los ciudadanos moldeamos un poco a nuestros dirigentes. Mucho más en estos, los tiempos del marketing político. Ellos nos dan lo que les pedimos. Aquello de Groucho Marx “Estos son mis principios pero si no le gusta, tengo otros” dejó de ser un buen chiste y pasó a reflejar lo que pasa en la Argentina.
Del “Macri es un delincuente” en 2003, “Macri es mi límite moral” en 2007, pasando por el “Macri garantiza la impunidad” en 2011 al “Macri es un corrupto” del año pasado, Carrió aparece hoy, fresquísima, exultante en una foto con Mauricio Macri como apareció con Néstor Kirchner alentando a que lo votáramos y también junto a Aníbal Ibarra, para vencer, casualmente, a Macri.
Tras este nuevo hecho visual cabe preguntarse: ¿habrá algo más que la foto en ese acercamiento? A juzgar por las recientes PASO porteñas, esto es la primera contienda electoral posterior al anuncio, Carrió y Macri fueron enfrentados. ¿Alguien sabe cómo jugará Carrió el 5 de julio? Volverá a pedir el voto para su candidato, Martín Lousteau, cuando eso podría implicar la derrota de su candidato presidencial en su distrito de origen?
Elisa Carrió se metió sola en la encrucijada que no parece tener resolución satisfactoria y lo arrastró al jefe de gobierno. Lo cierto es que ese temprano acuerdo le impide hoy unir fuerzas con su ex aliado, Sergio Massa. Y hasta el observador más despistado intuye que, mientras corren separados, el oficialismo les gana a los dos juntos.
El 10 de junio se terminan las chances porque es la fecha límite para anotar alianzas y el 20 vence el plazo para las candidaturas. Ojalá el 60% que quiere un cambio no quede, como desde hace bastante tiempo, a expensas del kirchnerismo presenciando, impotente, cómo los que lo representan no lo representan.